CAMAGÜEY.- El pasado VIII Congreso Provincial de los historiadores en Camagüey contó con una apertura de lujo, una conferencia magistral de la máster Elda Cento Gómez, presidenta de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba, un novedoso acercamiento a la dicotomía entre guerra inmediata o reformismo en el levantamiento independentista de 1868, palabras oportunas en la comprensión de este aniversario 150 del alzamiento de Las Clavellinas.

Su extensa y documentada intervención sirvió para ilustrar elementos poco abordados sobre el rol de los Arango, los Agramonte y la Junta Revolucionaria en los acontecimientos posteriores al 10 de octubre, pues mucho hay de polémica acerca de las contradicciones con Carlos Manuel de Céspedes en cuanto a no secundar de inmediato al movimiento insurreccional, algo que a la postre sí ocurrió, incluso en el propio mes de octubre.

Otro investigador, Ricardo Muñoz Gutiérrez, también ha documentado prolijamente lo acontecido en ese período, con artículos en los volúmenes IV y V de los Cuadernos de Historia Principeña, pertenecientes a la editorial local Ácana, y es que si se menciona al 4 de noviembre de 1868 como el alzamiento camagüeyano se desconoce que ya en esa fecha habían muchas tropas en acciones, incluso con la toma de poblados.

LOS ANTECEDENTES

En la hacienda San Miguel del Rompe los camagüeyanos y holguineros habían pedido tiempo para disponer de más recursos al terminar la zafra. ¿Hasta qué punto había de verdad planes para el levantamiento? ¿Cuáles y cómo eran esos planes? ¿Céspedes se adelantó o tomó la decisión correcta? Son temas necesarios para investigar con mayor profundidad, pues prevalecen percepciones parciales.

De acuerdo con los textos de Muñoz Gutiérrez hay dos personalidades, Bernabé de Varona “Bembeta” y Manuel de Quesada, que sin estar vinculados directamente a la masonería fueron dos de los propugnadores de la guerra inmediata. La Conspiración de los Caleseros fue dirigida por el primero (apresado y vigilado luego), pasaje casi desconocido, y el segundo llegó incluso a desembarcar por el río Máximo, pero ante la falta de condiciones tuvo que regresar a Nassau. Otras acciones previas fueron la reunión del ingenio La Rosalía, las gestiones de Bernabé Boza y los viajes de coordinación de Manuel de Jesús “Chico” Valdés Urra, sin embargo, no se percibía un plan unificado y coherente.

En efecto, fue sorpresivo el alzamiento de Céspedes, lo cual provocó el estado de sitio en Puerto Príncipe el día posterior, pero lo más lamentable era la ausencia de Salvador Cisneros Betancourt, por su estancia en La Habana.

Lo poco conocido y mencionado es que varias partidas tomaron pocos días después las armas al sur del Camagüey, todo al margen de la Junta Revolucionaria que presidía el Marqués, de la cual a su vez se ha escrito poco. Por ejemplo, “Chicho” Valdés Urra se alzó en el trapiche de Guaicanamar, también lo hacen por el sur Fernando Agüero Betancourt , Bernabé Montejo, Lope Recio Borrero por la finca Las Pulgas, Pedro Recio Agramonte por el partido La Quemada y Pedro Celestino García en Najasa, entre otros. ¿Cuál fue el primer terrateniente camagüeyano en alzarse en 1868? Es una pregunta pendiente de respuesta, posible con el trabajo de los historiadores locales y la consulta con primarias fuentes escritas.

Había partidas de patriotas cuando se produjo el alzamiento de Las Clavellinas. Lo anterior es evidente cuando el 30 de octubre es tomado Sibanicú, luego Cascorro y el propio 4 de noviembre los hermanos  Augusto y Napoleón Arango y otros jefes en la zona, como Magín Díaz, Carlos García Agüero, Gregorio “Goyo” Benítez y hasta el villareño Ramón Leocadio Bonachea, ocupan la guarnición de Guáimaro, futura Cuna de la Constitución.

La idea del poco apoyo temporal a La Demajagua parte de la situación en la ciudad cabecera de la jurisdicción, la propaganda de Napoléon Arango y el retraso en las acciones de la Junta. De acuerdo con Elda Cento es Napoleón el que asume un liderazgo político (el cual ambicionaba) para el que no fue elegido y es quien responde a la petición escrita de sumarse a la guerra culpando a Céspedes por adelantarse.

Según la propia historiadora vale preguntarse: ¿qué es lo que rechazaban los camagüeyanos? ¿el problema era el factor tiempo o la oportunidad? Habría que analizar también el efecto de las ideas del septembrismo español, una reforma liberal, de la cual Arango era partidario, propuestas que ralentizaron la decisión de los implicados y sin oposición permitieron la llegada de Valmaseda a Puerto Príncipe.

Al regreso de Cisneros la Junta quedó informada del apoyo que enviaría el gobernador colonial Lersundi a las tropas españolas en Oriente, y a la vez los camagüeyanos tenían constancia del pedido de secundar la guerra mediante la gestión del bayamés Francisco Muñoz Ruvalcaba (propiciador de reuniones conspirativas en Las Tunas). El Marqués dijo que solo por encima de su cadáver llegarían los refuerzos a su destino y al otro día, 4 de noviembre, 76 hombres tomaron la bandera de Joaquín de Agüero en las márgenes del río Saramaguacán, en Las Clavellinas. De ellos 72 eran masones, en una amplia red familiar que demuestra la importancia de las logias y del parentesco en la guerra. Quedaron listas las partidas al frente de Bernabé Boza; Ángel del Castillo detuvo el tren hacia Nuevitas el 9 de noviembre; y el campamento de Serapio Arteaga sufrió un asalto por los españoles. Así se suceden los hechos.

LA HISTORIOGRAFÍA ACTUAL

Si algo advirtió Elda Cento Gómez fue el estado actual del conocimiento respecto al inicio de la guerra en Camagüey: los estudios privilegian las acciones y combates en la zona norte, los correspondientes al mandato de la Junta y se tergiversan las discrepancias internas y a la vez con Céspedes.

Napoleón Arango atrajo a su ideología reformista a muchos terratenientes, pero no es muy conocido otro gran servicio de los Agramonte a la Revolución, la misión que desempeñaron al unificar a las partidas dispersas en el sur. Lo anterior se encuentra debidamente investigado por el historiador Ricardo Muñoz, en un texto donde explica un casi desconocido Acuerdo de Jobabo, el 20 de noviembre. Allí fueron comisionados los hermanos Ignacio y Enrique Agramonte, los cuales lograron contactar con los grupos insurrectos dispersos al sur y escuchar sus peticiones. Tal vez fue este el primer servicio de El Mayor a la unidad revolucionaria (firmaron 19 jefes).

Otro elemento citado por Cento Gómez fue el hecho de que el levantamiento camagüeyano pareció destinado a fenecer en el mismo sitio donde de manera formal surgió, Las Clavellinas, cuando el 18 de noviembre Napoleón convocó allí para deponer las armas ante los ofrecimientos de Lersundi, a lo cual se opusieron y calificaron como ilegal Eduardo Agramonte Piña, Ignacio Mora de la Pera y Tomás Riverón. Esta reunión tuvo secuelas, pues como ya se dijo distrajo a las partidas contra Blas de Villate, el Conde de Valmaseda.

Luego, en la reunión del Paradero de las Minas estuvieron presentes varios líderes para guardar las apariencias, pero la oratoria de Ignacio Agramonte fue la que finiquitó las dudas fomentadas por el partido Caonao y enrumbó la guerra “sin dilaciones”. Así quedó como jefe Augusto y Napoleón declinó; pronto las tropas cubanas demostrarían que el Camagüey estaba en guerra al parar a Valmaseda en Ceja de Bonilla.

Como resumen, Las Clavellinas marcó la incorporación formal y definitiva de las principales personalidades de Puerto Príncipe bajo el mandato de la Junta Revolucionaria, pero es un error considerar fue el inicio de los disparos de libertad, pues desde antes la región tenía beligerantes, aunque muchos implicados se debatían entre vacilaciones hasta que atronó la voz de los verdaderos dirigentes.

Céspedes tuvo el privilegio de avizorar las opciones y dar el paso inicial, por lo tanto es meritorio su liderazgo, supuestamente adelantado; en tanto las ideas de amañados cambios políticos no apagaron la llama del vado de un río camagüeyano y la oratoria de Agramonte puso otro puntal a la Revolución de Yara.