A finales de octubre de 1895, los servicios de inteligencia informaron al capitán general español en Cuba, Arsenio Martínez Campos, que desde el oriente del país había salido un contingente insurrecto dirigido por el Lugarteniente General Antonio Maceo y el Generalísimo Máximo Gómez para llevar la guerra al occidente de la Isla.

Martínez Campos fue nombrado en su cargo poco después del estallido revolucionario del 24 de febrero de 1895, recibió refuerzos de tropas frescas  y contaba con unos 180 mil hombres y 42 generales, frente a los cuatro mil mambises invasores armados con lo que le arrebataban al enemigo.

Además, los peninsulares tenían el más moderno armamento para la época, que incluía el mortífero fusil máuser, diseñado en 1893 y que por su alto poder de fuego y alcance, se esperaba acabara con la carga al machete insurrecta, principal táctica ofensiva de los cubanos, que poco después resultó ratificada al quedar regularmente destruidas y dispersadas las formaciones hispanas ante el filo del acero, a pesar del novedoso rifle.

Las fuerzas de la metrópoli defendían, además, en forma escalonada, el acceso al occidente con trochas, pueblos fortificados, ingenios y columnas móviles usando los más de dos mil kilómetros de vías férreas que enlazaban las ciudades y regiones de una ínsula larga y estrecha.

De esta forma parecía  infranqueable  el acceso los mambises hacia las zona donde se encontraba la principal producción azucarera, indispensable para sacar recursos para la contienda.

En opinión de los más calificados analistas militares de aquellos momentos,  la invasión insurrecta era una locura en términos militares y una magnífica oportunidad estratégica  para el mando español de liquidar el movimiento separatista.

Para el mando criollo llevar la guerra a todo el territorio nacional  era un objetivo determinante con el fin de alcanzar la victoria y estuvo en los planes iníciales de José Martí, Gómez y Maceo, sobre la base de la experiencia de la Guerra de 1868.

La campaña, además de acabar con el soporte económico hispano en la Isla y dividir sus fuerzas al obligarlos a combatir en múltiples escenarios, permitiría la llegada de más expediciones de armas con pertrechos y hombres por las zonas costeras controladas por el Ejército Libertador y sería un factor importante en el reconocimiento mundial de la lucha de los cubanos.

Una tras otra fueron cayendo ante Gómez y Maceo las trochas, emboscadas y maniobras del cerco ibérico, ante la astucia estratégica de ambos jefes militares que en el centro de la Isla confundieron a Martínez Campos, con una supuesta retirada hacia oriente que hizo cantar victoria y destapar botellas de champán en el Palacio de los Capitanes Generales, al considerar que ya era cosa de perseguir y destruir a las fuerzas cubanas que huían en desbandada antes que tocaran los montes orientales.

Pero poco les duró el entusiasmo cuando los jefes mambises culminaron su estrategia y dieron marcha atrás a sus cabalgaduras dejando a miles de soldados que en tropel de caballería y en convoyes de trenes los perseguían.
Lograron con el llamado Lazo de la Invasión dejar abierto el camino hacia Matanzas y la capital, sobre lo cual Gómez escribiría más tarde que los españoles “los empujaban” en su marcha hacia el occidente.

En su avance, no dejaron  de combatir ni un solo día desde el inicio de la invasión el 22 de octubre de 1895 desde los Mangos de Baraguá y hasta que llegaron a la provincia de La Habana, donde prácticamente tomaron todos los pueblos del interior de la capital, como ocurrió durante su paso por  Camagüey, Las Villas y Matanzas.

Para entonces, el Capitán General Arsenio Martínez Campos pasó las navidades de 1895  preparando los planes de defensa de la ciudad, rodeado de acaudalados y nerviosos jefes de voluntarios especializados solo en reprimir cobardemente a los patriotas desarmados en las calles de La Habana y  en robar el presupuesto de la comida de los infelices quintos del ejército español, aquejados por las inclemencias del clima y sin preparación militar para enfrentarse al Ejército Libertador.

La etapa final de la invasión ocurrió con la entrada del Titán de Bronce en Pinar del Río y su llegada al pueblo más occidental, Mantua, el 22 de enero de 1896, después de derrotar a las tropas hispanas que quedaron prácticamente cercadas en la cabecera de esa provincia; mientras Gómez se mantuvo entre La Habana y Matanzas en constante movimiento y combatiendo en toda la región, en tanto le cuidaba la puerta de Pinar del Río al Lugarteniente General como  él mismo escribió.

Durante los tres meses de la histórica marcha, los mambises recorrieron cerca de mil 800 kilómetros, libraron  27 combates, ocuparon 22 poblaciones importantes y arrebataron al enemigo dos mil 036 fusiles y 67 mil cartuchos, luchando siempre en una desproporción de fuerzas, hazaña que consagró al prestigio del Ejército Libertador en una gesta considerada en su tiempo como el hecho de armas más glorioso de la centuria.

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