Nuestros patriotas respondieron a la acción enemiga con la quema de la ciudad de Bayamo, en tanto otro grupo, trató de desconocer la dirección de Céspedes, situación que apuntaba a la necesidad de crear una efectiva unidad independentista, materializada en el establecimiento de un Estado en la manigua que facilitara la labor de un frente común anticolonial.

Es así que el 10 de abril representantes de Oriente, Camagüey y Las Villas se congregaron en Guáimaro.

Por Oriente asistían cuatro delegados encabezados por Céspedes; los camagüeyanos eran cinco, Salvador Cisneros Betancourt Ignacio Agramonte, Miguel Betancourt Guerra, Antonio Zambrana y Francisco Sánchez; seis fueron los villareños animados por Miguel Jerónimo Gutiérrez.

Hasta ese momento en el campo insurrecto existían dos banderas y dos gobiernos, y entre las figuras dirigentes también se manifestaban ideas diversas sobre determinados asuntos como el de la esclavitud, y la organización que debían tener el ejército y la nación.

En tales circunstancias no le era posible a movimiento revolucionario alguno alcanzar el triunfo, y mucho menos recibir el reconocimiento del resto de las naciones del Continente, y especialmente de los Estados Unidos.

Llegado el momento de la Asamblea los villareños se unieron ideológica y políticamente a los camagüeyanos, dejando a los orientales en minoría, por eso no es de extrañar que en la adopción de importantes acuerdos, sobre todo en los relacionados con la mayor o menor radicalización de la contienda, se verían sus resultados en el curso ulterior de los acontecimientos.

El principal acuerdo de esta Asamblea fue la redacción de la Constitución, a cargo de Agramonte y Zambrana.

Carlos Manuel de Céspedes asumió la presidencia de la República de Cuba en Armas; Salvador Cisneros presidente del órgano legislativo, con Miguel Jerónimo Gutiérrez de vice; Ignacio Agramonte y Antonio Zambrana fueron designados secretarios, aunque el primero renunció rápidamente para reincorporarse a la lucha. En las secretarías de Guerra, Hacienda, Exterior e Interior se ubicaron respectivamente Francisco Vicente Aguilera, Eligio Izaguirre, Cristóbal Mendoza y Eduardo Agramonte Piña. Manuel de Quesada como general en jefe.

Como apuntara Enrique Collazo en su libro sobre la Guerra de los Diez Años titulado Desde Yara hasta el Zanjón, (...) si el día de la declaración de la República se hubiera oído en Guáimaro los disparos de los rifles o de los cañones enemigos, hubiéramos tenido una Constitución menos republicana y un gobierno más adecuado a nuestras necesidades. Lo hecho en Guáimaro es prueba patente de la inexperiencia, de lo lejos que se estaba de la realidad (...) Hicieron una República con una Constitución modelo, cuando aún no teníamos un palmo de tierra seguro en que clavar nuestra bandera... hicieron ciudadanos cuando necesitábamos soldados, dieron en fin, al recién nacido el régimen de vida de un hombre de edad madura (...)

Otra cuestión analizada fue la abolición de la esclavitud, lo que quedó plasmado en el Artículo 24 que consigna que "Todos los habitantes de la República son enteramente libres".

Fidel Castro, en su histórico discurso pronunciado en Camagüey en ocasión del centenario de la caída en combate de Agramonte, reflexionaba al respecto:

(...) Pero es la realidad que, pese a la pureza de principios, el patriotismo y la honradez de los cubanos, aquellas instituciones no marcharon, y en aquellas circunstancias no pudieron marchar tal como ellos las habían concebido, tal como ellos las habían idealizado.

Era muy difícil que en aquellas condiciones de guerra las instituciones republicanas pudieran funcionar adecuadamente. Surgieron discrepancias entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo, aunque en la realidad, y de acuerdo con la Constitución, el poder supremo lo tenían la Cámara de Representantes, que podía nombrar y destituir al Presidente de la República, nombrar y destituir al General en Jefe, y tenía plenas atribuciones para intervenir en la marcha de la guerra.

Céspedes era partidario de un mando más centralizado, de la concentración de los mayores poderes posibles para dirigir la guerra. Prevaleció un criterio opuesto e indiscutiblemente estos hechos y lo complejo de las circunstancias trajeron numerosas dificultades (...)

A pesar de tales argumentos, en Guáimaro se dio el paso decisivo hacia la constitución de la nación cubana, se abrió la puerta principal a la consolidación de nuestra nacionalidad, de nuestra identidad.

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