Tomada de la multimedia Ignacio Agramonte Loynaz, diamante con alma de beso.  Radio Cadena AgramonteTomada de la multimedia Ignacio Agramonte Loynaz, diamante con alma de beso. Radio Cadena AgramonteCAMAGÜEY.- Quienes revolucionan la historia, para bien de todos, no son grandes solo porque sí. Siempre necesitan de un crecimiento espiritual, de un desarrollo en sus convicciones que los hagan capaces de pelear y morir por ellas. Pero en ese salto que precisa el alma para encontrar el camino, hay nombres de gente, de mujeres como Lucía Íñiguez y Mariana Grajales que sumaron a sus grandezas la de forjar héroes. Aunque María Filomena Loynaz y Caballero, quien dio a luz a nuestro Ignacio Agramonte, figure menos en las páginas, fue una forja moral para el líder camagüeyano.

El 12 de mayo de 1866, El Mayor escribió una carta al abogado y escritor Nicolás Azcárate y Escobedo. Se compadecía por la pérdida de la madre de su amigo. Y entre las letras bañadas de sentimientos, resume cómo esa persona que nos trae al mundo, es uno de los seres más amados de la vida. Sintetiza el cariño, agradecimiento y respeto hacia la mujer que crió a sus cuatro hermanos y tuvo que superar la muerte tempana del menor, Mariano.

María Filomena legaría al joven patriota, según refiere el historiador Fernando Crespo Baró, en el artículo Aquel que amaba lo bueno y adoraba lo bello  “la pureza de espíritu, la constancia, su alma de beso, la fe inquebrantable por la mantención de la felicidad (…)”.

Del bravo Agramonte, aquel que destacó en acciones militares como el Cocal del Olimpo o el legendario rescate del brigadier Sanguily, se reconocen las admirables dotes como estratega, la disciplina para levantar una caballería que hizo castañear las mandíbulas españolas, de rectificar y poner el orden a sus decisiones. Y es que, desde el seno familiar, desde la conducta que también modelaron las manos maternas se le inculcó, como expresa en su trabajo Crespo Baró, la “ética, la moralidad, el talento, la honradez, el coraje (…) Nada de egoísmos, banalidades, vicios u otras conductas desajustadas que brotan de los hogares donde los padres no son vivo ejemplo (…)”.

Así como la dulce esposa, Amalia Simoni Argilagos, resultó un componente esencial durante su existencia, María Filomena fue más que el vientre para un emblemático mambí. Fue el principio en la historia de El Mayor, de ese paradigma camagüeyano que cayera en combate un 11 de mayo de 1873. Fue el “afecto y cariño de su más amante hijo” que le pedía la bendición, como la despedía en sus cartas, enviadas desde La Habana a Puerto Príncipe.