En las primeras horas del 15 de abril de 1961 en el aeropuerto de Puerto Cabezas, en Nicaragua, ocho bombarderos B-26 con las insignias de las Fuerzas Aéreas Revolucionarias (FAR) despegaron y tomaron rumbo a Cuba, con la misión de atacar con tres aviones el aeródromo de Ciudad Libertad, otros tres a la base de San Antonio de los Baños y el resto bombardearían el aeropuerto de Santiago de Cuba.

La campaña mediática que acompañó el ataque trató de imponer la mentira de que las naves eran de las FAR, cuyos integrantes se habían rebelado contra el gobierno revolucionario, embuste que poco duró ante la respuesta militar, diplomática y política de la Isla.

Esa arremetida estaba concebida para acabar con la fuerza aérea cubana y obtener la superioridad de los aviones invasores, tras el fin de  apoyar el desembarco posterior por Playa Girón y Playa Larga, en la costa sur de la provincia de Matanzas, en la región de la Ciénaga de Zapata, donde existía inclusive un aeródromo.

En ese lugar se pretendía establecer una cabeza de playa para un gobierno títere que sería reconocido por EE.UU. y un grupo de sus aliados y cipayos del continente, con lo que se legalizaría inclusive la intervención de fuerzas estadounidenses para invadir el país.

A miles de kilómetros del lugar, en Estados Unidos, el jefe de la CIA, Allen Dulles, se mostraba en su despacho exultante y seguro del éxito de tan irreal plan y con la luz verde de la Casa Blanca  inició con ese ataque traicionero la Operación Pluto, una invasión de mercenarios de más de mil efectivos, artillería y tanques, inspirada en la que en 1954 derrocó al gobierno guatemalteco, que se había atrevido a realizar una limitada reforma agraria que afectó a la empresa United Fruit Company.

La seguridad del político y primer espía estadounidense se basaba en la prepotencia de su poder y subestimación del pueblo cubano, de la dirección revolucionaria y principalmente de su máximo líder, el joven Comandante Fidel Castro, por ello es  seguro que Dulles no se molestó siquiera en estudiar un claro mensaje que el entonces Primer Ministro envió en una intervención pública el 31 de diciembre de 1960.

“Estamos seguros de que hay un error de apreciación (…) que la intervención en Cuba es una especie de “weekend”. Y alertó: “Nosotros estamos seguros de que alguna estimación muy errónea está sirviendo de base a esos planes.” Y no se equivocó en lo más mínimo.

En enero de 1961 asumió la presidencia de la Unión, John F. Kennedy, quien perdió la oportunidad histórica de suspender la agresión en marcha que heredó de la anterior administración, y sobre todo de evitar la mayor derrota del imperialismo estadounidense en la región al confiar en el hasta entonces infalible Dulles, con su operación sustentada en equivocados cálculos en los que trastocaba por realidad sus deseos.

Los hechos se encargaron de demostrar que la Operación Pluto era un fracaso desde su arrancada. El ataque no logró sus objetivos, ya que días antes los aparatos en activo se habían desconcentrado por indicación de Fidel y solo se dejaron viejos equipos inservibles como señuelos. A eso se sumó  el efectivo fuego antiaéreo de artilleros adolescentes que derribaron posiblemente a dos aviones y averiaron a varios de los bombarderos mercenarios.

Pero además el ataque frustrado, al ser preludio de la acción principal, tuvo un resultado contraproducente al comprometer el factor sorpresa de la invasión.

Un  reporte de la CIA, desclasificado más de 30 años después de los sucesos, recoge que: "Los informes iniciales de los pilotos indicaron que el 50% de la capacidad aérea de Castro quedó destruida en Ciudad Libertad, de un 75% a un 80% en San Antonio de los Baños, y la destrucción en Santiago de Cuba incluyó dos B-26, un DC-3, un Lodestar, y un T-33 o Sea Fury. Los estudios de las fotografías aéreas y las interpretaciones posteriores indicaron que los daños fueron mucho menores".

En las ciudades, esencialmente, gracias a la fundación el 28 de septiembre de 1960 de los Comités de Defensa de la Revolución, los órganos de la Seguridad del Estado contaron con una colaboración esencial para detener a la mayoría de los elementos desafectos en las jornadas previas a la invasión, con los cuales el enemigo contaba para sus planes subversivos y terroristas en la retaguardia.

Mientras, las unidades de las milicias y del Ejército Rebelde que combatían a los alzados, principalmente en el Escambray, recibieron órdenes de la dirección del país de acrecentar las maniobras de cerco y de combate a los bandidos, que poco o nada pudieron hacer para secundar los planes del desembarco.

También en el plano político y diplomático, el máximo líder cubano dio instrucciones al canciller Raúl Roa para que denunciara en la ONU el ataque y Cuba ganó el apoyo de gran parte de la humanidad, en un nivel tal que el presidente Kennedy canceló un segundo ataque contra las bases cubanas por sus escrúpulos de quedar como agresor de un territorio pequeño.

Pero si algunos en la Casa Blanca todavía conservaban ilusiones de que se pudiera repetir lo ocurrido en Guatemala, el autoengaño duró muy poco, ya que a 24 horas del fallido ataque, el 16 de abril en el entierro de la víctimas de la agresión a Ciudad Libertad en La Habana, el Comandante en Jefe declaró el carácter socialista de la Revolución, y  con la consigna de ¡Patria o Muerte! comenzó a fraguarse la derrota de los mercenarios antes de que desembarcaran en las arenas de Playa Girón y Playa Larga.