LA HABANA.- Con el Tratado de París (1898) y el fin de la Guerra de Independencia comenzó un proceso que convertiría a Cuba en neocolonia de Estados Unidos y generaría diversas actitudes en torno a la existencia de la nación en sí.

Tras la desaparición de la posibilidad de la soberanía verdadera de la que hablase José Martí, la definición de los destinos de la isla se hallaba en un debate entre las aspiraciones e intereses de los distintos sectores sociales y políticos cubanos, los principales grupos económicos norteamericanos, el gobierno estadounidense y sus representantes en las fuerzas de ocupación.

La situación era bastante compleja y no era de extrañar que en todo el territorio se respirase la incertidumbre. Para los del norte había una cuestión que, aunque definida muchos años antes, finalmente tocaba determinar cómo llevarla a cabo: el control de Cuba.

Aunque en un primer momento la posición anexionista primó -sobre todo defendida por el gobierno provisional en la figura de Leonard Wood-, lo importante para quienes dictaban la política de Estados Unidos era que la isla debía quedar bajo su dominio, la forma definitiva podía determinarse después.

En pos de ese objetivo se dieron pasos para fortalecer la presencia estadounidense en Cuba y, entre las primeras medidas, fueron eliminadas las instituciones que pudiesen oponerse. Paralelamente, comenzó la enseñanza obligatoria del idioma inglés en las escuelas, así como de la historia de Estados Unidos.

Durante el proceso de creación de la nueva república hubo muchos criterios enfrentados. La mayoría se inclinó a favor de los intereses norteamericanos ante el miedo de la extensión del gobierno militar, presente desde 1898.

Estos temores, así como la ideología anexionista de algunos cubanos, motivaron la aprobación e inclusión de la Enmienda Platt como un apéndice en la Constitución de 1902 e impidieron el avance de proyectos como el presentado en 1903 por Manuel Sanguily para prohibir la venta de tierras a extranjeros.

"La idea de constituir al fin una república, amén de los peligros que implicara la alianza con Estados Unidos, se tradujo en júbilo colectivo. Para el pueblo cubano era una gran victoria después de 30 años de guerra. Así lo demuestran las narraciones de quienes presenciaron la ceremonia de izar la bandera en el Morro el 20 de mayo de 1902", comentan Eliane Taboas y Yenisley Ortega en la tesis de licenciatura La nación cubana en la prensa.

Según el ensayista e historiador literario José Antonio Portuondo, la república creada en 1902 "se convirtió rápidamente en una inmensa fábrica de azúcar, dejó de ser un pueblo con características propias, con una firme conciencia nacional, para ser una cosa, una máquina productora de una sola mercancía fabricada por extranjeros y destinada a satisfacer el mercado extranjero".

Lo más grave del asunto de esa independencia ficticia fue que todo el dominio cultural y económico sobrevino cuando el proceso de conformación de lo cubano estaba cristalizando. La construcción del Estado nacional bajo la intervención de factores externos trajo profundas consecuencias para el desarrollo del país.

Dentro de la sociedad cubana, el sector burgués rápidamente corrió hacia el lado norteamericano, sobre todo para garantizar el acceso al mercado de ese país con mayores facilidades, lo cual era su principal anhelo desde la época de la esclavitud. Tal conducta reflejaba que esta clase favorecería la dependencia, ya fuese la anexión u otra variante.

La Enmienda Platt y tratados comerciales firmados con Estados Unidos aseguraron la dependencia económica, la subordinación política y el debilitamiento de la soberanía nacional de la isla. Para algunos significó, incluso, la pérdida de las tradiciones y valores culturales autóctonos.

Foto: Tomada de cubadebate.cuFoto: Tomada de cubadebate.cu

RESISTIR PARA SALVAR LA NACIÓN

La República de Cuba surgió de planteamientos políticos enfrentados -independencia, autonomía y anexión- y a partir de diferentes concepciones y cánones culturales y sociales. El proceso de reafirmación nacional fue condicionado por la presencia y presión de Estados Unidos y, en definitiva, primó la voluntad de los del norte.

La burguesía cubana fue quien marcó las relaciones de poder con las restantes clases, sin embargo, no logró constituirse como clase nacional: se preocupó más por cuidar sus intereses que por defender la soberanía y los presupuestos de la nación.

Además -relata el célebre historiador Emilio Roig de Leuchsenring-, durante los primeros años los partidos políticos "no mantuvieron nunca programas o ideales definidos, sino que fueron más bien grupos o piñas fulanistas de individuos que seguían a un caudillo por simpatía o porque esperaban de él mayores beneficios".

No obstante, pese a la frustración de la posibilidad de una república totalmente independiente, las banderas de la ética y la liberación reaparecieron caracterizadas por las nuevas circunstancias, indica el doctor en Ciencias Filosóficas Armando Chávez Antúnez en Tesis acerca de la vigencia y retos de la tradición ética en Cuba.

Según la investigadora española Consuelo Naranjo Orovio, el inicio de la República hizo necesaria la creación de una historia nacional que fijase las bases de la identidad del pueblo a partir de aquellos elementos que la hicieran única y diferente, y albergase los principales hechos, figuras y mitos del pasado cubano.

Muchos fueron los que se apoyaron en esa historia para reivindicar el derecho adquirido por los cubanos a tener una nación libre y soberana y, en algunos casos, para justificar la oposición a los intereses de Estados Unidos.

Para las mentes más claras de la época, se requería sentar las bases de una identidad y una nación distinta, primero, a la de los españoles y, posteriormente, a la de los norteamericanos.

Como resultado, la frustración popular provocada por la nueva condición colonial derivada de la intromisión estadounidense en la contienda bélica entre España y Cuba fue plasmada tanto por los veteranos de las luchas independentistas como por literatos.

Así, en obras como Mi bandera, de Bonifacio Byrne, se expresa el descontento con la nueva situación de dependencia. En otro poema, La zafra, escrito en 1926 por Agustín Acosta, se aprecia el desengaño y la nostalgia por la patria libre:

"Musa patria: en el bohío, / la remozada bandera, / es una alegre quimera / que se burla en el hastío. / En la clara paz del río / el pálido azul se moja, / la blanca flor se deshoja, / y, como de sangre hirviente, / en la tranquila corriente / naufraga una mancha roja".

De acuerdo con Naranjo Orovio (en La historia se forja en el campo: nación y cultura cubana en el siglo XX), había que dar solidez al proceso de consolidación de la nacionalidad cubana como medio de fortalecer su soberanía frente a la injerencia extranjera, pues el temor a la desintegración de la nacionalidad era muy fuerte a causa de la amenazante influencia de Estados Unidos y los representantes de sus intereses económicos en la isla.

A partir de entonces, la resistencia a la dominación norteamericana (económica, política, cultural) caracterizó a la defensa de la identidad nacional cubana y sus elementos constitutivos por el peligro que entrañaba el país norteño.

En todo ese proceso -como afirmase el líder histórico de la Revolución, Fidel Castro- se evidencia una continuidad entre el pensamiento ético de la liberación forjado en el siglo XIX durante las guerras por la independencia y los esfuerzos populares y patrióticos del siglo XX, los cuales condujeron al triunfo de la Revolución cubana en enero de 1959.

Con la victoria de los rebeldes encabezados por Fidel Castro llegó a su fin un período marcado por la dependencia a Estados Unidos y la resistencia como parte de la consolidación de la nación cubana.