Ese día el jefe hispano llegó al lugar  del encuentro  seguro de que solo tendría que explicar las condiciones del Pacto del Zanjón,  divulgar cómo había sido aceptado por la inmensa mayoría de los insurrectos, tener unas palabras caballerosas con sus adversarios y todo concluiría con un apretón de manos y la firma de la paz.

Durante esas jornadas los cálculos del calificado general peninsular no se basaban en falsas esperanzas. Máximo Gómez escribió en su diario poco antes del hecho: “Se nota una desmoralización completa y los ánimos todos están sobrecogidos; tanto por las operaciones constantes del enemigo como por la división de los cubanos”.

También Tomás Estrada Palma, presidente de la República en Armas,  fue detenido por una delación y su sustituto, Francisco Javier de Céspedes, renunció al cargo y  Gómez también dimitió como Secretario de la Guerra. La insurrección prácticamente estaba descabezada de sus órganos de dirección y todo era favorable al Pacto del Zanjón.

Con esos antecedentes la comitiva española arribó a Mangos de Baraguá y después de la presentación de los respectivos oficiales, realizada por ambos jefes, el general Maceo, sin esperar por más formalidades, comunicó a Martínez Campos el desacuerdo con el pacto firmado, porque no establecía la independencia de Cuba ni la abolición de la esclavitud.  

— Pero es que ustedes no conocen las bases del convenio del Zanjón, le acotó Martínez Campos.

— Sí, interrumpió Maceo, y  “porque las conocemos es que no estamos de acuerdo con lo pactado en el Zanjón; no creemos que las condiciones allí estipuladas justifiquen la rendición después del rudo batallar por una idea durante diez años y deseo evitarle la molestia de que continúe sus explicaciones porque aquí no se aceptan".

De todas formas el jefe ibérico trató de leer el documento, pero Maceo se lo impidió:

— Guarde usted ese documento, que no queremos saber de él.

Lo único que acordó el frustrado general en la entrevista fue el reinicio de las hostilidades en un plazo de ocho días para que las tropas pudieran regresar a sus respectivos territorios.

Fue entonces que la tensión se rompió cuando  el capitán cubano  Fulgencio Duarte exclamó: “¡Muchachos, el 23 se rompe el corojo!”, mientras que Martínez Campos espoleó su caballo y partió a galope del lugar.

Maceo aquella entrevista, supuestamente acordada para ultimar detalles para la rendición, la convirtió en un hecho político, una declaración de principios que salvaría los ideales independentistas, además de ganar tiempo para reorganizar la lucha y purgar las filas insurrectas de traidores y claudicantes.

Aunque la lucha no pudo continuar por causas objetivas, el Titán de Bronce  salvó la continuidad del ideal independentista y su gesto resultó decisivo para años después llevar a cabo la Guerra Necesaria, obra esencial de José Martí,  quien diría  : “Tengo ante mí la Protesta de Baraguá, que es de lo más glorioso de nuestra historia”.

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