CAMAGÜEY.- Siempre he creído que esas poses de “retrato” nada le cubren. Lo desnudan sin pudor, al borde del ultraje. Bendito ultraje.

Tributo del pueblo camagüeyano a en el aniversario 57 de su desaparición física (VIDEO)

En cada fotografía se le descubre la misma pinta de bonachón, de hombre íntegro y bueno. Quizás esa es la misma impresión de Eddy Jorge Suárez, de la escuela primaria Pedro Pablo Martínez Brito, quien desde las certezas de sus diez años lo sabe “un héroe de verdad”.

A él se le quiere fácil. Por eso no importan mucho los minutos robados a la cama, la caminata inusual, o la flor que no dio tiempo a pedir y también caminó. Todas esas erratas se indultan. Sobre todo hoy: así lo merece el héroe de Eddy, el señor de todas las vanguardias, el Camilo de todos los cubanos.

No fue de cuna solvente; su nomenclatura es de mayor renombre, esa que solo tiene por fórmula la humildad, la osadía, la fuerza del lomo que ayudó a sostener las esperanzas y anhelos de todo un pueblo. El mismo pueblo que lo conoce y defiende eterno.

Como cada 28 de octubre, los camagüeyanos también le dedicamos pensamientos, palabras, canciones, poesías, flores. Lo imaginamos en el ahora, a esta vuelta del calendario, y se nos tuerce el pecho. Cuánto hizo con tan escasos años, cuánto le quedó por hacer...

Primero en el aeropuerto que lo despidió hacia la inmortalidad, luego en el Conjunto Escultórico que le reverencia su última misión --ubicado en la Circunvalación norte de esta ciudad--, estudiantes de todas las enseñanzas y trabajadores cercanos a esos sitios trataron de emularle la “sonrisa”.

Liz Karla Zaldívar Pérez, quien cursa el onceno grado en la escuela militar Camilo Cienfuegos, aseguró que ellos a diario “enarbolan su bandera”; les mueve mucho el deber que heredaron, el temple, “por eso decidimos seguirte y llamarnos Camilitos”. Dichoso modo de perder el nombre.

Jorge Luis Tapia Fonseca, miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y primer secretario en la provincia, improvisó un “aula” y habló a los más pequeños sobre la hazaña de aquel 28 de octubre de 1959 en el Camagüey, adonde vino “sin más armas que la moral y la vergüenza; pidan a sus profes que les enseñe hoy más sobre Camilo”, aconsejó. Buena encomienda para todas las fechas, porque la historia no se agota en la ración marcada por el horario de clases, los grandes como él, tampoco.

A él se le quiere fácil. Por sus maneras, por el ejemplo, por el calibre que tanto nos calibra el orgullo, en dosis multiplicadas para los muchachos de la Escuela Pedagógica Nicolás Guillén Batista, que recibieron el carné que los inicia en la juventud comunista.

Ni el mar, el río, la laguna, el estanque, o la fuente, donde siempre lo encontramos, no han logrado derretirnos la convicción, la necesidad, sino que nos vuelve más sólida la imagen, la enseñanza, el recuerdo... Camilo es un vértigo constante.

Algunos lo prefieren por la dirección de la Columna 2, por la fiereza en el combate, por la invasión de Oriente a Occidente, por Yaguajay, por la responsabilidad al frente del Ejército Rebelde a inicios de la Revolución, por la sonrisa, la barba, el sombrero, por cubano absoluto. Yo me quedo con el Camilo que conocí cuando apenas comenzaba a leer, aquel que se apoderó de las páginas de todo un Zunzún de color amarillo, y que sigo guardando con celo como el más actualizado de los libros de Historia. Así es más mío. Gracias, papito, por presentármelo.