CAMAGÜEY.- El 10 de octubre es una fecha para reflexionar en palabras claves. Grilletes, España, independencia, Cuba, libertad, son de las más empleadas en las celebraciones del histórico día en que Carlos Manuel de Céspedes dio un nuevo curso a la historia al marcar, con su ejemplo, el inició de las luchas por la soberanía de nuestro país.

A partir de ese momento, Demajagua devino en una suerte de expresión sagrada para todo aquel cubano que preciara sus raíces y en una invocación temida y demonizada para las autoridades españolas. Era para los colonialistas la imagen de aquel pillo que osó quitarle las cadenas a sus esclavos y decir en su finca, a viva voz: "Cuando un pueblo llega al extremo de degradación y miseria en que nosotros nos vemos, nadie puede reprobarle que eche mano a las armas para salir de un estado tan lleno de oprobio”.

Si existe un vocablo que define al Padre de la Patria de pies a cabeza, es el sacrificio ¿Qué voluntad la de este hombre para cambiar la paz del hogar por la húmeda y peligrosa manigua? Dejaba detrás la vida del hacendado, del lector de los grandes pensadores enciclopedistas que iluminaron su mente, la “perfecta” quietud del aristócrata con saco y pajarilla. Sin poder volver a ese pasado, el vapor  Neptuno arrasó con su patrimonio y los voluntarios lo quemaron después. No obstante, Cuba era su hogar.

Durante la Guerra Grande, Céspedes, primer presidente de la República en Armas, enfrenta continuas desavenencias con el mando de las fuerzas insurrectas en Puerto Príncipe, en especial con Ignacio Agramonte. Sin embargo, su madurez política había crecido lo suficiente como para dejar a un lado las contradicciones y convencer a El Mayor, de que su necesaria presencia en las filas mambisas tendría un peso decisivo en el transcurso de la revolución.

Un joven llamado José Martí escribió en 1869, el sentido poema ¡Diez de Octubre! Hacía un tributo al alzamiento que enalteció a Cuba al decir: “De su fuerza y heroica valentía/ Tumbas los campos son, y su grandeza/ Degrada y mancha horrible cobardía. Por su puesto, en esas frases se escondía las huellas heroicas de Céspedes, del precursor de la gesta que no perdió el tino de trabajar en pos de la construcción de una nación donde primara la libertad, igualdad y fraternidad entre los ciudadanos.

Continuó esta labor incluso después de su destitución el 28 de octubre de 1873. Entonces aquel hombre de abolengo, se recluyó en la Sierra Maestra, camuflado entre personas sencillas, junto a la vida común del campesino y tranquilo murmullo de la naturaleza. Lo llenaba la humildad. Hasta el momento había creado en el lugar una escuelita, un pequeño hospital y también se dedicó a otra de sus grandes pasiones: el ajedrez. Pero las autoridades españolas descubrieron su paradero, en San Lorenzo, y lo persiguieron hasta que su cuerpo cayó, abaleado, por un barranco.

“¿Qué significa para nuestro pueblo el 10 de octubre de 1868? (…) Significa el comienzo de la revolución en Cuba, porque en Cuba solo ha habido una revolución: la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes y que nuestro pueblo lleva adelante en estos momentos”, afirmó el Líder Histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro Ruz, consciente de que continuaríamos las palabras claves enarboladas por el Padre de la Patria, el día en que echó a andar la gran rueda independentista.