El abrazo entre Máximo Gómez y Antonio Maceo, en los llanos de Ciego de Avila, en la antigua provincia de Camagüey, no solo marcó el encuentro entre dos grandes jefes militares, sino también la unión de las principales fuerzas que luchaban por la independencia de Cuba.

Ese hecho, ocurrido el 29 de noviembre de 1895 en los potreros de Lázaro López, selló la consolidación de las tropas mambisas y dio lugar a la conformación, un día después, del Ejército Invasor, el cual dejaba a un lado las diferencias regionales para concentrar fuerza y voluntad en la guerra contra la dominación española.

Lograr la reunión de orientales, camagüeyanos y villaclareños sólo fue posible por la labor estratégica desplegada por Gómez y las continuas hazañas escritas por Maceo y sus tropas en el campo de batalla para llegar hasta el centro de la Isla.

Ni el reforzamiento de La Trocha militar de Júcaro a Morón por el Gobierno peninsular con miles de soldados, ni la ubicación en esa área, de cuarteles y hospitales militares pudo cortar el avance de las tropas insurrectas y aislar las acciones a la región oriental del país.

La respuesta revolucionaria a ese despliegue fue el aceleramiento de los planes de invasión y la partida de Maceo desde Mangos de Baraguá con rumbo a Occidente, el 22 de octubre de 1895.

Un mes y unos días más tarde estaba ya en el escenario de La Trocha, tras ganar importantes batallas como Peralejos, para escribir una proeza más: burlar la fortificación catalogada como inexpugnable, sin una sola baja entre la columna de mil 500 hombres que lo acompañaba.

Ya al otro lado de la línea militar se abría un nuevo camino para la Revolución y con el Titán de Bronce contaba Gómez para aglutinar insurrectos y extender la contienda hasta la región pinareña.

El amanecer del 30 de noviembre de 1895 fue testigo de un acontecimiento extraordinario: el Ejército Libertador, con las banderas desplegadas al viento, escuchó antes de emprender la marcha, la arenga de su jefe que exhortaba a llegar "hasta los confines de occidente, hasta donde haya tierra española".

La exhortación fue una orden para Antonio Maceo, quien tras cruentos enfrentamientos en Las Villas, Matanzas y La Habana, cumplió la tarea de llevar la invasión hasta las montañas de Pinar del Río.

Sólo el derramamiento de su sangre de estirpe heroica detuvo su brazo en el combate y la pérdida, irreparable, hizo decir al Generalísimo "me he quedado solo".

Sin embargo, la historia guardaría para la posteridad, como símbolo de unidad y patriotismo, el encuentro de los dos titanes y sus tropas.