CAMAGÜEY.- Hay asuntos de la historia local que no debemos pasar por alto, especialmente porque sin lugar a dudas Camagüey fue uno de los escenarios más destacados en la Guerra de los Diez Años, donde luego de la caída en combate de Ignacio Agramonte asume el mando de la región Máximo Gómez.

Recién comenzaba 1874, la presidencia de la República de Cuba en Armas y la Cámara de Representantes habían aceptado la propuesta del Generalísimo de llevar la invasión a Las Villas dado el debilitamiento que allí experimentaban nuestras fuerzas, para luego de su recuperación, continuar hasta Occidente y expandir la guerra por toda la Isla.

Como apuntamos al inicio, Gómez estaba al frente de las fuerzas del Camagüey y también contaría para esta oportunidad con las huestes villareñas, replegadas en nuestro territorio, y un contingente de 500 infantes orientales, los que sumaban en total unos 700 hombres.

Establecido el campamento a inicio de febrero, en el lugar conocido como El Naranjo, en las estribaciones de la Sierra de Najasa, al sureste de este territorio, cuando alrededor de las cuatro de la tarde del día 9 los exploradores informan al Generalísimo que una columna enemiga de las tres armas con más de dos mil españoles, había acampado en San José, a una legua aproximada del lugar.

Gómez mostró preocupación ante tal noticia, dada la posibilidad de establecer combate, sobre todo porque una acción bélica de semejante magnitud ponía en peligro la invasión a Occidente. No obstante se preparó para ello.

Al día siguiente cuando ya el enemigo se acercaba el Jefe militar le ordena al alférez Carlos Martell que, en compañía de ocho soldados salga a atraerlos hacia el propio campamento, pues de antemano había elaborado un plan consistente en presentar combate de manera combinada la caballería y la infantería.

Justamente en Mojacasabe el Alférez topa con el adversario, contra el que abrió fuego de fusilería para rápidamente volver junto a los suyos.

El combate se desarrolló con relativa intensidad ya que tantos cubanos como españoles pasaban de la ofensiva a la defensiva y viceversa.

Al producirse una pequeña tregua, Gómez aprovechó para reorganizar las fuerzas, recoger los cadáveres y atender a los heridos; por su parte Báscones, el jefe de la columna española, también preparó una ofensiva general con la adopción de una formación de combate desplegado.

En poco tiempo ambas fuerzas reanudaron la lucha; esta vez nuestros infantes, protegidos por las palmas, rechazaron la ofensiva española, quienes tenían su caballería prácticamente inmovilizada, sin posibilidades de lanzarse en una carga contra los insurrectos, amén de que sus flancos quedaran debilitados y corriendo el riesgo de ser envueltos por la caballería mambisa.

En tales circunstancias Gómez ordenó realizar una maniobra de engaño al cuadro enemigo que se había adelantado, consistente en la aproximación de un grupo que favorecido por el humo del combate, regresaría a ocupar su posición inicial.

El enemigo quedó desconcertado, sus contendientes aparecían y desaparecían con extrema facilidad, por lo que el jefe español determinó retroceder nuevamente hacia el arroyo, donde acampan.

Durante cinco horas, entre las nueve de la mañana y las dos de la tarde de aquel 10 de febrero, se combatió intensamente. Una prueba de la violencia de aquel combate lo evidencia que a Gómez le mataron un primer caballo, a otro lo hirieron con una granada y terminó la pelea montado en un tercero.

Con los albores del amanecer del día siguiente personalmente El Generalísmo salió a reconocer las posiciones del enemigo y observó su marcha en retirada, por lo que ordenó perseguirlos hasta darles alcance en Mojacasabe, donde arremetió hasta el agotamiento del parque y retornar victorioso, en tanto el brigadier Báscones llevó sus batallones en cuadro pelado y a los heridos en camillas.

Trescientas bajas sufrieron los españoles mientras que nuestros mambises lamentaron la pérdida de ocho compatriotas y no más de setenta heridos, de ellos 21 de gravedad.

A decir de quienes se dedican a investigar el tema de las acciones militares de El Generalísimo, fue aquí donde demostró su agudeza extraordinaria al conceder importancia extrema a las posiciones y movimientos tácticos del enemigo, estudiándolas bien para poder batirlo; valoró los puntos ofensivos para neutralizarlos y restarles efectividad, la persecución constituyó un modelo.

La inferioridad numérica y en armamentos de los cubanos, una vez más logró el triunfo gracias al coraje de los hombres y la genialidad del Jefe.

En parte de guerra escrito por Máximo Gómez consta:” (…) el enemigo rompió entonces el fuego de su artillería, avanzando por el frente y flancos cuadros de infantería, en que se apoyaban sus escuadrones. Era, sin duda, inconveniente, ordenar una carga en esas circunstancias, mas temiendo que nuestra posición cayese en su poder si continuaba avanzando el enemigo, traté de quitarle el primer impulso, y con ese fin, al frente de mis ayudantes y algunos jinetes, me aproximé al cuadro del frente, distrayendo su caballería, con el verme débil, trató de cargarnos, y emprendí entonces una falsa retirada con alguna lentitud, mientras me forzaba el general Sanguily con los suyos, y unidos nos lanzamos a la carga matando jinetes al machete, o arrojándolos sobre aquel cuadro compacto, que también fue rechazado por nuestra infantería, y obligado a buscar protección en la manigua del arroyo que se tiende a lo largo de nuestro campamento.

Mientras tanto generalizado el combate, la caballería, según órdenes cargó al cuadro de los españoles, que intentaron flanquear nuestra derecha a tiempo que la infantería se batía rudamente por la izquierda, ganando terreno, hasta desalojar al enemigo del palmar en que se había situado, obligándolo a ampararse en los escombros de la casa de Naranjo y de la manigua del arroyo (...)

Esta nueva victoria se sumaba a las de La Sacra y Palo Seco, consolidándose con ellas la posición de Cuba frente a España en los campos de batalla.

Así se desarrollaron los combates de El Naranjo y Mojacasabe.