El dos de septiembre de 1960, miles de capitalinos reunidos en la Plaza de la Revolución José Martí, en una acción llamada Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba, aprobó con firmeza y entusiasmo, en nombre de todos sus compatriotas, la Primera Declaración de La Habana, leída por el joven líder Fidel Castro.

Se trataba de una respuesta contundente y muy necesaria a la artera Declaración de San José de Costa Rica mediante la cual la Organización de Estados Americanos (OEA), siguiendo un programa dictado a pie juntillas por el Imperio, se entrometía en las acciones libres y soberanas de Cuba y su Revolución justiciera, a fin de crear condiciones para una agresión militar y posterior ocupación, si sus planes tenían éxito.

En la reunión de la OEA los representantes de Nicaragua y Guatemala sirvieron de entregados personeros de los amos del Norte, mientras en otras naciones como Honduras se preparaban los mercenarios que al año siguiente llevarían a cabo la agresión a Playa Girón, la mentada Bahía de Cochinos, tristemente célebre para ellos, pues fueron derrotados por el pueblo, aunque con un costo doloroso de vidas de patriotas.

Pero en aquel día tempranero de septiembre la multitud que acompañó al líder y aclamó la Primera declaración de La Habana, oyó argumentos ciertos, validados por la historia, y conoció de principios e ideales justos, términos impensables como el de la solidaridad, entre los congéneres y las naciones, y de compromiso político y social a favor de los pobres de la Tierra, por los cuales valía la pena luchar, triunfar o morir.

Y repasando aquellos sucesos, hay circunstancias que parecieran repetirse, aunque hoy se manifiesten con otros hechos. Algunas están expresadas en el histórico texto y son las que reflejan la política voraz, expoliadora e injerencista de la potencia que siempre ha despreciado a Latinoamérica.Y como sigue acudiendo a los mismos métodos y artimañas para conseguir sus propósitos.

El Jefe de la revolución Cubana denunció, tal y como hoy se ha tenido que volver a hacer ante la ofensiva de la derecha en el continente, los intentos de conservar y poner en práctica la irrespetuosa Doctrina Monroe –América para los “americanos”, los de EE.UU., como el basamento político y casi que hasta divino inspirador de la actuación de los dirigentes de la Unión.

En el siglo XIX, en 1960 y hoy los gobernantes de la potencia mundial siguen considerando a la llamada América hispana y el Caribe su patio trasero. E igual que antaño algunos del gobierno sueñan con hacer realidad plenamente su mesiánica doctrina, con la ayuda servil de las oligarquías e incluso la traición de políticos venales en los que sus pueblos confiaron.

La Primera Declaración de La Habana denunció que la Declaración de San José, bajo las órdenes del gobierno imperial, era un vejamen a la soberanía y la independencia de los pueblos de América Latina, región con un historial de agresiones e intervenciones del poderoso vecino, asistido por su superioridad militar y financiera.

Una historia larga de más de 100 años en la cual se cercenó territorios, como en México, se invadió y se frustró la plena independencia como en Cuba, se masacró la ciudadanía en República Dominicana, Haití , Nicaragua y Panamá, y se incorporó a Puerto Rico, todavía hoy con un estatus neocolonial.

Frente al panamericanismo hipócrita y solo conveniente a los intereses de sus monopolios, iniciado por sus empréstitos en canales y ferrocarriles denunciados por José Martí en su tiempo, Fidel ratificó que la América de Bolívar, Hidalgo, Juárez, O'Higgins, San Martín, Sucre, Tiradentes y José Martí, merecía la verdadera solidaridad y ayuda entre pueblos hermanos.

Esa que se practicaba desde ya en la Antilla Mayor y la misma que recibía de territorios hermanos. Cuba no solo marcharía con una parte del mundo, sino con todo el planeta. Y estaría del lado de los desposeídos en todos los rincones de la Tierra.

También se afirmó que la verdadera democracia no era compatible con las oligarquías financieras sumisas de las naciones latinoamericanas que acusaban a la ínsula, ni con la discriminación de los negros, la explotación de los obreros, la persecución de los intelectuales y científicos, el maltrato a las mujeres, la indefensión de los niños y de los habitantes de los entornos rurales, tal y como ocurría de facto en las naciones que apuntaban con el dedo acusador a la isla.

Dejó claro, además, que el concepto de democracia no se circunscribiría a un voto presidencial, manipulado y que por lo general respondía a los intereses de los latifundistas. Expuso que en países como Cuba el latifundismo era una de las fuentes principales de las desgracias de los trabajadores y oprimidos, del analfabetismo, de los bajos salarios, de la extrema pobreza.

Fue prístina cuando reflejó que la solidaridad mostrada por la Unión Soviética y la República Popular China no perseguía, a diferencia de la política estadounidense, minar la unidad ni penetrar estratégicamente en el hemisferio. Ofrecieron ayuda para garantizar la soberanía y seguridad de este país amenazado de forma creciente dentro de su entorno geográfico.

Cuba aceptaba ese respaldo solidario en pleno ejercicio de su autodeterminación e independencia, conquistadas a partir de 1959. En todo caso los gobernantes de Estados Unidos, incapaces de gestos generosos de tal índole, en contraste debieran sentirse avergonzados.

Dos años después, Cuba realizó una Segunda Declaración de La Habana, como parte de la radicalización , fortaleza y continuidad del proceso revolucionario. Una historia para contar en su momento.