CAMAGÜEY.- Ifrail Areviche Montero y Plácido Soto Hernández confesaron hace diez años que en los 50 transcurridos desde el 27 de septiembre de 1958 no pudieron apartar de la memoria a sus compañeros, los rebeldes integrantes de la columna 11 Cándido González quienes, desde la Sierra Maestra, partieron hacia tierras camagüeyanas por la necesidad de extender la lucha al occidente de la Isla. Luis Enríquez Portales Milanés y Orlando Mora Montenegro no pensaban, cuando muchachos, portar las armas que decidirían el futuro de la nación.

Entre los recuerdos de su juventud sobresale siempre aquel amargo dolor que les provocó  la masacre en Pino Tres —un lugar del lejano Santa Cruz del Sur—, y a la cual, afortunadamente, sobrevivieron. Así reconstruye la historia de Cuba los hechos:

Es 8 de septiembre. Los revolucionarios comienzan el trayecto desde la sierra. Como misión tienen la de establecer un frente en Camagüey —que debe nutrirse de los guerrilleros de la zona—, por donde ya han pasado Camilo y Che con sus columnas. Al frente de la “Cándido González” va el capitán Jaime Vega. La marcha comienza a tornarse difícil. Escasean los alimentos y el clima no los favorece. Pese a las condiciones, la valentía con que han asumido ser rebeldes para hacer una Cuba de los cubanos, los empuja a continuar el paso.

Corren los días. Llegan a territorio camagüeyano. Establecen campamentos. Contactan con los dirigentes del Movimiento 26 de Julio aquí. Hacen una parada en Pino Cuatro, para luego dirigirse a Pino Tres: un trayecto peligroso. Es de madrugada, septiembre 27, año 1958. Fidel ha advertido que toda precaución es poca durante la travesía. La Comandancia del Ejército Rebelde ha dado a Vega instrucciones precisas en cuanto a las medidas tácticas de seguridad: tratar de no ser vistos durante la travesía y no utilizar transportación para el traslado de las fuerzas.  

El capitán desobedece las orientaciones; hace caso omiso a los oficiales de mayor experiencia. En cuatro camiones y una máquina avanza con la tropa por el terraplén que une los centrales azucareros Francisco y Macareño, en el sur de Camagüey. Un traidor los ha delatado. Una columna de la tiranía batistiana aguarda el paso de “la 11”. Los revolucionarios se detienen ante la línea del ferrocarril. Sorprende una M-16 que tirotea en ráfagas. Una bazuca impacta contra el primero de los vehículos.

Los integrantes de la columna se disponen a combatir, pero el ataque ha sido demasiado fuerte. Comienzan a caer, mueren 23. Algunos, pocos, escapan. A otros —once en total— los apresan, y sin pudor alguno, después de haber sido atendidos en el hospital de Macareño, el asesino coronel Leopoldo Pérez Coujil los manda a matar en La Caobita. Los esbirros han lanzado dos granadas al camión donde transportan a los jóvenes rebeldes, y para rematar, la furia de la metralleta termina con la vida de quienes quedan agonizantes luego de la explosión.

Ifrail Areviche Montero contó al periódico Adelante, en el año 2008, que su salvación se la debió a un valeroso hombre que en medio del tiroteo lo sacó a él y a otros cuatro o cinco en un camión. Así llegaron hasta un campo de caña donde las grandes zanjas les sirvieron de trincheras para esconderse en el monte.

Finalmente, quienes aún quedaron vivos, lograron reunirse en las cercanías de Laguna Grande, todavía sin saber con exactitud cuántos habían muerto. Los ayudaron en su recuperación campesinos de la zona. Comenzaba una nueva fase de la lucha armada en Camagüey, porque la Revolución iniciaba y no sería tarea fácil,  sino una empresa dura y llena de peligros, tal cual lo dijo Fidel aquel memorable enero de 1959.