CAMAGÜEY.-Aunque los tiempos de ahora no son menos épicos, para los cubanos que vivimos aquella euforia del triunfo revolucionario del 1ro. de Enero de 1959 no hay nada comparable a esa expresión de júbilo que nos desbordó.

La tenebrosa y larga noche de la dictadura proimperialista de Fulgencio Batista, que oprimía a Cuba desde el 10 de marzo de 1952, había caído descabezada a los pies del Ejército Rebelde comandado por Fidel Castro Ruz, el que organizó a los jóvenes en el Centenario del Héroe Nacional José Martí, con los que asaltó los cuarteles Moncada, en la oriental provincia de Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en la ciudad Bayamo en 1953, el que sufrió dura prisión largos meses por esos hechos, el que fue liberado por la presión popular, el que continuó la lucha, ahora con México como escenario, para preparar el desembarco del  yate Granma en 1956, con 82 hombres bajo su mando y que a partir de allí condujo la guerra emancipadora desde las montañas de la Sierra Maestra hasta el 1ro. de Enero del ‘59.

Como si fuera ahora, recuerdo el paso triunfal de la Caravana de la Libertad del Ejército Rebelde, de Oriente hasta Occidente, con ríos de gente gritando ¡gracias Fidel! por la libertad conquistada, como también rememoro sus proféticas y lúcidas palabras en uno de sus primeros discursos, de que la lucha más dura para cambiar la República neocolonial que nos deparó la dominación norteamericana desde su ocupación en 1898, so pretexto de “ayudar” a Cuba a independizarse de España, sería mucho más difícil que la de la lucha armada contra la tiranía.

En estos 60 años desde aquel enero, ¡qué bien! hemos aprendido la dureza de las nuevas batallas que hemos tenido que librar, ya no contra la tiranía que nos oprimía, pero sí contra una hostilidad, un sinfín de agresiones de todo tipo,  incluidas una invasión mercenaria y un bloqueo económico, comercial y financiero de los gobiernos de los Estados Unidos, desde el mismo día de la victoria revolucionaria.

Si bien ha sido difícil enfrentar el imperio más poderoso en la actualidad en estos seis lustros, no por ello ha dejado de ser menos heroica la contienda, porque demandó de los cubanos una  férrea unidad, capacidad de resistencia para enfrentar las más adversas situaciones y vencerlas, sin renunciar a uno solo de los principios de independencia y soberanía que nos legaron nuestros combatientes de todas las guerras durante 150 años.

Aunque ahora no tiene el mismo matiz la euforia que pudimos experimentar por la extraordinaria obra que iniciábamos hace 60 años, los cubanos no hemos perdido el entusiasmo para continuarla, quizá con mucha más madurez, con un camino trazado a más largo plazo y con la voluntad de consolidar una sociedad socialista más justa y equitativa que en aquellos momentos era muy difícil vislumbrar.

Las ideas de nuestro Apóstol José Martí, de Fidel Castro y de todos los que contribuyeron a forjar la nacionalidad cubana y a conquistar la independencia y enraizar nuestra vocación solidaria e integracionista latinoamericana y caribeña, son hoy las banderas que las nuevas generaciones enarbolan para continuar en el camino que ellas nos trazaron y a las cuales no renunciaremos jamás, y por las que estamos dispuestos a los más grandes sacrificios para preservarlas, e incluso a ofrendar la vida si fuera necesario.