CAMAGÜEY.- El cementerio es un lugar de silencio, de respeto y de sobriedad. Allí los sepultureros son claves en la inhumación y exhumación de cadáveres… y son mucho más; ellos marcan el fin de la vida, algo de lo que poco se habla, y sienten como suyo el dolor ajeno, buscan en la apacible soledad el mejor aliado para transformar la osamenta en vida perdurable en las entrañas de la tierra.

 Este oficio no es de una época especial. Shakespeare en Hamlet, en el ambiente romántico de la obra, cierra con la escena del cementerio. Los sepultureros discuten si la muerte de Yorick, el bufón con el que solía divertirse Hamlet cuando era niño, mantenía el enigma del suicidio, o si merecía o no estar en tierra cristiana.

 En publicaciones foráneas, el oficio es tratado de diferentes maneras, califican a los sepultureros como amigos silenciosos de quienes abandonan nuestro mundo; los que alojan y atienden a los nuevos residentes del descanso eterno, a los inquilinos que están llenos de silencio, día y noche; y fijan su labor como imprescindible en cualquier época, incluso en la era de la cremación.

 La de los sepultureros es función arriesgada, están expuestos a contraer enfermedades, a ser mirados con resentimiento e incomprensión, cuando en verdad en sus corazones late una inconmensurable profecía: los muertos no empobrecen el alma, animan en el recuerdo la vida de una madre, un padre, un hermano, una hermana, una nieta o un nieto, en fin…

 Ellos suelen decirlo, no es un trabajo difícil, pero sí de mucha sensibilidad, delicado, de calma, tanto en el momento de depositar el cadáver del recién fallecido como a la hora de exhumar los restos, acto en el que asoma a la memoria la imagen de aquel ser querido transformado en huesos.

 Con los años, los sepultureros pierden el miedo, no se inhiben de la solemnidad del momento, aunque no dejan de conmoverse ante las lágrimas y el silencio que refleja hondo sentimiento, y aborrecen a los que fingen un amor que no es verdadero.

 El sepulcro es todo reverencia; violarlo, bajo cualquier motivo o pretexto, es causa de castigo y no solo en Cuba; en la Ley de Secularización de Cementerios, suscrita por Benito Juárez, presidente interino constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, había mandamiento de sanción para los que asumieran la infame posición, con mayor severidad para los sepultureros.

 La Necrópolis de Camagüey, fundada el 3 de mayo de 1 814, como la de cualquier lugar del mundo, es sitio usual de perdurable amor; cualquiera de estos sosegados hombres cuenta vivencias de dolor y tristeza, pero además de hipocresía de quienes, aunque pocos, no van a preservar los restos del familiar en un osario, sino en busca de sus prendas.

 Ese lugar sagrado es también parte de la cultura camagüeyana. En ese cuadrante, ligado a la Parroquia del Cristo del Buen Viaje, ubicación que imprime singularidad a este cementerio en relación con los restantes de Cuba, confluyen muchos estilos arquitectónicos.

 Desde lo neoclásico, con sus frontones y las columnas, las capillas que adornan la llamada calle de Los Ángeles… el arte decorativo dominado por la geometricidad y el uso del granito, el crucifijo, lámparas, hasta los cambios de nuestros días, atropellados en el rápido andar de la modernidad, se aprecian en la necrópolis.

 Allí, abrigadas en el tiempo, quedan muchas historias convertidas en leyenda como la de aquella niña, cuya debilitada y añeja bóveda se vino abajo al tratar de extraer sus restos, para dormir el sueño eterno, acompañada en la noche por la soledad, y durante el día por la mirada de los sepultureros.

 *Publicado en el periódico Adelante el 27 de marzo del 2010.