Sin embargo, se imponía correr el riesgo para hacer valer la voz de Cuba en esa institución  ante las campañas de mentiras y difamación sobre la Revolución  elaboradas por las matrices de propaganda norteamericana y replicadas por la inmensa mayoría de los medios en el mundo, con el fin de crear condiciones para  un ataque contra el territorio caribeño.

El líder cubano había visitado  Estados Unidos en abril de 1959  y fue recibido por el vicepresidente Richard Nixon, a quien  15 minutos  de entrevista les bastaron para calificarlo de enemigo y proponer  un curso de acción para derrotar a quien llevaba menos de seis meses en el poder.

Para agosto de 1960,  un  grupo de altos jefes  de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) interrumpieron su rutina veraniega para organizar, junto con la mafia, el asesinato de Fidel Castro, ordenado urgentemente por las más altas instancias de esa agencia, quizás previendo su cercana visita. 

Además, fueron  emitidas medidas que pretendían aislarlo -en unión del resto de la delegación-,  en los límites de la isla de Manhattan mientras estuviera en la referida urbe, ante lo que Cuba respondió aplicando similares restricciones al embajador norteamericano en las demarcaciones de la barriada capitalina de El Vedado.

La policía  limitó  el acceso de los simpatizantes de la Revolución  alrededor del hospedaje y lugares que visitaba Fidel, pero protegió a los  contrarrevolucionarios que escenificaron hechos terroristas en los que murió una niña venezolana, alcanzada por unos disparos hechos por ellos y de inmediato se desató una fuerte campaña de prensa amarillista que acusaba a los representantes  oficiales cubanos  como responsables y clamaban hasta por llevarlos a los tribunales.

A menos de 24 horas después de su arribo a suelo estadounidense, la gerencia del hotel Shelburn, donde se hospedaron los miembros de la delegación cubana inicialmente, notificó  que debían abandonar dicho lugar  y  les  robaron cinco mil dólares depositados como garantía de pago.  Ninguna  instalación hotelera importante accedió a acogerlos por presiones del gobierno.

El líder cubano ordenó empacar las  mochilas y  dirigirse a la sede de la ONU  para acampar en sus jardines, mientras denunciaba ante la prensa  las agresiones de que era objeto y hacia pública su decisión de no desistir en su derecho de asistir a la Asamblea de la Organización.

En el edificio de la ONU, el secretario General secretario general Dag Hammarskjold, quien no salía de su asombro, recibió  a Fidel  y no tuvo más remedio que callar ante los sólidos argumentos de su interlocutor, quien señalaba la necesidad de trasladar de sede de la institución internacional por falta de garantías para su funcionamiento.

Entonces todo cambió, los grandes establecimientos accedieron a recibir a los cubanos, pero el líder revolucionario decidió aceptar el ofrecimiento solidario de Love Woods, dueño del hotel Theresa, una humilde instalación en el barrio  negro de Harlem, con lo cual convirtieron los alrededores del inmueble en un permanente acto de multitudes que lo aclamaban y resultaba imposible de controlar por los planes pre establecidos por la policía.

Hasta allí  fue el premier soviético, Nikita Jrushov, a saludar a Fidel, quien se entrevistó con innumerables personalidades norteamericanas, incluyendo al líder negro Malcon X.

Todo este clima de inseguridad  contra  la delegación estaba regido por la metodología de la CIA contra los que consideraba adversarios, denominada “asesinato del carácter” y consistente en la aplicación en serie de medidas sicológicas y de intimidación para llevar a cabo  sus objetivos.

Pero la carta final  estaba a cargo del mafioso Walter Martino, quien tenía la misión de plantar una carga de explosivos en el Parque Central de Nueva York, donde hablaría Fidel, acción que fue neutralizada al ser detenido su autor por la policía que custodiaba esa plaza.

El 26 de septiembre de 1960, el entonces Primer Ministro cubano pronunció su memorable discurso en la XV Asamblea General de las Naciones Unidas, en el cual demostró que la administración estadounidense atacaba a la Isla y defendía los intereses imperialistas de los grandes consorcios nacionalizados; y  apoyó las causas de los pueblos del Tercer Mundo, lo que suscitó el apoyo de la mayoría de los países del mundo.   

En una parte de su intervención, Fidel reveló una comunicación del gobierno cubano al de Estados Unidos el 27 de enero de 1960, favorable a las negociaciones entre ambos países  y rechazada por  la Casa Blanca, en el  que expresaba:

“Las diferencias de opinión entre ambos gobiernos que pueden existir como sujetas a negociaciones diplomáticas, pueden resolverse, efectivamente, mediante tales negociaciones. El Gobierno de Cuba está en la mejor disposición para discutir sin reservas  y con absoluta amplitud todas esas diferencias y declara expresamente  que entiende  que no existen obstáculos  de clase alguna que impidan  la realización de esas negociaciones “(…)

Tuvieron que transcurrir 55 años en los que EE.UU. aplicó todos los medios a su alcance para acabar con el proyecto cubano, para que esos mismos conceptos formen parte del  nuevo discurso de la actual administración estadounidense, que  reconoce el fracaso de la anterior política que se comenzaba a diseñar en aquel lejano y difícil año de 1960.

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