CAMAGÜEY.- Las ciudades antiguas son acumulación palpable del tiempo, y sus casas espejo total y múltiple de lo que somos. Para los camagüeyanos, decir La Caridad denota barrio, virgen e iglesia.

En el principio era nada. Una delicada ermita se erigió humildemente al borde del Camino Real, en las afueras de la Villa Santa María del Puerto del Príncipe, actual ciudad de Camagüey.

Este templo fue de los primeros sucesores del santuario levantado en Oriente, en las minas de cobre, a la imagen de la Virgen encontrada en la Bahía de Nipe.

La ermita de la Virgen de la Caridad en territorio principeño sólo era un deseo hasta que ocurrió, según dicen, un milagro. Cuentan que la señora Juana de Varona, esposa del coronel Carlos de Bringas, imploró a la Madre Dios la dicha de quedar embarazada y fue concedido.

Tal fue su gratitud que en retribución el acaudalado matrimonio financió la construcción del Santuario de La Caridad en la localidad.

El compromiso relacionado con la iglesia lo continuaron otros familiares, pues años más tarde su ampliación la asumieron Diego Antonio de Bringas y su hermana doña Catalina, los hijos de la bendición del presunto milagro.

Ellos agregaron al edificio dos galerías sobre arcos de cal y ladrillos. Luego sus descendientes terminaron el templo, de tres naves, que perdura en el patrimonio espiritual y material de los camagüeyanos.

De la Parroquial Mayor, -ubicada en la antigua Plaza de Armas, actual parque Ignacio Agramonte- salió en marcha solemne un grupo de jinetes en caballos blancos, guiando a una multitud por la senda de tierra que llevaba hasta el río Hatibonico.

Era la mañana del 8 de septiembre de 1734, aquel día la ceremonia consagró a la iglesia para alojar el culto a la Madre, y la edificación se convirtió en el núcleo de la barriada que la honra con su nombre.

Así, los representantes de la gobernación de la Villa y autoridades religiosas, trasladaron el Santísimo Sacramento y la imagen de la Virgen hasta su nuevo recinto, al otro lado del río.

Acostumbrados a esperar el paraíso cristiano después de la muerte, no pensaron en su sobrevida a través de la perennidad de la tradición que marcaron: era la primera procesión de la Virgen de la Caridad en Puerto Príncipe.

Al atardecer los fieles recorrieron los alrededores del templo. Iban delante dotaciones de esclavos y en segundo lugar las familias más distinguidas. Siglos después pasan juntos los devotos católicos y quienes también la llaman Oshún.

La Villa entonces no contaba más de 12 mil habitantes, y afirman que una mayoría asistió a la inauguración y luego participó de las fiestas populares en torno a estas. La celebración originó las Ferias de la Caridad alrededor del recinto religioso, zona próxima donde se realizaban bailes, juegos, y ventas de comida y bebida.

A partir de este acontecimiento, familias muy humildes comenzaron a asentarse en las inmediaciones de la iglesia y según los historiadores, pasados casi 15 años había unas 180 viviendas. Al mismo tiempo, otras personas, de abolengo, construyeron suntuosas casas de recreo y de hospedaje en el área.

Esta barriada poco a poco empezó a distinguirse de la apretada y extraña fisonomía de las calles del centro de la ciudad.

Según refiere el camagüeyano José Ramón Betancourt en su novela: Una feria de la caridad de 183… los vecinos se preocuparon por construir amplios portales y garantizar sombra de árboles para comodidad de los peregrinos y el pueblo que venía cada año a las ferias.

Colocados en toda su extensión y alrededor de la Iglesia, los inmuebles de portales que caracterizan a la hoy Avenida de la Libertad fueron una novedad arquitectónica en Puerto Príncipe, así como la ordenada distribución de manzanas y calles en forma de cuadrícula que respetaba las ordenanzas de Felipe II.

Foto: Leandro Pérez Pérez/ AdelanteFoto: Leandro Pérez Pérez/ Adelante

Lo que actualmente asimilamos como parte natural de la localidad, para los camagüeyanos de entonces debió parecer un pueblecito apartado y diferente a lo conocido.

Foto: Leandro Pérez Pérez/ AdelanteFoto: Leandro Pérez Pérez/ Adelante

En octubre de 1860, con matas de mango ya paridas, los vecinos hicieron una alameda al centro de la avenida. La amplitud de esa vía, con la estela de fango dejada por coches y carretones, era un camino con los brazos abiertos y anhelantes esperando cada septiembre el sosiego de las misas por la Virgen y la agitación de las fiestas.

Hoy, cada procesión de La Caridad, con el pueblo formando ese río amarillo de velas y girasoles, y la evocación de jóvenes mambises en la primera fila junto a la Patrona de Cuba, es un renacer del barrio en el fuego de la tradición.