CAMAGÜEY.- La mayoría de las sociedades que han habitado este planeta han sido injustas con el género femenino. A la mujer, a través de la historia, se le relegó al rol de madre dedicada, ama de casa, buena cocinera, cuidadora... mientras el protagonismo de las revoluciones y el trabajo, en toda la extensión de la palabra, era para el sexo “fuerte”. Inconformes, valientes, muchas han querido dar una vuelta de rosca a su presente machista para construir un futuro sin inequidades.

En la larguísima lista de quienes demostraron su valía aparecen nombres de altos quilates como Mariana Grajales, Amalia Simoni, la capitana Rosa La Bayamesa, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Isabel Rubio, Luisa Pérez de Zambrana... Cada una asombra a su manera. Ni las carencias de la manigua, ni el anonimato o las limitaciones del ambiente citadino, evitaron que ofrecieran su fuerza para empuñar un machete, una pluma versada para triunfar en el terreno de la literatura, o que no doblegara su carácter ante las presiones del enemigo.

Con todo ese cúmulo de valores el siglo XX asomó. Y luego de librarnos de la condición de colonia española, Estados Unidos plantó sus garras en la nación, como águila sobre una una fruta madura. De los gobiernos títeres, ellas tampoco esperaron días de gloria o una patria afirmada en los ideales del Apóstol, José Martí. Así que, para lanzar al aire las flores de la victoria del Primero de Enero de 1959 continuó el dolor, invisible en la imagen sexualizada de las mujeres que la “paradisíaca Isla” vendía al mundo.

Desde la clandestinidad y en la Sierra Maestra, entraron en escena Melba Hernández y Haydée Santamaría Cuadrado, Celia Sánchez, María Antonia Figueroa, Vilma Espín. Ninguna empresa que implique cambios radicales resulta fácil y celebrar el triunfo de la Revolución tampoco lo fue. Las torturas, las delaciones, las persecuciones y la crueldad de la tiranía marcó sus vidas cotidianas. Después de la huida de Batista, quedaron las marcas físicas de los esbirros y las heridas del alma, pero con la fundación de la Federación de Mujeres Cubanas, en 1960, sintieron reconocida su dignidad.

Muchas abuelas nos cuentan en sus anécdotas las hazañas que libraron por aquella época. Se recuestan al balance y empiezan a desfilar la Campaña de Alfabetización, en un monte recóndito de Cuba; los años de preparación como maestra Makarenko, o la ocasión en que tuvieron que sostener un fusil y mantenerse alertas, cuando la Crisis de Octubre. Y qué dulces memorias conservan de los trabajos voluntarios vinculados a la recogida de papa, la siembra de caña, o la cosecha de naranja, en las plantaciones en Sierra de Cubitas.

La mirada alta y los impulsos por transformar su entorno integran el hoy de las cubanas. Se les aprecia contribuyendo a la economía del país desde el cultivo de una parcela de tomates en el campo, sumando medallas a nuestro deporte en las arenas nacionales e internacionales, desempeñando un rol significativo dentro de la literatura y la cultura, o emitiendo criterios que influyan en el desarrollo de nuestra sociedad. Madre, esposa e hija, sí, muchas lo son… pero todas tienen a su alcance las riendas para controlar su destino.

Sobrevivieron al capitalismo las opiniones que subestiman y menosprecian a la mujer, la desconfianza para colocarlas en responsabilidades importantes, y el abuso de los absurdos que siguen considerándola un ser inferior, mas, con una agenda internacional cargadísima de obstáculos para ellas, en Cuba se desdibuja ese adjetivo de “débiles” que tan poco se parece a nuestras mujeres, que no le sirve a ninguna.