El 31 de julio de 1957 el pueblo de Santiago de Cuba, con inmenso dolor, pero masivo, patriota y desafiante como nunca antes, enterró a los combatientes de la lucha clandestina Frank País García y Raúl Pujol, asesinados el día anterior por esbirros de la dictadura batistiana.

A 59 años de aquella masacre de la tarde del 30 de julio, el pueblo de la heroica ciudad y el de Cuba entera todavía detiene los relojes, hace memoria y vive emocionado el recuerdo de sus héroes.

Frank País García, casi todos lo saben, con solo 22 años se había convertido en su natal Santiago en el alma del combate urbano y clandestino, coordinador y recaudador de fondos, armas, logística y todo tipo de apoyo a la guerra que libraba el Ejército Rebelde en la Sierra Maestra, liderado por Fidel Castro.

Aquel joven maestro, hijo de inmigrantes gallegos, descolló desde muy joven como dirigente estudiantil. Inteligente, de acendrados valores, casi desde la cuna lo acompañaron una notoria sensibilidad, amor por el saber y la justicia social. Su mirada y su educación expresaban una nobleza y sencillez poco comunes.

En 1956 organizó el levantamiento del 30 de noviembre en Santiago de Cuba, en apoyo al desembarco del yate Granma que viajaba desde México con 82 expedicionarios, también encabezados por Fidel, decididos a reiniciar el combate libertario definitivo.

La fuerza de la actividad incansable de Frank creó una amplia organización revolucionaria, a la cual incorporó numerosos jóvenes estudiantes y obreros. Además, buscó el apoyo de personas de todas las edades y sectores sociales.

Al conocer sobre los crímenes, Fidel Castro expresó: "No puedo expresar la amargura, el dolor infinito que nos embarga ¡Qué bárbaros!, lo cazaron en la calle cobardemente valiéndose de las ventajas de que disfrutan para perseguir a un luchador clandestino.

¡Qué monstruos! No saben la inteligencia, el carácter, la integridad, que han asesinado".

El policía Luis Mariano Randich Jústiz, antiguo conocido de la Escuela Normal de Maestros, identificó a Frank País ante el jefe del operativo, un connotado asesino apellidado Salas Cañizares.

En las inmediaciones del Callejón del Muro y San Germán atravesaron su cuerpo con una ráfaga de ametralladora, a la que sumaron otros disparos a quemarropa. Doña Rosario, su madre querida, dijo: ‘Conté y taponé treinta y seis perforaciones en el cuerpo de mi hijo, y no seguí porque me parecía que le dolía’.

Raúl Pujol Arencibia nació el dos de diciembre de 1918 en el municipio de Palma Soriano, actual provincia de Santiago de Cuba. Fue llevado tempranamente por sus padres a Santiago.

Trabajó como mensajero y fue aprendiz de dependiente de ferretería.

En tiempos del asalto al cuartel Moncada, Raúl contribuyó a salvar la vida de varios sobrevivientes a quienes se les perseguía con saña.

Fue uno de los fundadores de la Resistencia Cívica santiaguera. Su hogar y ferretería fueron puestos a disposición del Movimiento 26 de Julio.

Calificada por Vilma Espín como la más colosal e imponente demostración de duelo que se haya visto en Cuba, el día de los funerales no abrió ningún comercio. La ciudad entera se paralizó mientras la enorme muchedumbre luctuosa e indignada, llenó unas 20 cuadras en apretada marcha.

Los participantes del cortejo no temieron en llamar monstruos y asesinos a los sicarios a viva voz, se escuchó repetidamente el clamor de ¡Libertad!, ¡Libertad!, ¡Viva la Revolución!, y el pedido sordo y sostenido de huelga.

Desde muchos balcones, techos y ventanas llovieron pétalos y flores al paso solemne de los féretros. Frank iba ataviado con el uniforme verde olivo rebelde, con grados de coronel y en su pecho reposaban la boina, el brazalete del Movimiento 26 de Julio y una rosa blanca.

La conmoción originada desató protestas y una huelga que abarcó a la antigua provincia de Oriente y otros puntos del país, en solidaridad y homenaje a los revolucionarios masacrados. Lejos de intimidar o detener la Revolución , la dictadura no había hecho sino impulsarla.

“Es Santiago de Cuba, no os asombréis de nada”, escribió en agosto de 1957 el poeta Manuel Navarro Luna.

Y en su poema dijo más: Hay muertos que, aunque muertos, no están en sus entierros; / hay muertos que no caben en las tumbas cerradas/ y las rompen, y salen, con los cuchillos de sus huesos,/ para seguir guerreando en la batalla...! Así ocurrió en la tarde de batalla en que Santiago de Cuba, hace 59 años, se levantó como un puño.