CAMAGÜEY.- Acusados de mancillar la tumba de Don Gonzalo Castañón, periodista defensor a ultranza del sistema de sometimiento a que nos tenía sometido su país, y se decía más, que los muchachos habían rayado el cristal de la tumba, tirado las coronas de siemprevivas y sacado los huesos del ataúd.

El "muerto ofendido" había sido director del periódico La Quincena, y había muerto en Tampa durante un duelo con un revolucionario cubano allí emigrado.

¿Qué sucedió realmente?

Los estudiantes, cansados de esperar al profesor, salieron del anfiteatro a la espera de la próxima clase de Disección, sin encontrar otra cosa que hacer que ponerse a dar vueltas por entre las tumbas y por la plaza situada delante del Cementerio de Espada. Uno tomó una rosa y nada más.

Dionisio López Robert, gobernador político y acusador, se basó en lo que le dio el celador del cementerio, sin embargo, no escuchó al capellán administrador de la necrópolis quien alegaba que esas rayas cubiertas por el polvo, él las había visto hacía mucho tiempo.

Como si fuera poco, 45 jóvenes fueron detenidos el día 25 de noviembre, incluso muchos que no estaban presentes en los sucesos de dos días antes. El juicio comenzó a las doce de la noche del día 26.

"... por la fuerza, por la violencia, y pisoteando el principio de autoridad, quieren sobreponerse a la zana razón, a la ley...", expresaba Don Francisco Capdevila, capitán del ejército español que asumiera la defensa de los jóvenes, y apenas pudo concluir porque tuvo que acudir a su espada para defenderse de quienes le ofendieron, e incluso pidieron que rodara su cabeza.

Los voluntarios que estaban al servicio de los comerciantes españoles, llenos de odio contra los criollos, se agitaron de tal modo que enfurecidos recorrían las calles de La Habana pidiendo la muerte de los jóvenes, sitiaron el Palacio y cercaron las cárceles. Pedían a gritos sangre.

Es así como se nombra un nuevo Consejo de Guerra que centró sus deliberaciones en el número de víctimas que saciaría la furia de los amotinados, fijando el máximo de ocho.

Alonso Álvarez de la Campa, José de Marcos y Medina, Carlos Augusto de la Torre (camagüeyano), Eladio González, Pascual Rodríguez, Anacleto Bermúdez, Angel laborde y Carlos Verdugo, fueron los "elegidos".

Del total de enjuiciados 31 fueron a parar a las canteras con penas entre seis años y seis meses, en tanto dos resultaron indultados: uno miembro del Cuerpo de Voluntarios y otro descendiente de norteamericanos.

No por repetida la historia habrá que darla por aprendida; cada 27 de noviembre es preciso rememorar la triste historia del año 1871 cuando la ciega furia del colonialismo español apagó de manera más cruel e injusta la vida de ocho estudiantes de medicina.