CAMAGÜEY.- Jaivillaba quiere conocer a una chica interesante, romántica, amante de la música, la lectura y el cine. No le preocupa gran cosa el físico de la joven, y como supone que a la agraciada tampoco, decide no mostrar su foto, solo una simple caracterización: “Tierno, sensible, romántico, desinteresado, preocupado por la familia”. En fin, Jaivillaba parece ser el hombre perfecto en busca de su princesa azul.

Jaivillaba, como Juanitico, Jack Marshall, Crimilda10 y Mulatico, es un señuelo para, supuestamente, llegar a una persona que, muy a tono con los tiempos, se sirve de Internet para encontrar pareja o, tal vez, para intercambiar ideas y hasta besos virtuales, que de besos nada tienen y de virtuales, bueno, acaso el nombre.

 Pues hasta eso: Meetic, Match o La pareja del año, tres sitios de Internet, permiten que usted le envíe un beso virtual a la persona que, a juzgar por el autobombo, resulta interesante. Solo que el destinatario, en caso de querer devolverle el beso o, incluso, llegar más lejos tiene, casi siempre, que comprar un producto de los que, muy gentilmente, le son ofrecidos.

 Hablar de los mecanismos comerciales de Internet y de los mensajes indeseables que anuncian consultas espirituales en línea o vacaciones en Disney World, ya resulta retórico. De la forma en que cada persona se presenta —y se anuncia, tal como hace la propaganda comercial— hablaré otro día, pues no deja de parecerme significativo lo simpáticos, románticos y desinteresados —sobre todo— que somos a la hora de buscar pareja, tan, pero tan buenos, que resulta muy raro que aún estemos solos.

 La parte quizás más agónica del asunto es la eterna búsqueda de la media naranja, bien mediante el Tarot —antes y ahora—, las agencias matrimoniales o, más recientemente, la red de redes, autopista que puede llevarle al Louvre, a una página pornográfica o al hombre de sus sueños. Esa, al parecer una de las más antiguas preocupaciones humanas, hace las delicias de los inventores, quienes idearon, tal como se ha visto en ciertos documentales, un aparatico que determina cuánto se tiene en común con otra persona.

 Algo similar buscan los casamenteros de Internet, solo que aquí todo es aún más incierto, pues es la propia persona quien, al tin marín, decide con quién intercambiar mensajes y sueños. Comoquiera, siempre hay algo de azaroso, que es a fin de cuentas lo más divertido. Pero no solamente de azar: tales sitios existen por la eterna necesidad de los seres humanos de comunicarnos. Internet, nacida supuestamente para propiciar los vínculos entre las personas y las regiones, parece ser el instrumento adecuado para llegar a los otros, salvo por una peculiaridad nada desdeñable: no hay verdadero vínculo, tenemos acceso, si acaso, a la parte más epidérmica de los otros, quienes se esconden tras un seudónimo que nada dice, como Jaivillaba, o tras otro que, como Crimilda, nombre de la heroína de Los nibelungos, dice demasiado y a la vez muy poco.

 Mas, ¿quiénes se esconden tras esos subterfugios? ¿Qué pasa en estos tiempos, de supuesta comunicación y liberalidad, que un inglés, criado en las luminosidades del Támesis; un mexicano con un especialísimo sentido de la muerte y dado a la contemplación del mundo desde la inmensidad de sus pirámides; un español hecho según el vértigo de las corridas de toros y los fantasmas de La Alhambra; un norteamericano que jura no estar interesado en el dinero y promete la buena voluntad de que carece su país; qué pasa en estos tiempos, en fin, que tales personas confluyen en Macht.com?

 ¿Preferimos la comodidad, también virtual, de la red al riesgo y calor del encuentro real? ¿O hemos olvidado cuánto de realidad tiene la mano que se tiende próxima y palpable? ¿Queremos que un equipo logre lo que apenas podemos hacer nosotros, a pesar de nuestros siglos de evolución? ¿Evolucionar ha significado, acaso, olvidar nuestra sencillez de antaño, cuando apenas bastaban una flor y un poema, poco importa si de Shakespeare, Bécquer, Emily Dickinson o Neruda, para propiciar el encuentro?

 No creo que el problema sea de buscar pareja. Más allá de lo risible que pueda parecer tal o cual descripción, el asunto tiene ribetes trágicos, y da cuenta de la necesidad que de los otros, aun mediados por una computadora, tenemos todos los seres humanos; de los invisibles nexos que nacen de un inglés, un mexicano, un español, un norteamericano y hasta algún que otro cubano, no estemos tan lejos como dice la geografía, ni tan cerca como afirma a gritos la globalización.

Además, es muy bueno saber que, aun cuando suponemos inexactas las definiciones que pintan con una paleta exquisita al otro, las virtudes esenciales siguen siendo de muy alta estima. Tales descripciones no hablan del ser real, sino del querer ser, de la proyección ideal de nuestro sino. Y, créanme, ya con eso es suficiente para confiar, una vez más, en lo mejor del ser humano.

 *Publicado en el periódico Adelante el 29 de enero de 2011.