En 1865 Carlos Manuel de Céspedes, quien para entonces era conocido como un culto hacendado de Bayamo de ideas independentistas, se dirigió al pueblo de Guáimaro en el vecino Camagüey llevando consigo su canción titulada “La Conchita”, dedicada a una moradora de esa villa y que estrenaría en su honor durante la noche del 7 de diciembre ante la amorosa mirada de la festejada y las aclamaciones de los presentes.

Muy lejos estaba de suponer el futuro Padre de la Patria que en los albores del grito de independencia que iniciaría el 10 de octubre de 1868, volvería al lugar como una de las figuras centrales en la elaboración de la primera Constitución de los mambises y que las casas señoriales que lo acogieron en su romántica aventura de antaño, serían inmoladas por sus dueños al fuego antes que entregarlas a la reconquista española.

La ciudad de Guáimaro debe su nombre a una palabra aborigen que describe a un árbol autóctono de la zona donde existió una aldea india destruida en 1530 por los conquistadores españoles, con lo que se impuso más de 300 años de colonialismo que prácticamente acabó con los pobladores originales de lo que perduró solo el nombre de la que se convertiría en una próspera villa dedicada a la ganadería y la agricultura gracias a las ricas llanuras que la circundan.

Su ubicación estratégica para el tránsito y el comercio de Camagüey con el vecino departamento oriental, actualmente la provincia de Las Tunas, y la vocación libertaria de sus hijos influiría en su destacado rol durante las guerras de independencia, principalmente la de 1868 ya que vino a convertirse en el centro del vendaval revolucionario iniciado en Yara y que levantó la zona oriental, El Camagüey y las Villas.

El alzamiento de Demajagua dirigido por Carlos Manuel de Céspedes fue seguido en Camagüey poco después por Ignacio Agramonte el 4 de noviembre de 1868, pero pronto se evidenciaron dos formas diferentes de concebir la Revolución entre ambas figuras, las de más relieve en ese momento histórico.

Céspedes defendía la opción de un gobierno centralizado con un mando único en el que los asuntos civiles y militares serían atendidos por un jefe superior, mientras que Agramonte apoyaba crear un gobierno republicano con separación entre los poderes militares y civiles, pero con predomio del poder civil. En Camagüey no se sometían al liderazgo del bayamés.

Para resolver esas diferencias, el 10 de abril de 1868 se reunieron en Guáimaro ambos dirigentes y representantes de los independentistas que se habían alzado en armas en las Villas, Camagüey y Oriente para formar un gobierno nacional que rigiera por igual en todo el territorio liberado.

Bajo esos preceptos sesionó la Asamblea de Guáimaro que elaboró la primera Constitución cubana, votada el l0 de abril de 1869, en la que se estableció la división en los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, el funcionamiento de una Cámara de Representantes para la dirección de las acciones, se reconoció a Carlos Manuel de Céspedes presidente de la República y se adoptó la actual bandera nacional como enseña.

Además se adoptó como himno oficial el compuesto en Bayamo por Perucho Figueredo, entre otros acuerdos.

Pero mientras los cubanos daban una organización superior al alzamiento independentista, las tropas españolas avanzaron sobre el pueblo de Guáimaro para destruir la capital de la Revolución que durante esos días radicó en esa comarca y el 10 de mayo con las fuerzas colonialistas a las puertas de la ciudad, las tropas mambisas y los habitantes de la localidad repitieron el heroico legado de Bayamo y antes de que cayera en manos del invasor incendiaron la villa.

José Martí al referirse a esa epopeya escribió sobre el temple de los patriotas de Guáimaro al reducir a cenizas su querida ciudad (…).

“Ni las madres lloraron, ni los hombres vacilaron, ni el flojo corazón se puso a ver como caían aquellos cedros y caobas. Con sus manos prendieron la corona de hogueras a la santa ciudad, y cuando cerró la noche, se reflejaba en el cielo el sacrificio. Ardía, rugía, silbaba el fuego grande y puro, en la casa de la Constitución ardía más alto y bello”.

La quema de Guáimaro, como la de Bayamo, representan para el legado revolucionario cubano actual, la intransigencia y unidad del pueblo en defensa de su Patria como se patentizó en aquellas heroicas llamas que consumieron hace 149 años la indomable localidad.