CAMAGÜEY.- Las casas, calles, espacios públicos y edificaciones, guardan un valor mágico adquirido por los hombres que las habitan o desandan. Sin embargo, ese carácter simbólico e identitario, que asume lo “inanimado”, sobresale en sitios como el Museo Plaza de la Revolución Mayor Ignacio Agramonte Loynaz, que hoy cumple dos décadas de fundada.

Quizá sea la vigilia del primero de diciembre el recuerdo más reciente al que remite ese lugar, en el que los habitantes de Camagüey reeditaron el compromiso de continuar el sendero del Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, a un año de su partida física.

La muerte es solo un vuelco poético hacia la eternidad, un “amago” del que “desaparece” y deja una obra visible. Así muchos llevan por dentro el discurso pronunciado por el Líder Histórico de la Revolución Cubana en 1989, tras nombrarse a la tierra de Agramonte sede del acto por el 26 de Julio. Aquel momento, estrenó el primer minuto de vida de la plaza y fungió como testigo de las visionarias palabras del presidente cubano:

 “(…) si mañana o cualquier día nos despertáramos con la noticia de que se ha creado una contienda civil en la URSS, o, incluso, que nos despertáramos con la noticia de su desintegración (...) ¡aún en esas circunstancias Cuba y la Revolución Cubana seguirán luchando y seguirán resistiendo!”.

Para el visitante, las dimensiones escultóricas del complejo monumentario resultan formidables y dignas de halagos. Los naturales, en su mayoría, conocemos que cada forma sostiene un concepto, una idea, la médula histórica que compone nuestra nación. En altorrelieves narra la pericia de aquellos patriotas que no aceptaron el yugo colonial español, resume las epopeyas del Ejército Rebelde, los triunfos alcanzados después de la gesta del ´59. El conjunto dialoga con la expresividad de una gran obra de arte. Se comunica en un lenguaje común de la libertad.

Delante de esa apología a nuestra independencia esculpida en roca, se alza la estatua de El Mayor. Su incorporación al complejo, en 1998, lo dejó oficialmente inaugurado. A partir de esa fecha, con la mirada fija hacia el norte, Ignacio indica como una brújula el rumbo victorioso, el mismo rumbo que orienta a sus coterráneos del siglo XXI ante los oprobios del extranjero. Él ha sido testigo del repudio a las tretas del gobierno norteamericano, entre ellas, la exigencia del retorno de Elián González Brottons, una batalla ganada con el filo de las ideas.

Con una capacidad para más de 100 000 personas, la explanada ha soportado el calor asfixiante de un archipiélago tropical. El frío inconstante y caprichoso. Sobre su dura consistencia, convive una mixtura de pasos y de deseos que se mezclan y separan. Todavía allí permanecen frescas las pisadas de quien rezó en voz baja junto a Juan Pablo II. Entre los poros perdura el ADN, la huella del que gritó ¡volverán! con la seguridad de que sus voces podrían mover montañas, devolverle a Cuba sus cinco hijos antiterroristas.

En el corazón del Monumento funcionan tres salones que bombean energía a la cultura y a la política provincial: el Protocolar Nicolás Guillén, donde se han reconocido a personalidades como Armando Hart Dávalos; el Jimaguayú, destinado a meditar en legado de Fidel y el Memorial, que expone de manera permanente las emulaciones del 26 de Julio alcanzadas por la región y, a su vez, acoge el Encuentro con la Historia, una actividad que afianza el conocimiento de los jóvenes estudiantes en esa materia.

Después de 20 años, los hombres continuamos construyendo la Plaza y la Plaza, a nosotros. Desde el corretaje del pionero que se dirige a su escuela, la delicadeza de los abuelos hacedores de tai chi o las emociones de una graduación universitaria, los más nimios detalles de la cotidianeidad, se cuelan en toda su extensión y la transforman en un ente que respira.