CAMAGÜEY.-“Señores magistrados: nunca un abogado ha tenido que ejercer su oficio en tan difíciles condiciones. Nunca contra un acusado se había cometido tal cúmulo de abrumadores irregularidades”. Así inició Fidel Castro su alegato de autodenfensa hace 67 años, juzgado, junto a otros compañeros, por las heroicas acciones de los asaltos al Cuartel Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. Desde el banquillo, aquel hombre enjuició a la tiranía imperante y dignificó al pueblo cubano, con su intervención, conocida como La Historia me Absolverá.

Era un 16 de octubre de 1953. Esta vez el proceso judicial, celebrado en una pequeña sala del Hospital Civil Saturnino Lora, no sería tan fácil como pensaba el aparato de la tiranía antes de dar inicio a la sesión. En ese lugar, se alzó la palabra del joven decidido a derribar el vil rostro del régimen imperante y a denunciar la desidia total de un gobierno que había abandonado las necesidades espirituales y materiales básicas de su nación.

Siempre con la imagen del más universal de los cubanos, José Martí, dignificó en su verbo los destinos de la nación, si hubiera triunfado en “el Moncada”. “Traigo en el corazón las doctrinas de El Maestro, y en el pensamiento las nobles ideas de todos los hombres que han defendido la libertad de los pueblos”, y con esas convicciones se refirió a los seis problemas fundamentales que aquejaban al país y que debían solucionarse con una profunda revolución.

“Basta ya de estar pagando con limosnas a los hombres y mujeres que tienen en sus manos la misión más sagrada del mundo de hoy y del mañana, que es enseñar”, así planteó Fidel la necesidad de reivindicar a los maestros cubanos, pilares en la formación de las generaciones. Además de la educación, el abogado también proyectó el de mejorar los renglones de la industrialización, el desempleo, la vivienda, la salud y la tierra.

Ante la mirada de las autoridades de la justicia batistiana, el “culpable” expuso cómo el 85% de los campesinos cubanos pagaban renta y sufrían la constante amenaza del desalojo. Mientras, más de la mitad de las parcelas que trabajan se hallaban en manos de compañías extranjeras. Con voz sentenciosa se hizo eco de las más de 400 mil familias del campo y de la ciudad que vivían hacinadas. Se pronunció por los más de un millón de desempleados y el 90% de los niños del ámbito rural que eran día a día afectados por los parásitos.

Y como buen aprendiz del ideario martiano, al que llevó tatuado en su alma, manifestó en su discurso como “cuando hay muchos hombres sin decoro, hay otros que tienen en sí el decoro de muchos (…) Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad (…) En esos (…) va la dignidad humana”. En otro momento resuenan de nuevo sus frases con matices independentistas“(…) se nos enseñó a querer y defender la hermosa bandera de la estrella solitaria (…) Nacimos en un país libre que nos legaron nuestros padres, y primero se hundirá la Isla en el mar antes que consintamos en ser esclavos de nadie”.

Durante su intervención, Fidel deja al descubierto los crímenes y las vejaciones de los esbirros contra sus amigos de armas tanto del Cuartel Moncada, como del Carlos Manuel de Céspedes: “El militar de honor no asesina al prisionero indefenso después del combate, sino que lo respeta; no remata al herido, sino que lo ayuda…”, e invitó al ejército rival a abandonar sus hostiles métodos y a “(…) ser ante todo, humanos en la lucha”.

En los instantes culminantes de su defensa, el Líder Histórico de Revolución Cubana retoma la figura de José Martí como guía principal de su acción y pensamiento: “Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre (…) Pero vive, no ha muerto (…) hay jóvenes que en magnífico desagravio vinieron a morir junto a su tumba (…) ¡Cuba, qué sería de ti si hubieras dejado morir a tu Apóstol!”.

Una de las expresiones que devino en un símbolo de ese escenario, fue la trascendental “Condenadme no importa, la historia me absolverá”. Y como en una acertada profecía, Fidel, contra viento y marea, cuando parecía que todo estaba perdido, reorganizó un Ejército Rebelde que peleó por el bien común de los hijos de su Patria y les devolvió el orgullo con el Triunfo de la Revolución Cubana, el 1ro de enero de 1959.