CAMAGÜEY.- Puede que al mejor maestro se le escape un borrón en la pizarra. Que el equilibrista experto dé un paso en falso sobre la cuerda floja o los peces, de repente, se decidan a andar y respirar junto a los seres humanos. Ahora, ¡que la potencia más poderosa del mundo fuera vencida por una pequeña nación caribeña! Todavía le parece una pesadilla, inaceptable, a la administración del país de las barras y las estrellas.

Los mercenarios que desembarcaron el 17 de abril de 1961 por Bahía de Cochinos traían consigo la intención de crear una nueva tierra prometida y el incentivo de 225 dólares mensuales. Arribaron a las costas de su Patria de nacimiento, a la Patria de Martí, amparados por la filosofía del divide y vencerás de sus contratistas yanquis, de la CIA, que además de los 1 500 invasores sumaron al escenario aviones, tanques de guerra y una moderna artillería. Desde su gestación hasta el momento de la concreción del plan, Estados Unidos invirtió más de 4,4 millones de dólares. A Cuba le costó la vida de 176 de sus hijos y que otros resultaran mutilados.

En medio del fragor de las baterías antiaéreas, del ensordecedor bombardeo de los morteros y de la arena que levantaban los proyectiles por toda Playa Larga, rondaba el mismo fantasma de las casi 70 escaladas militares, ideadas por el gobierno norteamericano en regiones de América Latina y el Caribe. La misma esencia maquiavélica de no ser más que un patio trasero o una de sus naciones satélites que comprometen su soberanía. Sin embargo, así como sucedió en la Guerra de Corea, en 1954, pero en solo 66 horas, los milicianos cubanos, junto a combatientes del Ejército Rebelde y de la Policía quebraron las intenciones expansionistas del imperialismo.

Cuando pensamos en un conflicto bélico como el de Girón viene al recuerdo la victoria de David sobre Goliat, si hablamos en términos bíblicos. Si hablamos en términos boxísticos podríamos describirlo como un gancho al estómago y un swing a la mandíbula porque al final, fueron dos impactos, dos triunfos consecutivos: uno en el campo de operaciones y otro en los dominios de la diplomacia.

Después que cesaron los fogonazos y el viento diseminó el olor a pólvora, el pueblo cubano lloró a los que cayeron heroicamente. Eduardo García Delgado fue uno de ellos. Antes de morir, el joven escribió con su sangre un nombre: Fidel. Y, precisamente, el Comandante en Jefe, con un último movimiento político para honrar a los mártires y establecer un castigo moral, exigió una indemnización de 62 millones de dólares a los agresores del norte a cambio de los mercenarios capturados que no tuvieran antecedentes penales.

La consumación del pago se efectuó con medicinas, alimentos para niños, como compotas, y también, con parte del dinero en efectivo fueron comprados a Canadá equipos para desarrollar el sector avícola en el país. La compensación, realmente, nunca hubiera sido suficiente, aunque las autoridades norteamericanas, salvando su orgullo y reputación, consideraron que ya era demasiado y volvieron a sacar su naturaleza. Incumplieron en la negociación con casi 10 millones de dólares. Pero el puñetazo, ya estaba escrito en la historia.

Entre las muestras del poderío de los invasores tuvieron a sus servicios las ondas sonoras contaminantes de Radio Swan, que poco tenían que ver con el escritor francés Marcel Proust y mucho con la guerra psicológica desatada para crear confusión entre los cubanos. “¡Madre cubana!, escucha esto: la ley próxima del gobierno será quitarte a tus hijos desde los cinco hasta los dieciocho años”, profería la emisora demasiado tarde. Ya la bujía fundamental de la Revolución había sido activada: la unidad.

Hoy sobre las aguas de Girón prevalece la calma. Sin embargo, cada 17 de abril es una oportunidad para pensar en el heroísmo, de mirar hacia atrás como lo hizo Silvio Rodríguez y pedirle de nuevo a esos hombres que compongan su historia. Los milicianos de la tierra de Martí en una suerte de taxidermia al oprobio, perpetuaron el hecho. Exhibirlo siempre ha sido una buena razón para devolverle la dignidad a Latinoamérica, para instigarla toda a que se convierta en una nueva “pesadilla” más para el “invulnerable” Tío Sam.