La quietud de la mañana del 10 de diciembre de 1903 fue rota en la bahía de Guantánamo y bandadas de patos levantaron vuelo desde los manglares de sus orillas ante los 21 cañonazos disparados desde el moderno Acorazado Kearsarge, en saludo a la ascensión en su mástil de la bandera de las barras y las estrellas con que se anunciaba el comienzo de la jurisdicción de buena parte de ese territorio del Alto Oriente cubano como base naval y carbonera.

 Fue tanta la humillación que provocó aquel saqueo para el pueblo cubano que ningún alto representante del gobierno insular participó en el acto que inició una ocupación extranjera impuesta a la nación hasta nuestros días.

 Las apariencias legales de la farsa se complementarían poco después, el 16 de febrero de 1903, hace 119 años, en una íntima ceremonia en el palacio de Gobierno, cuando ante la presencia de satisfechos diplomáticos estadounidenses, el presidente anexionista Tomás Estrada Palma, acompañado de sus principales colaboradores, con una sonrisa a medio esbozar firmó el convenio de arriendo de la base naval durante el tiempo que fuera necesario.

 Comenzaba así a cumplirse lo estipulado en la Enmienda Platt, impuesta a la Asamblea Constituyente cubana por Estados Unidos, con el chantaje de iniciar la retirada de las tropas yanquis solo después de que se aceptara la enmienda como apéndice de su Constitución, que estableció junto a otras prerrogativas el derecho a intervenir y la cesión a perpetuidad de las bahías que escogiera el país norteño para uso militar.

La base de Guantánamo le permitió a EE.UU. contar con un apoyo fundamental a su armada para ejercer su supremacía hacia la región de América del Sur, en sus rutas con Europa, y el control de comunicación entre el Mar Pacífico y el Atlántico que abriría el estratégico Canal de Panamá, cuya conclusión fue en 1914.

 Con el triunfo de la Revolución, la Base Naval de Guantánamo se convirtió rápidamente en una plataforma de permanente agresión al país, mediante el apoyo a organizaciones contrarrevolucionarias y redes de la CIA, que recibían de ese enclave todo el soporte material necesario e inclusive, resultó el lugar escogido para un plan de autoagresión, que realizarían mercenarios con armas salidas de los almacenes de ese enclave, tras el propósito de justificar una invasión a la Isla.

Como resultado de esas agresiones fueron asesinados los combatientes fronterizos Ramón López Peña y Luis Ramírez López, en 1964 y 1966, respectivamente; así como en 1961 Rubén López, humilde trabajador y conocido revolucionario; y en 1962 el pescador y miliciano Rodolfo Rosell, crímenes que nunca se han esclarecido por las autoridades estadounidenses.

 Desde 1994 prevalece un clima de distensión en el área fronteriza, gracias a la voluntad cubana de evitar provocaciones en el perímetro de la instalación norteamericana devenida además, de forma también ilegal, en centro de detención y tortura de prisioneros, como consecuencia de la llamada guerra contra el terrorismo, lo cual ha sido denunciado reiteradamente por instituciones defensoras de los derechos humanos en el orbe.

Aunque la mafia miamense, representada en el legislativo estadounidense, no renuncia a sus viejos sueños de convertir la base en escenario de provocaciones, ahora promueve una iniciativa sin precedentes ante el presidente Joe Biden para transformar el enclave militar en lugar de atención masiva de los cubanos que solicitan y tramitan documentación para viajar a Estados Unidos y otras gestiones, mientras se mantiene cerrada a esos servicios la sede estadounidense en La Habana.

 Los propios promotores de la burda trampa exponen que, de presentarse cualquier “desorden” en la base y sus alrededores, las autoridades militares podrían responder a lo que calificarían como una agresión a la seguridad nacional de Estados Unidos.

Cuba rechazará esta nueva provocación y no renunciará a su derecho de ver devuelto el territorio ocupado por la Base Naval de Guantánamo, para resarcir la afrenta a la Patria que se consumó con el oprobioso acuerdo que entregó un pedazo del país al imperio en aquel lejano 16 de febrero de 1903.