Cuando un niño tiene salud, el bienestar es para toda la familia. Una verdad que no se discute, porque esas criaturitas, además de alegrar la vida de quienes los rodean, merecen crecer en un ambiente sano y lleno de amor.

Sin embargo, según informes de la Organización Mundial de la Salud (OMS), se calcula que, en 2016, en todo el orbe, 155 millones de infantes menores de cinco años sufrían retraso del crecimiento, 52 millones presentaban un peso bajo para su talla y 41 millones tenían sobrepeso o eran obesos.

También refieren esos datos que aproximadamente un 40 por ciento de los lactantes de cero a seis meses se alimentan exclusivamente con leche materna, cifra todavía bien baja si se tienen en cuenta los múltiples beneficios de ese acto maternal como fuente de energía y nutrientes, y de protección contra infecciones gastrointestinales.

En los menores de un año es muy significativo el tipo de alimento que se suministra, la forma de preparación y la cantidad, porque esta etapa es decisiva para la adquisición de buenos hábitos alimentarios y un adecuado estado nutricional.

Cuando se llega a los seis meses de vida, las necesidades energéticas y nutritivas empiezan a ser superiores a lo que puede aportar la leche materna, lo cual no quiere decir que se elimine de la dieta, todo lo contrario, se recomienda seguir con ella hasta los dos años.

La alimentación complementaria debe efectuarse de manera correcta para que no se afecte el crecimiento y desarrollo del infante, de ahí que sean válidas varias recomendaciones, tales como mantener una buena higiene y manipulación de todo lo que ingerirá el niño, y empezar con pequeñas cantidades.

Una vez que el bebé haya aceptado una clase de alimento, es aconsejable esperar de tres a cinco días para añadir uno nuevo e incrementar la consistencia de acuerdo con el apetito y la respuesta del pequeño.

Especialistas en nutrición exhortan, además, ofrecer alimentos ricos en nutrientes, y si fuera necesario proporcionar suplementos de vitaminas y minerales.

Coinciden en que esa introducción de alimentos se comience con las frutas, aceptadas muy bien por los infantes, ya que aportan energía al ser fuentes de carbohidratos; vitaminas como la A y la C, necesarias para satisfacer los requerimientos de esa edad; minerales; antioxidantes y fibras que garantizan la adecuada digestión y asimilación.

Empezar con guayaba, piña, fruta bomba, mamey, plátano, tamarindo, melón y mango es lo más frecuente en Cuba.

Se sugiere en el caso de los vegetales, que aportan vitaminas y minerales, empezar con los amarillos, rojos y verdes, ricos en intermediarios naturales del metabolismo de las vitaminas y en particular de la A, como es el caso de los carotenos.

En la dieta de vegetales que los galenos cubanos recomiendan están el tomate y la zanahoria, no solo por su contenido en nutrientes, también por su fácil digestibilidad, baja toxicidad y tolerancia por el bebé.

Las viandas, que constituyen una excelente fuente energética y de fácil digestibilidad, son bien empleadas en la preparación de las papillas que se elaboran durante el primer año de vida, y a la vez facilitan una buena adaptación del menor para la incorporación posterior de alimentos sólidos.

Entre las preferidas están la malanga, la papa, el plátano, el boniato, la y la calabaza, rica en betacaroteno, compuesto involucrado en el metabolismo de la vitamina A.

Según bibliografía consultada, el desarrollo de la alimentación evoluciona desde la succión del pulgar, la nutrición con cucharilla hasta la ingestión de alimentos sólidos, de ahí que debe ser gradual y adecuada desde su nacimiento y durante los primeros años de la vida a fin de garantizar un desarrollo feliz.

De ahí la importancia de orientar a padres, tíos y abuelos sobre la relación que existe entre la lactancia materna exclusiva, la alimentación complementaria, el valor nutricional de lo que ingiere y las diferentes etapas de la evolución del pequeño, para que todos en casa disfruten de ese bienestar.