Desde el inicio de la guerra de 1895-1898, el colonialismo español no tuvo una nueva estrategia para enfrentar la insurrección y cifró sus esperanzas en la construcción de una trocha militar en la región de Júcaro a Morón para atravesar la Isla de norte a sur con fortificaciones, trincheras, emplazamientos artilleros, línea férrea y alambradas, para impedir inútilmente el paso de los mambises.

Pero la frustración llegó hasta el Palacio de los Capitanes Generales, en La Habana, cuando conocieron que Máximo Gómez y un contingente de insurrectos cruzaron la trocha en mayo de 1896, lo cual conllevó a que, con el fin de enfrentarlo en las llanuras camagüeyanas, fueran enviados unos dos mil hombres integrantes de dos batallones de infantería, un escuadrón de caballería, dos piezas de artillería y otras fuerzas formadas por guerrilleros.

En Camagüey, Gómez fortaleció la disciplina y la organización de las fuerzas independentistas y, como en la Guerra de los Diez Años, dirigió una campaña exitosa contra las tropas españolas enviadas en su contra y fue en el potrero de Saratoga donde nuevamente se impuso al enemigo.

Las fuerzas hispanas estaban bajo el mando del experimentado general Adolfo Jiménez Castellanos en un campamento en la zona de Saratoga, y organizaron su defensa con los amplios recursos de logística y armamentos que incluían el fusil máuser, modelo 1893, con un alcance de alrededor de mil metros y abundantes municiones, mientras que los cubanos apenas contaban con cinco disparos por combatiente.

Mediante la exploración, el Generalísimo conoció el movimiento de la columna enemiga que por otro lado era imposible que pasara inadvertido ante los ojos de los agentes y campesinos colaboradores de los mambises.

En esos días José Miró Argenter escribió: “Máximo Gómez conserva inalterables sus aptitudes de batallador y los rasgos típicos de su carácter. (…) Espíritu batallador, modelo vivo de lealtad republicana, luchó diez años contra la iniquidad de los españoles, y nuevamente les plantea el duelo con la arrogancia de un joven paladín”.

El Generalísimo decidió el ataque, a pesar de las ventajas del enemigo, y escribió en su Diario de campaña: “En el potrero Saratoga, a las 4 de la tarde del 11, encuentro acampado al enemigo, que no obstante las magníficas posiciones que ocupa, le ataco con decisión.

El enemigo se defiende y en la noche suspendo el ataque general, sin dejarle tranquilo en toda la noche el fuego de mis guerrillas”.

Precisiones sobre esos hechos indican que el combate se libró del 9 al 11 de junio de 1896, al determinarse que las fechas del Diario de Gómez corresponden a una reconstrucción posterior.

Sobre lo que debe concernir a la segunda jornada del combate, el jefe insurrecto relató que duró todo el día sin lograr desalojar a los españoles y resumió los resultados de ese día al decir: “He sufrido ya 50 bajas entre muertos y heridos; y de caballos más de 100. La noche ha suspendido otra vez lo reñido del combate y siguen funcionando las guerrillas”.

Los españoles recibieron mil hombres más de refuerzo, lo cual le permitió a la descalabrada columna emprender la retirada y quedaron los mambises dueños del campo de batalla.

Gómez destacó en su Diario: “No nos atrevemos nosotros a decirlo, pues nos hubiera parecido exagerado, pero lo ha dicho el general español Jiménez Castellanos, jefe de los contrarios: que el combate librado en Saratoga, corre pareja con la Batalla de las Guásimas”.

En las Guásimas, considerada una de las más sangrientas batallas en la Guerra de los Diez años, los españoles sufrieron frente a las tropas mambisas más de mil bajas entre muertos y heridos.

La victoria cubana en Saratoga significó la consolidación de la guerra en Camagüey, demostró que el sistema de trochas era vulnerable y resultó un rotundo fracaso para el Capitán General Valeriano Weyler.