CAMAGÜEY.- Cuenta una leyenda que una dama fue quien introdujo el marabú en Cuba, una que nació en nuestra ciudad allá por la segunda mitad del siglo XIX. Según la historia, Doña María Monserrat Canalejos, esposa del patricio Gaspar Betancourt Cisneros, trajo desde la urbe italiana de Milán varias posturas de la Tamarix gallica, cuyas flores semejan las plumas de la cola del ave africana conocida por marabú.

Doña María sembró la planta en los terrenos de su finca La Bola, al sur de la población y por las márgenes del río Tínima. Esta se propagó rápidamente a otros patios, jardines y parques lugareños. La tamarix, a la que comúnmente se le nombra solo marabú o taray, tiene en realidad tiene cierto parecido con el espinoso marabú africano, pero su aspecto es el de un ciprés con sus flores como penacho color rosado y amarillo. Ese parecido fue quien trajo la histórica e injusta confusión.

En realidad ni en Italia ni en parte alguna de Europa se reproduce nuestro marabú; además, ya para aquella fecha del 1800, el azote espinoso se multiplicaba por el centro del país, especialmente hacia Las Villas y Sancti Spíritus.

Según los investigadores, ese otro marabú (dichrostachys cinerea) se introdujo en Cuba a bordo de los barcos negreros procedentes del África, cuya tripulación traía ganado a bordo para su alimentación, ganado que en las costas africanas se alimentaba de esa planta. Al limpiar aquellos barcos en nuestras costas las semillas cayeron al mar, de donde las aves o las mareas las trajeron tierra adentro. También el movimiento del ganado transportado de una a otra hacienda sin medidas de precaución ayudó a diseminar la planta persistente, fuerte y casi indestructible, que hoy constituye una amenaza para la agricultura cubana.

Doña María Monserrat pasó pues a la posterioridad no solo por ser la esposa del magnífico Lugareño o por sus deseos de embellecer nuestra ciudad regalando posturas de la exótica tamarix, sino por aquella leyenda de marabuzales con la que en realidad nada tiene que ver.

A propósito, descendientes de aquella Tamariz traídas desde Italia y sembrada en 1866 existen aún en el Casino Campestre de nuestra ciudad.