CAMAGÜEY.- Crecí y no me fijé cuando sucedió. Recuerdo cuando mami se sentaba a mi lado y escribíamos poesías para los concursos, participaba en casi todos, pues siempre se nos ocurría alguna idea. En la faena cooperaba toda la familia, pero mima (mi querida bisabuela) y mi mamá al final resultaban ser las cuatro patas de la mesa para ayudarme a escribir.

Extraño esos tiempos. Por aquel entonces era una chiquilla malcriada, como dirían mi hermana y mi tía. Ahora, mientras escribo estas líneas, siento nostalgia de los días en que podía abrazar a mis padres sin un límite de tiempo, y hoy, creo, hubiesen sido más. ¡Cuánto ha cambiado tu pequeña, mamita!

Ya casi soy periodista, le digo orgullosa al entrar por la puerta, ella sonríe, sabe que solo lo hago para buscarle conversación, me conoce, tanto, que a veces no es beneficioso. Le cuento de la Universidad, los amigos, la casa, de la futura tesis; sonreímos por horas, sobre todo cuando me atrevo a decir que ya no soy la favorita de la casa, solo para que mi hermana voltee a mirarme. Y lo hace con una sonrisa de picardía, como recordándome que unos meses atrás me entregaron en el altar, ahora tengo un compañero de vida y una nueva casa donde acomodar los muebles y los sentimientos. Construyo un hogar.

Al rato, mientras busco un motivo para quedarme un poco más, el reloj avisa que es momento de partir. Mami y papi me despiden quince veces, y yo digo adiós, deseando quedarme. Una nunca está mejor que en el lecho de sus padres.

Crecí y no me di cuenta cómo sucedió. Ahora pienso en mi casa, en la comida de mamá, en papá cuando me recordaba mirar a los lados para cruzar la calle; pienso en las horas inventando poesías para los concursos, en las discusiones para colocar un adjetivo en cierta palabra. Entonces, escribo estas líneas, porque ciertamente, el sueño de ser periodista está un poco más cerca, y lo hago con la esperanza de que, al leerlas, también te ayuden a regresar por un instante a ese sitio donde fuiste feliz.

Las buenas noches antes de dormir ya no terminan con un beso cálido en la frente, ahora nuestro amor está limitado por la fría pantalla de un teléfono móvil pegado a la oreja, que solo deja escuchar el sonido alegre de su satisfacción, la de haber cumplido el sueño: hacerme una mujer independiente.

Esta noche, mientras los dedos y el pensamiento me obligan a escribir unos pocos renglones, descubro que, en efecto, crecí, y por un momento esa idea me hace fruncir el ceño, pero al instante, casi sin notarlo, una sonrisa se dibuja en mis labios, acabo de recordar que el hogar es ese sitio adonde siempre podemos regresar sin previo aviso. Sí, este sábado hay abrazos y comida de mamá.