CAMAGÜEY.- Nadie puede negarlo: Camagüey es la ciudad de las iglesias. Así como no se puede hablar de este emporio sin destacar el valor patrimonial de sus tinajones, o el carácter único de sus arcos en el interior de las viviendas, tampoco puede hacerse sin reconocer la mezcla de misterio y heterogeneidad que le otorgan los ocho templos construidos antes de 1825 y los otros que se fundaron a principios del siglo XX.

Está claro que no se puede disertar sobre nuestra idiosincrasia sin antes recordar que en un proceso de casi cuatro siglos las ermitas pasaron a ser templos, los templos definieron las parroquias y estas a los barrios. Los barrios rodearon las plazas fraguando una identidad local, dibujada por sutiles diferencias entre los habitantes de cada uno.

Por supuesto que al negro esclavo le interesaba la iglesia católica lo mismo que le interesaba a sus antecesores indígenas. Y mientras los ricos hacendados iban a misa, negros y muchos criollos se las arreglaban para tocar el tambor: gente única se fue asentando en la barriga de Cuba.

Primeros pasos

Ciudad organizada -tal vez ni tanto- en estilo de plato roto, tuvo por murallas a las iglesias y por fosos medievales a los ríos Tínima y Hatibonico. Mas al pirata inglés Henry Morgan le importó bien poco que esta fuera la primera villa mediterránea fundada en Cuba, para saquearla hasta su saciedad.

Por eso en 1668 se robó hasta la primera campana llegada a esta urbe que, según cuenta la leyenda, fue lo único que sobrevivió en la travesía de los españoles cuando migraron desde el cacicazgo de Caonao, huyendo de los indios que se habían rebelado en Saramaguacán, resentidos por la ya tristemente célebre matanza perpetrada por las tropas del general Pánfilo de Narváez, en 1513.

Así las cosas, al representante del gobierno español Diego de Ovando no le quedó más remedio que buscar refugio en las tierras del cacique amigo Camagüebax, vasallo de Vasco Porcallo de Figueroa, señor de horca y cuchillo. De allí proviene, probablemente, el nombre de Camagüey, legitimado el 9 de junio de 1903.

Hurgando en el tiempo, hay numerosas hipótesis sobre la fecha y lugar exacto de la conformación del primer enclave español en estas tierras. Sin embargo un equipo de arqueólogos de Colombia, Argentina y Cuba, en 2012, descubrió una palangana de material vidriado verde del siglo XVI, fragmentos de botijas y otros elementos que corroboran, efectivamente, la hipótesis de Diego Velázquez de fundar un pueblo en el puerto situado casi al centro de la isla, que serviría de punto de recalada para los navíos.

Lo sorprendente de la excavación fue que en Punta del Guincho, en Nuevitas, fragmentos de loza inglesa, crema y perla, parte de una cazoleta, cañas de pipa hechas en barro, cerraduras de puertas, un raspador con huellas de uso por ambas caras y piedras de chispa con huellas de golpeo, señalan que no solo hubo españoles y que no todos se fueron de allí a las márgenes del Caonao, como hasta ahora se pensaba. Algunos colonizadores pudieron subsistir hasta finales del siglo XVIII. Ello conlleva a la idea de que no fue en busca de agua, sino de oro y población indígena que los europeos se lanzaron tierra adentro.

Quisimos iglesias y plazas y cultura propia

La fecha más acertada para conmemorar la fundación de la otrora villa de Santa María del Puerto del Príncipe, hoy Camagüey, es el 2 de febrero de 1514.

Las calles estrechas, los edificios bajos, las casas de amplias fachadas pintadas de vivos colores con grandes ventanas le dan a toda la urbe un sello característico que recuerda aquellas viejas ciudades andaluzas.

Un signo cultural inestimable del tejido urbano camagüeyano, y que contribuyó a la declaración de un área del Centro Histórico como Patrimonio Cultural de la Humanidad, son sus plazas fundacionales, erigidas en el centro de las estructuras simbólicas del poder que nos legaron los españoles: la iglesia y el ayuntamiento.

En el peregrinar de los conquistadores hacia mejores tierras siempre hubo una cruz, o una campana, o algo que les recordara la religión que profesaban. Es difícil enmarcar con exactitud el lugar de la primera ermita, pero pruebas fehacientes apuntan a que en 1693 muchos pobladores se agrupaban en torno a la llamada Plaza Mayor, donde radicaba un pequeño santuario de madera y yagua que de a poco se convirtió en parroquial mayor.

Aquella fue también la Plaza de Recreo, de La Reina, de Armas, de la Constitución y hasta hoy uno de los lugares más importantes de la urbe no solo por la estatua del inmortal Ignacio Agramonte, sino por las cuatro palmas que desde mediados del siglo XIX se erigen como estandarte de la libertad para homenajear a quienes ofrendaron sus vidas por el suelo patrio.

Asimismo donde estuvo ubicada la Plaza de la Merced se encuentra actualmente una ceiba centenaria que indica el mismísimo centro de la ciudad. Otras historias, que representan la identidad de sus moradores, se tejen en torno a la Plaza del Carmen, la de la Soledad, la del Cristo, la de San Juan de Dios y la del Padre Tríana.

Identidad que por un lado reunió a gente tan sabia como "El Lugareño", Gertrudis Gómez de Avellaneda o Aurelia del Castillo y tan rumbera como los negros que se agruparon en torno a la Plaza de El Carmen. Gente orgullosa y sincera, escandalosa en la rumba y refinada en el teatro, se asentó con cultura propia; sedimentando, en cinco siglos, el historial de la suave comarca de pastores y sombreros.

El Mayor renace

Una historia, una piazza

La plaza de las chismosas

Plaza de La Soledad

Plaza San Juan de Dios

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