El 19 de marzo de 1958 apareció en una calle de La Habana el cuerpo sin vida y cruelmente ultrajado del revolucionario Sergio González López, también llamado cariñosamente El Curita, jefe de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio en la capital.

Junto a él, también fueron encontrados los cadáveres de sus compañeros de lucha Juan Borrel y Bernardino García Santos (Motica), con similares evidencias de torturas en los cuerpos. Sergio había desaparecido el día anterior, cuando estaba inmerso en audaces y peligrosas actividades conspirativas contra la dictadura batistiana, y se desconocía su paradero.

Corría el último año del régimen de terror encabezado por Fulgencio Batista y el mes de marzo se mostraba particularmente ensangrentado en varios puntos de la Isla.

La ofensiva final del Ejército Rebelde, liderado por Fidel Castro, se iniciaría en el segundo semestre del año, para extender la guerra liberadora por todo el país. Pero desde comienzos de año la tiranía percibía el auge inequívoco de la insurrección popular, presente en pueblos y ciudades, e incrementó las persecuciones, torturas y salvajes asesinatos.

La muerte de Sergio formó parte de una cadena de 16 vidas de luchadores cobradas en ese mes. Hacía 12 meses que también por esa fecha había caído en combate el líder estudiantil José Antonio Echeverría.

Faustino Pérez, Jefe del Movimiento 26 de Julio en La Habana, describió al inolvidable Sergio El Curita como el alma de esa organización, incansable organizador, generador y protagonista de acciones contra objetivos económicos e instituciones vinculados al aparato del gobierno represor.

De origen campesino, Sergio González había nacido el 29 de octubre de 1921 en la localidad de Aguada de Pasajeros, en la antigua provincia de Las Villas. Procedía de una familia humilde, de formación católica, que le trasmitió sus valores y fe al niño.

Sergio tuvo tempranamente la intención de seguir la carrera sacerdotal y para ello estudió varios años en aulas de seminarios correspondientes en Santiago de Cuba y su provincia natal. Pero la aparición en su camino de la mujer que más tarde fue su esposa lo hizo comprender que el celibato no tenía que ver con él y abandonó esa opción.

Fue a residir a la capital, donde trabajó primeramente como inspector de tranvías y luego, al desaparecer estos ingenios, en la entidad Omnibus Modernos S.A. Allí, sus inquietudes sociales y valores lo inclinaron hacia las demandas y luchas sindicales, contra corrientes como el mujalismo y amarillismo que minaban y lastraban al movimiento obrero y de trabajadores cubanos.

Sus compañeros de entonces empezaron a apodar El Curita a aquel joven dinámico y amante de la justicia, muy marcado por su formación católica, la cual era reconocible en su comportamiento. Tal sobrenombre lo acompañó durante toda su existencia.

Después del golpe de Estado realizado por Batista el 10 de marzo de 1952, El Curita radicalizó su pensamiento y encaminó sus pasos hacia formas de lucha más activas y comprometidas. Ya pertenecía desde 1947 al Partido Ortodoxo, encabezado por Eduardo Chibás, en cuyas filas se puso en contacto con el pensamiento y obrar de Fidel, y otros compañeros de convicción.

Tras el fallecimiento de su hermana Delia, el joven heredó una pequeña imprenta ubicada en la antigua Plaza del Vapor, cercana a la céntrica intersección de Galiano y Reina. Por entonces esa plazoleta estaba ocupada por una cantidad de minúsculos negocios en locales, ruinosos en su mayoría, que más adelante fue necesario demoler. Hoy la zona está ocupada por un parque y un área de aparcamiento cuyo nombre honra la memoria de Sergio.

En su pequeña imprenta se imprimieron 42 mil volantes que apoyaban el alzamiento del 26 de julio en 1953 y luego una parte de las ediciones del texto conocido como La Historia me Absolverá, la autodefensa de Fidel Castro ante el juicio del Moncada.

La publicación se realizó antes que los encarcelados revolucionarios fueran amnistiados en 1955 por la presión popular.

Posteriormente su activa participación en apoyo a las acciones del 26 de Julio lo hicieron blanco de la persecución de sicarios del tirano, que lo golpeó y encarceló varias veces.

Desde abril de 1957 la cacería contra él se agudizó. El 22 de octubre protagonizó una espectacular fuga desde la fortaleza de El Príncipe, en La Habana, para volver a reintegrarse de nuevo con mayor intensidad a la lucha clandestina.

Entre las acciones que organizó contra objetivos económicos que daban soporte al gobierno asesino, figuró el ataque a los tanques de combustible, muy sonado en aquellos tiempos, de la refinería estadounidense Esso Standard Oil. La negra humareda que por varios días se vio en La Habana dijo nuevamente al sátrapa que el combate del pueblo iba en serio y no se detendría.

Sus compañeros de entonces y subordinados han subrayado que Sergio organizaba hasta el detalle cada acción y les exigía velar para que no ocasionaran muertes en la población. Era muy responsable y humano, cualidades que no perdió en medio de los riesgos de sus tareas. Así organizó a fines del 57 una acción que llamó La noche de las 100 bombas, detonadas en la capital, que no ocasionaron pérdidas de vidas humanas al estallar.

El 11 de marzo de 1958, pocos días antes de su muerte, Sergio se reunió con un enviado de Fidel Castro, quien le proponía incorporarse a la lucha en la Sierra Maestra, para alejarlo del inminente peligro que corría la vida del audaz combatiente, de probada valía. El cerco se estrechaba en torno al connotado y valiente Sergio y se sabía que no sobreviviría si volvían a dar con él.

El revolucionario agradeció el ofrecimiento con respeto, pero decidió seguir en su puesto de combate, donde sentía estaba su principal deber, aún a costa de su vida, bien lo sabía. Ya estaba en los preparativos de la huelga general prevista para abril y se dedicaba a múltiples acciones y trabajos. Sufría las consecuencias de una fractura en una pierna que le dificultaba seriamente su desplazamiento cuando fue apresado.

Sergio González y muchos otros compañeros de combate, muertos como él casi en la antesala de la gran victoria, no llegaron a ver la aurora del Primero de Enero ni realizado el sueño por el que dieron su abnegado esfuerzo e hicieron su ofrenda. Tampoco lo vieron sus antecesores, legiones de buenos patriotas cubanos, desde las cargas del 10 de Octubre hasta nuestros tiempos.

A 60 años de su vil asesinato el pueblo sigue honrándolo, esta vez especialmente a él. Tributo y agradecimiento muy merecido.