Cuando me encomendaron estas las líneas pensé en buscar algo nuevo, que fuese desconocido, pero qué les puedo decir del Che que ya no se haya dicho.

Primero pensé en hablarles de la repugnancia que sentí junto a un grupo de jóvenes en Panamá mientras participábamos en la Cumbre de las Américas, y vimos delante de nosotros a Félix Rodríguez, uno de los asesinos de Ernesto Guevara, a quien no le bastó con quitarle la vida ni sustraerle sus bienes, también quiso llevarse a casa las manos del Guerrillero Heroico para exhibirlas como un trofeo.

Verlo allí me recordó, entre lágrimas de rabia e impotencia, la instantánea del Che sobre el fregadero de la ropa sucia, en la lavandería del hospital de Vallegrande, donde el victimario pensó que quedarían sus ideas. Pero no fue así y el tiempo terminó convirtiéndolo en lo que es hoy: un ejemplo para todo aquel que lucha por un futuro mejor, más allá de ideologías y contextos geográficos.

Quizá por eso mi abuelita, como tantos otros en el mundo, le pone flores y le pide todos los días salud para Fidel y los cubanos.

Eso fue precisamente lo que no entendieron sus captores hace 49 años, las ideas no se apagan con la vida, porque cuando son verdaderas siempre habrá quien las convierta en bandera de lucha.

El Che padre, economista, guerrillero, médico, político, aquel que dijo, con puro acento argentino que al imperialismo no se le podía dar ni un tantico así, es la esperanza de que es posible un hombre nuevo capaz de dejar todo atrás, mientras exista un solo ser humano infeliz en la tierra.

Cuántos de nosotros hemos dicho “Seremos como el Che” a veces viéndolo como algo lejano, pero, más que un sueño, es una necesidad real. No me cabe duda, por las calles de Cuba caminan muchos como él.

Los miles de combatientes internacionalistas en África, los miles de innovadores que encuentran una solución vital para la economía, los médicos cubanos que combaten a diario enfermedades, a veces hasta arriesgando su salud como los que enfrentaron el Ébola, esos son héroes de carne y hueso, son como el Che.

Y es que mi Che no es el de la foto de Korda, no es de la escultura de la plaza de la Revolución de Santa Clara, no es el ser perfecto, es el hombre que luchaba por superarse a sí mismo, intentando una y otra vez subir el volcán Popocatepel aunque el asma nunca lo dejó llegar a la cima, mi Che es el que prefirió la caja de balas y no la de medicinas en el combate de Alegría de Pío, mi Che es el que dejó las comodidades de Cuba, la familia, para seguir luchando contra los molinos del mal.

Aunque recordarlo, más que un homenaje, invite a mirarnos por dentro, a continuar su camino, a San Ernesto de la Higuiera, las personas lo seguirán venerando con sus flores, para que siga ganando batallas. Con la adarga al brazo y el costillar de Rocinante bajo sus talones, este Quijote a la latina seguirá dispuesto a librar nuevas contiendas por la humanidad toda.