CAMAGÜEY.- Imagino que cada persona en este mundo afirma que el lugar donde nació o vive es único en el universo, y no lo dudo. Yo como ellos siento que tengo la suerte de vivir en un país que se destaca cuando de sangre brava se habla.

Son muchos, muchísimos, los hombres y mujeres a los que les arrebataron la vida luchando por hacer de esta una Patria mejor, y otros tantos que murieron después de haber entregado hasta su último aliento para lograr el soñado anhelo de que este sea una tierra con todos y para el bien de todos.

No hay un pueblito o ciudad en esta geografía que no tenga sus propios héroes y mártires, y no hablo de las figuras más divulgadas y por tanto conocidas, me refiero a los anónimos, a los que nadie, nada más que sus seres queridos saben que lo dieron todo por Cuba, aunque de ellos poco se habla.

Mil historias andan por allí de tu, mi, su, tatara-bis-abuelo, tio, primo, pariente o vecino, que lucharon en las guerras mambisas, en las lomas, en la clandestinidad o tratando de liberar a otras naciones.

A ellos, a los caídos, a los que ofrendaron su vida por la patria se dedica cada 30 de julio, Día de los Mártires de la Revolución Cubana, fecha seleccionada por coincidir con la caída en combate de los jóvenes Frank País García y René Ramos Latour.

Recordarlos y tratar, dentro de las posibilidades de cada uno de nosotros, de seguir su ejemplo, no ha de ser tarea de un solo día sino de todas las jornadas del año. No podemos hablar de ellos por el mero discurso, ni pensar que son paradigmas inalcanzables. Como cada ser humano ellos también tuvieron su historia personal, amaron, sufrieron, se equivocaron, pero su pasaporte a la inmortalidad fue el hecho de que fueron capaces de poner los intereses colectivos por encima de los personales, una cualidad que bien hay que cuidar para que no se pierna hoy día.

Esta Revolución, la que reconozco es una obra perfectible, necesita de muchas y muchos cubanos que sigan el ejemplo de nuestros mártires, necesita de más gente buena, honesta, humilde, altruista, necesita de seres humanos "profundamente humanos" como nos enseñaran el Che y Fidel.

El 30 de julio debería, en mi opinión, ser el más sagrado de todos los días, y con el siento que tenemos muchas deudas. Poco se habla, o al menos no lo que deberíamos, del día de los mártires, lo mismo en nuestros hogares, en la escuela o en la comunidad.

Es una jornada que pasa desapercibida para muchos y su trascendencia no sobrepasa un acto, una ofrenda floral, el izar la bandera a media asta o de la incomprendida suspensión de actividades festivas en medio del bullicioso verano. Pero la procesión, esa que se lleva por dentro siento que falta.

No basta con que una plaza, una calle, una escuela o cualquier otra institución lleve sus nombres gloriosos, si incluso muchos de quienes laboran, estudian o viven en dichos lugares desconocen quien fue esa persona.

Sé que la cotidianidad y las vicisitudes nos abruman, y quiero entender en eso la clave de tantos olvidos. Pero tenemos que tener mucho cuidado, y revisar la forma en la que se trata la Historia de Cuba. En diversos espacios se ha discutido como hacerla llegar mejor a todos, un importante empeño que debe, tal vez con más premura, encausándose para el bien de la nación; porque lo que no puede ocurrir, es que mañana alguien diga que nuestro pueblo se ha olvidado de sus mártires.