El 10 de febrero de 1878 fue firmado en el cuartel español de San Agustín del Zanjón, Camagüey, el Pacto del Zanjón, acordado entre el General Arsenio Martínez Campos y representantes del Comité del Centro, organizado para facilitar las conversaciones de paz tras disolverse la Cámara de Representantes del Gobierno en Armas, ya que por la Constitución de Guáimaro no podía aceptarse un armisticio sin antes lograr la independencia total de España.

Ese día fue de triunfo para Martínez Campos, que culminó la guerra a cambio de vanas promesas de otorgarle a Cuba el mismo estatus que a Puerto Rico, que solo representaban aparentes cambios en la administración colonial, la libertad a los esclavos que pelearon en las filas insurrectas y la posibilidad para los cubanos de formar partidos políticos bajo la premisa de “olvidar el pasado” y aceptar el dominio hispano y reformas graduales.

José Martí, en plena etapa de preparación de la Guerra Necesaria al referirse al triste final de la Guerra de los Diez Años, dijo: “Nuestra espada no nos la quitó nadie de la mano, sino que la dejamos caer nosotros mismos”.

Las palabras del Apóstol reflejaron la verdadera situación dentro del campo cubano, afectado por la gran escasez de recursos y el propio agotamiento por más de nueve años de guerra y por las crisis internas de las instituciones de dirección revolucionaria.

No obstante, mientras avanzaba la traición en las filas insurrectas, en las regiones del oriente del archipiélago el mayor general Antonio Maceo y su hermano José, junto a otros jefes que conformarían una nueva dirigencia proveniente de las clases populares y formada en el crisol de la guerra, alcanzaron triunfos relevantes como los de la Llanada de Juan Mulato, Tibisí y la victoria sobre el batallón de San Quintín.

Tales combates demostraban que la contienda no estaba perdida para los mambises como propugnaban los conciliados con la Península.

Antonio Maceo rechazó de plano las condiciones del Pacto del Zanjón ante el Comité del Centro que intentó convencerlo, y reafirmó su determinación y la de sus compañeros de seguir la guerra y culminarla cuando lograran la independencia y la abolición de la esclavitud.

Martínez Campos consideró que en una entrevista con el líder insurrecto podría convencerlo y el histórico encuentro del jefe español con el Titán de Bronce fue acordado para el 15 de marzo de 1878, lo cual pasaría a la historia como la Protesta de Baraguá, al tomar el nombre del lugar donde se celebró el intercambio.

El jefe mambí puso de manifiesto su intransigencia revolucionaria y rechazó la paz del Zanjón ante su principal promotor, al tiempo que dejó clara su voluntad y la de sus seguidores de continuar la lucha.

La Protesta de Baraguá, considerada por Martí de lo más glorioso de nuestra historia, dio respuesta a la infamia de concluir la lucha y salvó para todos los tiempos la causa de la independencia cubana que se retomaría en su etapa decisiva el 24 de febrero de 1895, con el inicio de la Guerra Necesaria.

El líder de la Revolución, Fidel Castro, al abordar este duro momento de la historia patria en el discurso por el Centenario del inicio de la gesta independentista planteó:

(…) aquella lucha heroica fue vencida no por las armas españolas sino vencida por uno de los peores enemigos que tuvo siempre el proceso revolucionario cubano, vencida por las divisiones de los mismos cubanos, vencida por las discordias, vencida por el regionalismo, vencida por el caudillismo; es decir, ese enemigo —que también fue un elemento constante en el proceso revolucionario— dio al traste con aquella lucha.”