“Vamos que va a empezar la protesta”, apuraba una profesora, “¿Protesta, qué protesta?”, preguntaba Luis, boquiabierto, antes de ver la escenificación de la Protesta de Baraguá. Algo le decía que no tenía sentido crear tanta expectación por un disgusto. Que las peleas debían solucionarla los educadores, pero que debía ser importante cuando la escuela toda había sido convocada.  

Aquel 15 de marzo solo tenía seis años y cualquier pasaje de la historia le resultaba como el descubrimiento de nuevas tierras por un colonizador. Nada le parecía más raro que ver a dos niños de cuarto grado que se hablaban con la marcialidad de adultos de otro siglo. Vestían uniformes estilo militar, zambrano ajustado a la cintura y barbas falsas sobre un rostro tan liso como el suyo. Y llegó la hora cero: “¡Guarde usted ese documento…!”, retumbó una voz con la fuerza que barre cualquier vestigio de inocencia.

RESURGIR CON BRÍOS

“La máxima muestra de intransigencia fue la de Maceo”. “Es de Maceo la intransigencia”. “La intransigencia, de Maceo”. Escuchaba el pionero como una fórmula invariable que apenas cambiaba con el paso de enseñanza. Una idea cercada, que no permitía reflejos en más acontecimientos. Sin embargo esa determinación del Titán de Bronce para continuar la lucha y salvar la moral cubana ante el engañoso Pacto del Zanjón, encontró actitudes afines en nuestros hechos patrios que mantuvieron erguida el asta de la bandera de la estrella solitaria.                  

Luis como sus amigos colocaba en una gráfica del tiempo, dibujada en el centro de la libreta de Historia, los sucesos más relevantes. Entre las anotaciones de la extensa línea, no podía faltar el fracaso ocurrido en el puerto de la Fernandina, en 1895. En ese sitio las autoridades norteamericanas confiscaron tres embarcaciones —el vapor Amadís, el Baracoa y Lagonda— que, organizadas por José Martí contenían provisiones para iniciar la Guerra Necesaria en el país.

Acerca del carácter firme de El Maestro ante esa calamidad abundó, con especial tino, el investigador y presidente de la Unión de Historiadores en Camagüey, Ricardo Muñoz Gutiérrez: “como es evidente el Héroe Nacional sintió una profunda frustración porque sabía los contratiempos que traería consigo esa vil acción para la contienda. Tantos años de sacrificios y de colectas habían sido desbaratados por el comentario imprudente de un oficial del Ejército Libertador. A pesar del dolor, él no se amilanó y dio la orden de alzamiento en la segunda quincena de febrero”.

Frente al cuadro Muerte de Maceo, de Armando García Menocal, Luis sintió  de nuevo el movimiento de su protagonista y el crecimiento exponencial, como un eco, de la frase imperativa de Maceo. Más allá de las fronteras de una pintura se respiraba un legado, una tradición de no permitir concesiones al enemigo, como hicieron los jóvenes de la Generación del Centenario después de del fallido ataque al Cuartel Moncada.

Del periodista integrante del partido ortodoxo, Luis Conte Agüero, llegó a Fidel una propuesta para crear alianzas. La respuesta del Comandante en Jefe, prisionero en ese entonces en el Presidio Modelo, fue un “sí”. Aceptó la oferta a ese hombre poderoso, dueño de un programa radial que gozaba de alto prestigio en oriente, pero con la condición de no comprometer los intereses del pueblo. Como era de suponer Conte rechazó la petición, y Fidel demostró que prefería combatir desde las penurias de la cárcel antes que pactar con los principios y el destino de la Revolución.

“Los momentos posteriores a la derrota en Alegría de Pío resultaron también un ejemplo de intransigencia del Ejército Rebelde. Luego del descalabro militar, continuó el asedio moral por los aviones de la tiranía batistiana que lanzaron volantes en los alrededores de ‘la Sierra’ convidando a la deserción. Hubo quien se entregó, pero los fundamentales, jamás claudicaron y se reagruparon para completar su misión: libertar a su país”, musitó Muñoz Gutiérrez convencido que ese contexto, desde otras condiciones, devino en una especie de Baraguá.

ELLAS COMO MACEO

A los 13 años Luis descubrió que su árbol genealógico era más interesante de lo que imaginaba: dos bisabuelos que pelearon contra los mercenarios en Girón y una tatarabuela que se alistó en las filas mambisas en la guerra del ‘95. Le costó creer las anécdotas de la brava mujer que, lo mismo, preparaba compresas para los heridos y combatía a los españoles desde la vanguardia.

Con espíritu y decisión inquebrantable como la de Maceo, ese 15 de marzo de 1878, surgió una Amalia Simoni, que prefería le cortaran las manos a escribirle una carta a su marido, Ignacio Agramonte, para que depusiera las armas. Una madre llamada Lucía Íñiguez que nunca aceptó la posibilidad de rendición de su hijo, Calixto García, y una Haydée Santamaría Cuadrado, que se mantuvo inmutable, sin delatar a sus compañeros moncadistas, aún cuando le presentaron, en una bandeja, los ojos de su hermano Abel.

Martí bautizó la Protesta de Baraguá como una de las páginas más gloriosas de la historia de Cuba. Fidel, la llamó, el 28 de enero de 1990 “(…) expresión de voluntad irreductible y del heroísmo de nuestro pueblo (…)” y Luis, un hombre que dejó de ser un observador distante, hace tiempo, ahora asume la intransigencia como una obra cotidiana.