CAMAGÜEY.- La guerra de liberación emprendida por los revolucionarios cubanos liderados por Fidel Castro en diciembre de 1956, con el desembarco de la expedición del yate Granma por el oriente del país y el comienzo de la lucha guerrillera en la Sierra Maestra, sostenidamente fue inclinándose a favor de las fuerzas rebeldes.
El grupo inicial de combatientes creció en efectivos en las semanas posteriores, sobre todo con el campesinado de la zona, y de manera progresiva sacando triunfos militares a base de heroísmo, disciplina y de la puesta en práctica de una estrategia bélica que asestó cada vez más duros golpes a la tropa de la tiranía.
Tras resistir y repeler ofensivas enemigas, el mando revolucionario estuvo en condiciones de extender el área de acción, primero en la región oriental, y después hacia el occidente, y en el verano de 1958 salieron con este fin de las montañas de la Sierra Maestra las columnas de los comandantes Camilo Cienfuegos y Ernesto “Che” Guevara.
Les siguió el 18 de septiembre la Columna 11 Cándido González (uno de los expedicionarios mártir del “Granma”) para operar en la antigua provincia de Camagüey, que entonces ocupaba los actuales territorios agramontino y de Ciego de Ávila, y partes de Las Tunas y Sancti Spíritus.
La misión se desarrollaría en un terreno mayormente llano, con algunas elevaciones en la franja norte, y sobre todo colmado de enemigos concentrados allí por el régimen para tratar de contener el avance rebelde.
Ante esta situación, el acatamiento de las órdenes, la disciplina, resultaba fundamental y fue lo que no ocurrió en la noche del 26 de septiembre por el capitán Jaime Vega, jefe de la columna, quien había recibido instrucciones precisas de la Comandancia del Ejército Rebelde de no marchar en vehículos.
Esa noche la tropa rebelde estaba en unos montes del sur de Camagüey y su posición había sido descubierta por una emboscada que se le hizo a una fuerza enemiga. Por lo tanto la ubicación del campamento de los revolucionarios era conocida.
Había que actuar con rapidez y orden para evitar el cierre de un seguro cerco, pero contrario a lo que señalaban las instrucciones y varios oficiales rebeldes de la columna, Vega decidió avanzar hacia el este en camiones, a pesar de la extrema gravedad de la situación, que recomendaba marchar con sigilo, mucho cuidado y exploración.
Un vecino de la zona se ofreció para servir de guía, y a caballo marcha al lado del auto donde van los jefes de la “Cándido González”, mientras los demás guerrilleros les siguen en cuatro camiones.
A las 2:10 de la madrugada del 27, los rebeldes se acercan al caserío de Pino Tres. Unos pocos kilómetros al sur estaba el batey del central Macareño.
El automóvil pasa despacio la vía férrea que sirve para trasegar la caña de azúcar y detiene la marcha. El primer camión que va detrás lo hace en medio de la línea. Silencio. Oscuridad.
De momento se oye la expresión “¡Fuego a la lata!”, que grita estentóreo el guía traidor mientras se aleja veloz en la bestia, y cae sobre los rebeldes un infierno de fuego que cercena vidas, hiere, hace quejar, obliga a actos de valentía para llevar en hombros o a rastras a los heridos a un sitio seguro. La retirada es desordenada.
La columna había caído en una emboscada del ejército batistiano, con la “ayuda” del falso guía. En la acción murieron 19 combatientes y dos heridos fueron rematados por la soldadesca. La orgía de sangre no había terminado.
Hacia el pequeño hospital llevaron a 11 combatientes con diferentes tipo de heridas de bala, y empezaron a ser atendidos por personal médico y de enfermería del sitio, y otros que se trasladaron desde Santa Cruz del Sur.
Pero unas horas después montaron a los rebeldes en un camión con el pretexto de llevarlos, fuertemente custodiados, para seguir recibiendo atención en Santa Cruz del Sur.
Nada de eso. A unos pocos kilómetros de Macareño, en un lugar conocido como La Caobita, los revolucionarios fueron masacrados cobardemente.
En total 33 integrantes de la columna guerrillera perdieron la vida en aquella fatídica jornada, y otros resultaron capturados y asesinados en días posteriores.
A pesar del revés, la “Cándido González” se reorganizó y operó con movilidad en las serranías de la parte norte camagüeyana e hizo incursiones por los llanos.
En el lugar de la emboscada, existe un monumento a los mártires de la acción, y allí reposan los restos de varios de aquellos hombres valientes y abnegados que decidieron luchar por la liberación total de la Patria.