Si la primera vez, en octubre de 1869 con 16 años de edad, no estaba involucrado a fondo en la lucha independentista, en esta ocasión su estatus resultaba completamente diferente: era un conspirador con todas las de la ley.

Desde el 31 de agosto del año anterior se encontraba en Cuba, tras nueve años de haber sido deportado, y ahora, como aquella vez, claramente comprometido con la libertad de la Patria. Sus acciones lo afirman.

A mediados de marzo de 1879  Martí asistió a una reunión de conspiradores que preparaban un nuevo levantamiento armado contra el mando español y en ella es designado vicepresidente del fundado entonces Club Central Revolucionario Cubano, con sede en La Habana.

Más tarde el Comité Revolucionario Cubano, radicado en Nueva York y dirigido por el Mayor General Calixto García, lo nombró subdelegado en la Isla.

En aquella época, él trabajó en el bufete de su amigo Nicolás Azcárate, donde conoció a Juan Gualberto Gómez, y luego en el de Miguel Viondi, quien al ver los constantes encuentros de los dos jóvenes comprendió sus andanzas conspirativas y decidió darles un pequeño local para sus entrevistas.

El 21 de abril siguiente fue invitado a que hablara en un homenaje al periodista Adolfo Márquez Sterling en un acto en los altos del café El Louvre.  Ante un auditorio embelesado por su oratoria, Martí ratificó con claridad y certeza su posición política de ser partícipe de la independencia de la Patria, alejándose de las posiciones de liberales y de los que pretendían mantener el régimen.

“El hombre que clama vale más que el que suplica,…, los derechos se toman, no se piden; se arrancan, no se mendigan” fueron frases que con valentía expuso.

No había que ser muy ducho en política para saber que quien aquello dijera era un independentista entero y las autoridades coloniales ya le habían echado el ojo paras entonces.

La  preparación de la nueva contienda iba de prisa. Como en otras regiones de Cuba, en la capital se recogieron fondos y se mandaron a Nueva York para la compra de armas y la organización y envío de expediciones.

José Martí apenas tenía tiempo para estar con su esposa camagüeyana Carmen Zayas Bazán y su pequeño hijo José Francisco. Estaba completamente sumergido en la acción revolucionaria y en el trabajo de maestro en el Colegio Plasencia y como pasante en el bufete de Viondi.

Las autoridades peninsulares sabían que algo se tramaba, pero a pesar de ello no pudieron impedir que a fines de agosto ocurrieran levantamientos independentistas en varios sitios del país. Comenzó entonces la que se llamó Guerra Chiquita, la segunda que buscó la libertad de la ínsula.

El 17 de septiembre de 1879 Martí había invitado a Juan Gualberto a almorzar en su modestísima vivienda en Amistad 52, entre Neptuno y Concordia, cuando alguien llamó a la puerta y Carmen fue a atender el reclamo.

En 1925 Juan Gualberto recordó este día:
 “…la señora de Martí dijo a éste en voz alta: ‘El señor que vino hace rato a buscarte, y al que dije la hora que te podía ver, es el que ha vuelto. Dice que termines de almorzar, pues no tiene prisa y te esperará.”

Más adelante escribió:
 “…Martí se levantó y, con la servilleta aún en la mano, pasó a la sala de recibo. Tras breves instantes, volvió a la mesa y con calma absoluta, dijo a su esposa: ‘Que me traigan enseguida el café, pues tengo que salir inmediatamente’, y siguió para su cuarto…  Servido el café por la sirvienta en esos instantes, vino Martí a la mesa, y de pie sorbió de su tasa unos cuantos buches de café, y dirigiéndose a mí me dijo: ‘Tome su café con calma: usted se queda en su casa, y dispénseme, pero es urgente lo que tengo que hacer.”

A instancias de Carmen, Juan Gualberto siguió a Martí y su incógnito acompañante hasta verlos entrar en la estación de policía de Empedrado y Monserrate. No había dudas: Estaba de nuevo preso. Su amigo se apresuró en avisarle a Azcárate, quien logró que se levantara la incomunicación del detenido y a su vez hizo que Viondi eliminara periódicos y documentos comprometedores.

Se dice que el general Ramón Blanco, gobernador de Cuba, le ofreció a Martí sacarlo del proceso si declaraba públicamente su adhesión a España.

La respuesta fue como un latigazo:
 -Díganle ustedes al general que Martí no es de raza vendible.
 Unos pocos días después, el 25 de septiembre, abordó en calidad de preso el vapor Alfonso XII con destino a España.

Iba deportado otra vez. Regresaría clandestinamente a Cuba en la tempestuosa noche del 11 de abril de 1895 por el oriente de la isla. Lo haría como un soldado de la Patria que ya estaba de nuevo en armas contra el coloniaje, en lucha por la independencia.

{flike} {plusone} {ttweet}