José Martí  permaneció los últimos días de 1891 en cama, debido a una bronco laringitis, atendido solícitamente  por médicos cubanos, en un hotel de Cayo Hueso, adonde llegó jornadas antes, al parecer sin abrigarse lo suficiente, invitado por los clubes revolucionarios de tabaqueros motivados por conocer sobre la creación  del Partido Revolucionario Cubano (PRC).

 El cinco de enero de 1892, ya más recuperado de la dolencia, se reunió nuevamente con  los compatriotas emigrados para anunciar la nueva etapa en la cual entraba la  revolución, y el 10 de abril siguiente anunció la proclamación del Partido al que se sumarían  las asociaciones cubanas y puertorriqueñas en el extranjero.

 Ese proyecto, propuesto y concebido por Martí,  sería el primero que a finales del siglo XIX dirigiría un movimiento popular  de independencia nacional contra una potencia colonialista como España y haría posible el inicio de la Guerra Necesaria.

 Las Bases del Partido asumían que el objetivo primero era lograr la independencia de Cuba y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico, y definía la próxima contienda  como “generosa y breve”, encaminada a asegurar en la paz y el trabajo, la felicidad de los habitantes de la Isla.

 Para ello  se  perseguía “Fundar un pueblo nuevo y de sincera democracia, capaz de vencer los peligros de la libertad, restaurar la hacienda y salvar al país de los peligros internos y externos que lo amenacen”.

  Además, se proponía unir a todos los revolucionarios y recaudar los fondos necesarios “sin compromisos inmorales ni con hombre, ni entidad alguna”.


 La responsabilidad y vocación internacionalista de la independencia cubana se reflejó en otro de sus objetivos: el de cumplir en “la vida histórica del continente, los deberes difíciles que su situación geográfica le señale”.

    Igualmente incluía un reglamento secreto, el cual especificaba que la organización del PRC estaba basada principalmente  en los clubes y asociaciones de emigrados, quienes por sus representantes elegirían anualmente o ratificaran a la máxima dirección  de Partido, y el Delegado rendiría cuentas de sus funciones a esas instancias.

  Tanto en ese documento rector de la contienda bélica, como en el Manifiesto de Montecristi y toda la obra política de Martí,  sobresalen  dos vertientes fundamentales.

  Ellas son el fomento de una república libre de los errores del caudillismo y dictaduras con que nacieron las primeras naciones de Nuestra América después de la independencia a principios del siglo XIX;  e impedir  la expansión del naciente imperialismo norteamericano.

  No obstante, la idea de un Partido para dirigir la revolución  no transitó por camino fácil y requirió del Héroe Nacional una actividad que en no en pocas ocasiones afectó su quebrantada salud.

  La separación del Apóstol del plan Máximo Gómez-Antonio Maceo en 1884, al considerar que  llevaba el peligro  del caudillismo, le hizo  madurar  la necesidad de diseñar una organización política superior para la conducción de la Guerra Necesaria y para unir a todos los patriotas, con el fin de salvar a la Revolución  de las divisiones que tanto  afectaron a la primera emancipación, la de los Diez Años.

  Posteriormente, ambos líderes apoyaron el programa del PRC y serían decisivos en su consolidación y la conducción de la guerra tras la caída del Apóstol, lo que probaría cómo eran ajenos a cualquier tendencia sectaria en las filas revolucionarias.

    En 1882 Martí  escribió una carta al generalísimo Máximo Gómez, sobre las tendencias anexionistas que afectarían la causa emancipadora perturbada por el cercano fracaso del Pacto del Zanjón en 1878, con el cual culminó la guerra de 1868.

  Le argumentó en su misiva a Gómez (…) “Pero si no está en pie, elocuente y erguido, moderado, profundo, un partido revolucionario que inspire, por la cohesión y modestia de sus hombres, ya la sensatez de sus propósitos, una confianza suficiente para acallar el anhelo del país, ¿A quién  ha de volverse, sino a los hombres del partido anexionista que surgirán entonces?(…)”


  Desde unos pocos años antes de crear el Partido Revolucionario Cubano, argumentó  que había que "...impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América".

 Cuando ya estaba cumpliendo el sueño de sentirse "verdaderamente hombre" en su Patria -según expresó- y se aprestaba a organizar en la manigua las estructuras del partido,  escribió la conocida carta a Manuel Mercado, poco antes de caer en combate, en la cual deja establecido que su misión era la de impedir que los EE.UU. realice su destino imperialista en América Latina.  

  Esa organización después de la muerte del Maestro, ya no fue la misma y aunque sirvió como instancia aglutinadora y de apoyo  logístico efectivo a la guerra desde el exterior, no pudo cumplir con sus principales postulados de lograr una nueva Patria y servir de valladar al emergente imperio norteamericano.

   Una de las primeras instituciones a liquidar por los interventores norteamericanos fue el PRC, disuelto por Tomás Estrada Palma en 1898, cuando fungía como Delegado sustituto,  y la tarea se complementaría con el desarme  y desmovilización del Ejército Libertador también en igual año.