El Conde de Valmaseda, Segundo Cabo del entonces gobernador de la Isla, Francisco de Lersundi, inició operaciones en 1869 en la región oriental para acabar con la insurrección promovida por Carlos Manuel de Céspedes , y pensó que fácilmente regresaría a La Habana con la victoria.

Tan seguro se encontraba el Gobernador General de la sumisión de la Isla que acogió con burlas el alzamiento del 10 de octubre de 1868, encabezado por Céspedes, y consideró que un batallón sería suficiente para reprimirlo. Solamente cuando fue derrotada esa fuerza decidió poner al frente de mayores unidades al mencionado Conde de Valmaseda.

Aunque dicho jefe había obtenido importantes resultados militares en su desempeño, no pudo en Bayamo, la capital mambisa, mantener su costumbre de instalarse en las mejores casas de la localidad porque encontró la ciudad convertida en ruinas humeantes que le demostraron al mundo la decisión de los cubanos de ser libres o morir.

La Villa de San Salvador de Bayamo unos meses antes parecía destinada a reproducir eternamente la dominación española en Cuba, con sus mansiones señoriales edificadas durante siglos de explotación de la mano de obra esclava, las grandes plantaciones de caña y los ingenios azucareros, algunos provistos de novedosas máquinas de vapor propiedad de ricos hacendados, de importantes familias nacidas en la Isla, muchos de ellos educados en Madrid, París o Londres.

Nada presagiaba que un día la localidad sería capital de la independencia cubana proclamada por descendientes de esas clases pudientes, junto al pueblo, quienes no dudaron en quemarla antes de entregarla al ejército español.

En las ciudades de Manzanillo, Bayamo y otras localidades de la región comenzaron las conspiraciones que dieron inicio a la Guerra de Independencia, con el alzamiento del 10 de Octubre de 1868 protagonizado por Céspedes, en su ingenio Demajagua.

Aquel histórico día el Padre de la Patria además de anunciar al mundo las razones que llevaron a los cubanos a luchar por la libertad, igualdad social y la democracia, proclamó la emancipación de sus esclavos y les dejó a su libre albedrío incorporarse o no a la contienda bélica.

Su ejemplo fue seguido por otros patriotas de la zona oriental, y en Camagüey el alzamiento lo empezó el abogado Ignacio Agramonte, quien al frente de su caballería se convirtió en un infierno para los peninsulares en las llanuras de esa región.

Los insurrectos ocuparon Bayamo y la declararon Capital de la República en Armas, y el pueblo ayudó y aclamó al Ejército Libertador que se anotó sus primeras victorias al tomar posiciones coloniales y atacar con éxito sus cuarteles y columnas.

La libertad inspiró en los bayameses un inmenso fervor patriótico que tuvo su mayor expresión cuando Perucho Figueredo escribió la letra de La Bayamesa, que sería el Himno Nacional cantado en las plazas y calles por patriotas humildes, en unión de adinerados, muchos de los cuales sacrificaron la vida por la Patria como el propio autor.

Pero el Conde de Valmaseda, con una columna de alrededor de dos mil 700 hombres de las tres armas, avanzó por el camino real hacia Bayamo y a su paso mató sin contemplaciones a insurrectos o campesinos colaboradores que cayeron en sus manos, para instaurar el terror y sofocar el alzamiento.

Los mambises no lograron parar la ofensiva colonialista por la gran superioridad militar del enemigo y ante la inminencia de la llegada de Valmaseda a los dominios bayameses, los jefes revolucionarios decidieron no dejarla intacta al enemigo.

Se reunieron los patriotas y en la noche del 11 de enero de 1869 decidieron, con el apoyo mayoritario de la población, dar fuego a la Villa y ya en la madrugada del 12 las llamas se habían propagado rápidamente.

Según recoge la historia, inició el fuego el padre del patriota Francisco Maceo Osorio al incendiar su propia residencia. Otras versiones aseguran que otro mambí, Pedro Maceo Chamorro fue el iniciador de la acción imitada por pobladores en humildes casas y chozas que convirtieron a Bayamo en una enorme tea ante los ojos del jefe español, quien esperaba tomarla intacta.

Solo se salvaron de la destrucción alrededor de 160 construcciones, de mil inmuebles existentes entonces, y alrededor de 10 mil bayameses, entre ellos niños, mujeres y ancianos, abandonaron la urbe y fueron a la manigua independentista.

La quema de Bayamo por sus propios hijos y la decisión de los patriotas de continuar la guerra a pesar de los primeros reveses, iniciaron 30 años de lucha independentista que tuvieron su etapa culminante en la obra martiana de la Guerra Necesaria de 1895.

El reinicio de la lucha en el 95 dio continuidad al legado de los bayameses, quienes prefirieron convertir en una antorcha encendida su ciudad como ejemplo imperecedero de la disposición de resistencia y lucha para el presente y futuro del pueblo cubano.