Una escena surrealista se reproducía en la madrugada del lunes 17 de abril de 1961 en Playa Girón, en el quizás único centro nocturno del poblado, nombrado Bar de Armando, vestigio de los tiempos en que era frecuentado por pescadores y carboneros para dejar sus precarias ganancias entre tragos de ron barato para olvidar su triste situación.

En aquel amanecer parecía que todo seguía igual, la vitrola tocaba los mismos boleros que disfrutaban los habituales, aunque sin el apremio de la desesperanza de antaño, mientras el dueño del antro -resentido con la nueva realidad y tan ligado al pasado- se uniría en las próximas horas a los invasores que venían a retrotraerlo a sus mejores tiempos.

Pero en cuanto desde la costa se comenzaron a ver las luces y los disparos de los primeros mercenarios todo cambió. Se acabó el jolgorio y los pocos milicianos y trabajadores se aprestaron a responder a lo que adivinaron era una invasión y les dieron la primera lección a los de la vanguardia del desembarco.

Los invasores conminaban a la rendición con tanto desparpajo que sufrieron sus primeras bajas cuando la única ametralladora existente, desde una aislada trinchera, les respondió con fuego al tiempo que se escuchaban gritos de Patria o Muerte.

Esa falsa idea de que venían a un paseo militar, no la profesaban solamente aquellos mercenarios. Pocos días antes todo el contingente fue despedido por el dictador de Nicaragua, Anastasio Somoza, exhortando a voz en cuello: "¡Tráiganme un pelo de la barba de Fidel!", en tanto embarcaban hacia Cuba desde Puerto Cabezas, en el Caribe nicaragüense, en abril de 1961.

También un directivo importante de la CIA se sumó a ese entusiasmo y le indicó al jefe de la expedición, un ex oficial de la dictadura de Fulgencio Batista, que al llegar a tierra "tomara un jeep, avanzara por la carretera, sacara la mano como quien va a doblar a la izquierda ¡y llegara directamente, hasta La Habana!”

Hasta se equivocaron en analizar la propia zona de desembarco que aunque tenía las condiciones geográficas ideales, ya no presentaba la misma situación prerrevolucionaria entre la población, entonces una de las más desfavorecidas del país y que con la Revolución vio cambiadas diametralmente sus condiciones de vida en tiempo récord y echaron su suerte con la nueva época.

Esa apreciación de fácil victoria mercenaria no solo era compartida por el insignificante dueño del bar, también la asumió Gregorio Escajedo, latifundista y dueño de un central de la región, que no por gusto fue seleccionado por la CIA como ministro de Agricultura del gobierno títere que se quedó eternamente esperando en una base militar en la Florida por su traslado al territorio que ocuparían las fuerzas mercenarias en sus antiguos predios.

En el amanecer del 17 de abril la brigada mercenaria, aunque ya desembarcada en Playa Girón y Playa Larga, comenzó a sufrir su gran derrota estratégica, cuando los menos de 10 aviones de la Fuerza Aérea Revolucionaria, preservados del ataque del 15 de abril, cumplieron la orden del Comandante en Jefe Fidel Castro, quien previendo los planes de establecer una cabeza de playa por el enemigo, ordenó que la primera misión de la aviación fuera el ataque y hundimiento de los buques de apoyo.

De esa forma fueron a parar al fondo del mar lanchas de desembarco, barcos de gran porte donde venía la logística fundamental en municiones, combustibles y medios para establecer la base mercenaria y habilitar el aeropuerto de la zona como base de su aviación y por donde llegaría el gobierno traidor en el exilio que, al ser reconocido por EE.UU. y sus aliados, legitimaría su apoyo militar, la extensión de la guerra a todo el país y la masacre del pueblo.

Los heroicos pilotos volando en aviones anticuados en mal estado técnico, en alrededor de 48 horas derribaron ocho aviones bombarderos B 26, eliminando prácticamente la fuerza aérea mercenaria, mientras que también fue diezmada por la artillería antiaérea manejada por los ejemplares adolescentes artilleros, sobre todo de las piezas conocidas popularmente como “cuatro bocas”, que defendieron con valor el cielo de la Patria.

Mientras, el líder histórico de la Revolución, desde su puesto de mando en el campo de batalla, en el Central Australia, ordenó avanzar ininterrumpidamente a todas las fuerzas hacia las posiciones de los mercenarios sobre las que calló un diluvio de fuego y metralla que acercaría inexorablemente su derrota definitiva.