CAMAGÜEY.- La Coubre había atracado esa mañana en el muelle Pan American Docks, de la rada habanera. En forma de hongo, una primera explosión estremecía La Habana¸ minutos después de haber llegado al lugar cientos de personas que acudieron en auxilio de las víctimas, cuando estaban en labores de rescate, una segunda explosión barrió con todo, para convertir aquello en un dantesco panorama de piernas, brazos, cabezas…, entremezclados con pedazos de hierro, madera y objetos de todo tipo que caían a distancia.

Casi un centenar de personas perdió la vida, incluidos los obreros que descargaban la mercancía, los custodios y marinos franceses; otras 200 sufrieron lesiones graves, quemaduras, o quedaron mutilados.

Eran las 3:10 de la tarde del 4 de marzo de 1960 cuando se produjo el criminal sabotaje al vapor francés que, procedente de Bélgica arribó a nuestro país cargado de armas adquiridas por la Revolución para su defensa.

Aquel genocidio era la prueba más contundente de que el imperialismo sí tenía un marcado y especial interés en dejar indefensa a la Revolución Cubana.

Al día siguiente, el 5 de marzo, en el entierro de las víctimas, Fidel explicaba los detalles de los hechos y denunciaba ante el mundo el crimen.

Es entonces que nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro pronuncia por vez primera la inmortal consigna de ¡Patria o Muerte!

La joven Revolución, instaurada victoriosamente en el poder hacía poco más de un año, había tenido que transitar por un camino minado de presiones y agresiones de todo tipo, para desestabilizar el proceso en marcha y voltear en retroceso las páginas de la historia.

Desde mediados del ’59 la contrarrevolución había comenzado a fortalecerse con la anuencia del Senado estadounidense, el que en audiencias de la subcomisión de Seguridad Interna propugnó una corriente de “desarme latinoamericano” apoyada por criminales batistianos, políticos desplazados y desertores del Gobierno Revolucionario, y de las filas de las Fuerzas Armadas.

Aquel proyecto incluyó la solicitud, y algo más, a Inglaterra para que no le cambiara a Cuba un lote de 15 aviones de retropropulsión “Hunter Hawk” por los “Sea Furies” vendidos a Batista en el ’58, lo que coincidía con las primeras incursiones de aviones yanquis sobre nuestro territorio.

Es importante señalar que por esa época también el Congreso norteamericano acordó otorgarle a su Presidente mayores facultades para suspender la ayuda a todo país que confiscara alguna de sus propiedades en el extranjero, sin que mediara algún tipo de compensación, lo que indudablemente estaba dirigido a asfixiarnos económicamente.

Resulta imprescindible enumerar un listado de acciones saboteadoras, que van desde la fracasada invasión organizada desde República Dominicana, bombardeos a centrales azucareros, a zonas costeras, embarcaciones pesqueras…

La hipocresía llegó a su clímax cuando a finales del mes de octubre el embajador yanqui aquí visita a nuestro presidente Osvaldo Dorticós para expresarle la “preocupación” de su Gobierno respecto a las relaciones entre ambos países, pues al parecer, apuntaba en nota oficial, Cuba se empeñaba en sustituir la tradicional amistad entre ambos pueblos con muestras de desconfianza, aseverando que por su parte mantendrían, como hasta ese momento, una política de no intervención en los asuntos internos de Cuba, a la vez que rechazaba con indignación cualquier inferencia de sus funcionarios u otro tipo de actividad ilegal contra nuestro país.

Es conocido que Washington llegó a presionar a Gran Bretaña para impedir que se nos vendieran aviones de combate, justamente cuando más los necesitábamos para defendernos; Cuba fue acusada de atentar contra la paz caribeña, en tanto los Estados Unidos reforzaba su guarnición en la Base Naval de Guantánamo y realizaba ejercicios anfibios frente nuestras costas, las de Panamá y Puerto Rico…

No escaparon a los planes del Pentágono la eliminación física de nuestros principales dirigentes y otros macabros engendros como la conocida Operación Peter Pan, y mientras estos eran llevados a la práctica, Dwigth D. Eisenhower no cesaba de manifestar estar desinteresado en intervenir en los asuntos internos de Cuba.

Contrario a lo que expresaba el inquilino de la Casa Blanca, las agresiones de todo tipo se intensificaban.

Aquel memorable y doloroso 5 de marzo de 1960 nuestro Máximo Líder expuso cómo el Gobierno inglés admitió la presión de los Estados Unidos para impedirles que cumplieran el contrato, incluso en la propia fábrica y con el Ministro de Relaciones Exteriores, gestión infructuosa, de ahí que la fiera enfurecida buscara otra vía.

Miles de compatriotas acompañaron a los hermanos muertos en emotiva concentración en las inmediaciones de la metrópolis de Colón.

Fidel, en medio de la consternación y admirado por la actitud del pueblo que en la víspera había acudido en ayuda de sus compatriotas, desafiando el peligro, destacaba:

Quien haya visto lo que ayer hicieron los cubanos (…) puede estar seguro de que nuestro pueblo es un pueblo en condiciones de defenderse, es un pueblo capaz de avanzar hasta contra los hongos de las bombas nucleares (...) a lo que añadió que no existía otra alternativa que (...) aquella con que iniciamos la lucha revolucionaria, la de libertad o la muerte; solo que libertad quiere decir algo más todavía, libertad quiere decir patria, y la disyuntiva nuestra sería: ¡PATRIA O MUERTE!

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