CAMAGÜEY.- El 4 de julio de 1776, fue adoptada la Declaración de Independencia de los Estados Unidos por el Segundo Congreso Continental en la ciudad de Filadelfia, en cuya redacción participaron personas ilustres como Thomas Jefferson, Benjamín Franklin y John Adams, entre otros. Su proclamación propició la agrupación de las trece colonias británicas de Norteamérica, que se encontraban en guerra con la metrópoli inglesa, en un Estado independiente.

Desde aquel entonces, ese país norteamericano se ha venido fortaleciendo paulatinamente, como coloso económico, industrial, científico y militar, etc. A partir de la Primera Guerra Mundial y con mayor ahínco luego de la Segunda, tras su consolidación como potencia imperialista, su expansionismo desmedido no ha cesado de manifestarse, aunque su ideal expansionista se remonte a varios años antes, incluso del día de la proclamación de la independencia nacional.

Su patrón de “democracia”, instituido en su vigente Constitución de 1787, se ha pretendido imponer como paradigma democrático. Su inadmisión, históricamente, se ha convertido en una afrenta por parte de aquellos pueblos que han decidido llevar las riendas de su destino, creando modelos más incluyentes y participativos. El no reconocimiento de la democracia americana y el no acogimiento de su modelo, realmente inexistente, han sido causas de agresiones militares, guerras, intervenciones armadas, bloqueos de todo tipo, etc. La necesidad de sustentar los patrones de consumo de los Estados Unidos, las ansias de riqueza de sus poderosos, en particular de los empresarios del complejo militar industrial estadounidense no han sido menos determinantes de los mencionados comportamientos.

América Latina, para muchos considerada la región del futuro, ha sido, sin duda alguna, la porción del planeta mayormente añorada a lo largo de la historia por el Tío Sam. Su posición geográfica cercana al Imperio y sus prominentes riquezas, entre otras razones, han servido como colofón para el acrecentamiento del anhelo hegemónico estadounidense.

La Teoría de la Fruta Madura, La Doctrina Monroe, su influencia para favorecer el fracaso del Congreso de Panamá en 1826, en el que Bolívar propiciaría el tema de la independencia de Cuba y Puerto Rico, el no reconocimiento de la beligerancia de los cubanos al declararle la guerra a España para el logro definitivo de la libertad de la Isla, y la expansión territorial hacia el occidente, con la que arrebató a México más de la mitad de su territorio, así como su intromisión en la Guerra Hispano Cubana[1] cuando los mambises prácticamente habían alcanzado la victoria, frustrando así los sueños de Martí, son pocos, pero significativos ejemplos de las pretensiones injerencistas y de dominación de Estados Unidos sobre nuestros pueblos.

Las invasiones e intervenciones armadas, su financiación para la instauración de gobiernos tiránicos y dictatoriales y el derrocamiento de gobiernos democráticos, el establecimiento de bases navales y la aplicación de políticas como la del Gran Garrote, la Alianza para el Progreso, así como bloqueos y alternativas de libre comercio, también conducen a una conclusión ya anticipada por Bolívar en su carta del 5 de agosto de 1829 al coronel Patricio Campbell: “Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la América de miseria en nombre de la libertad”.

El desprecio por nuestros pueblos ha sido una constante, aun y cuando la presencia de los latinos ha sido determinante en la construcción de los Estados Unidos. Muchos hombres de nuestras tierras de América también apoyaron con las armas y con recursos económicos no solamente su guerra de independencia, sino además, la Guerra de Secesión.[2] Sin embargo, contra los deseos de personalidades como Simón Bolívar y Francisco de Miranda, Estados Unidos no apoyó a las naciones sudamericanas en su independencia, sino más bien a España, nación que los había apoyado en su guerra contra Inglaterra. En una carta de Bolívar al Encargado de Estados Unidos para América del Sur, Baptist Irvine, El Libertador se queja amargamente de que Estados Unidos no solo no ayudaba, sino que había puesto, incluso, algunos barcos y armas a disposición de los realistas. Tampoco se solidarizó con Cuba, siendo olvidada en la historia de la guerra de independencia estadounidense la generosidad, sobre todo de los habaneros y su ayuda a la causa de la Revolución de las Trece Colonias.[3]

La historia nos advierte que no se puede ser latinoamericanista ni amante de la independencia de la América no anglosajona sin ser antiimperialista. El surgimiento de los Estados Unidos y su existencia como estado nación marcaría el destino de nuestra América, la de Martí y Bolívar, la de Chávez y Fidel, la del Che. Que nos haya marcado no significa que determine el porvenir de nuestros pueblos. Lo que no podemos es negar que nuestro futuro para ser próspero requiere de un distanciamiento total del imperialismo norteamericano.

José Martí en tanto organizó la guerra para independizar a Cuba de España consideró lograr, a su vez, la definitiva libertad de Estados Unidos, para lo que se requería de la integración latinoamericana. Cuanto hizo en vida fue también para impedir la expansión imperialista estadounidense por América latina. En la Carta Inconclusa a Manuel Mercado, del 19 de mayo de 1895, alertó sobre el peligro que representaba para las jóvenes repúblicas americanas.

Bolívar fue del criterio de que nunca Estados Unidos debía ser invitado para participar en el arreglo de los problemas internos de los países de la América Hispana. El Libertador conoció profundamente los intereses mezquinos de los norteamericanos. Dos de sus frases nos lo ilustran: “Hablo de la conducta de los Estados Unidos del norte con respecto a los independientes del sur, y de las rigurosas leyes promulgadas con el objeto de impedir toda especie de auxilio que pudiéramos procurarnos allí”. “Jamás conducta ha sido más infame que la de los norteamericanos con nosotros: ya ven decidida la suerte de las cosas y con protestas y ofertas, quien sabe si falsas, nos quieren lisonjear para intimar a los españoles y hacerles entrar en sus intereses…”.

El Che nos enseñó a no confiarnos en el imperialismo; también lo hicieron Chávez y Fidel. Antes de triunfar la Revolución Cubana, su líder histórico en una carta enviada a Celia Sánchez juró luchar contra el imperialismo norteamericano el resto de sus días. Honremos a nuestros libertadores juramentando las siguientes palabras del Comandante en Jefe pronunciadas durante la clausura del VI Congreso de la Unión de Jóvenes ,el 4 de abril de 1992: "Ni nos suicidaremos con concesiones cobardes y entreguistas, ni nos autodestruiremos, ni renunciaremos a nuestra independencia, ni renunciaremos a nuestra sólida unidad, ni renunciaremos a la esperanza, ni renunciaremos a las oportunidades que la vida nos ha dado de construir nuestro destino sin importarnos las difíciles condiciones de hoy. ¡Y para arrebatarnos lo que tenemos, tendrán que exterminamos, si es que pueden exterminarnos!”.

 

[1] Tal intromisión constituyó una deslealtad tanto para cubanos como para españoles, pues, tanto unos como otros los habían apoyado durante su guerra de liberación frente a Inglaterra.

[2] Muchos hispanos, incluyendo comandantes, gobernadores españoles, guerreros mexicanos, estrategas mexicanos, empresarios cubanos y soldados dominicanos, boricuas y de otros países de América Latina, sobresalieron contribuyendo de manera ostensible y significativa en la guerra de independencia de los Estados Unidos. Pueden mencionarse, entre otros, el general cubano Juan Manuel de Cagigal, quien posteriormente fue gobernador de Cuba y su edecán Francisco de Miranda. Este último, venezolano, se reconoce como el precursor de la independencia de la América del Sur y como su líder intelectual.

[3] En La Habana eran reparados, artillados y equipados los buques de guerra norteamericanos. De allí partían las expediciones de ayuda a la guerra y allí fueron a parar millares de prisioneros de guerra ingleses. En Cuba se reclutaban y adiestraban milicias de blancos y negros. Las expediciones transportaban miles de hombres, armas, alimentos y hasta medicamentos. El destacado historiador cubano Eduardo Torres Cuevas ha señalado que “la asistencia cubana a la independencia norteamericana no se limitó a la participación de las tropas habaneras en un hecho militar, por importante que éste resulte, sino que esa ayuda constituye un componente participativo en todas las esferas del proceso independentista norteamericano”.