El general español Arsenio Martínez Campos no alcanzó mayor gloria en batalla frente a los cubanos, pero fue inteligente y hábil en aprovechar la desunión, el cansancio y la traición entre los insurrectos durante la Guerra de 1868, lo que abrió el camino a la rendición que significó el Pacto del Zanjón y seguro de su éxito con ese documento en la mano se encontró en la mañana del 15 de marzo de 1878 con Antonio Maceo, en Mangos de Baraguá, sin imaginarse que ese día fracasaría en todos sus planes.

La labor conciliadora del mando español estaba justificada en una triste realidad que imperaba entre los cubanos al cabo de 10 años de guerra. Máximo Gómez escribió en su diario poco antes del hecho: “Se nota una desmoralización completa y los ánimos todos están sobrecogidos; tanto por las operaciones constantes del enemigo como por la división de los cubanos”.

También Tomás Estrada Palma, presidente de la República en Armas, fue detenido por una delación y su sustituto, Francisco Javier de Céspedes, renunció al cargo y Gómez dimitió como Secretario de la Guerra. La insurrección prácticamente estaba descabezada de sus órganos de dirección y todo era favorable al Pacto del Zanjón.

Entonces para el jefe español, ya avezado en quebrar voluntades en anteriores entrevistas, todo se reducía en impresionar a su interlocutor, reconocer con palabras altisonantes su sacrificio, pero sin dejar de calificarlo como inútil y defender las posibilidades de una paz con España a cambio de dudosas promesas de reformas y finalmente desplegar el documento con las condiciones del Pacto del Zanjón, listo para que fuera firmado, como esperaba ocurriera en esta ocasión.

Pero Maceo trastocó el guión del jefe español y sin esperar por más formalidades le comunicó el desacuerdo con el pacto firmado, porque no establecía la independencia de Cuba ni la abolición de la esclavitud.

— Pero es que ustedes no conocen las bases del convenio del Zanjón, le acotó Martínez Campos.

— Sí, interrumpió Maceo, y “porque las conocemos es que no estamos de acuerdo con lo pactado en el Zanjón; no creemos que las condiciones allí estipuladas justifiquen la rendición después del rudo batallar por una idea durante diez años y deseo evitarle la molestia de que continúe sus explicaciones porque aquí no se aceptan".

De todas formas el jefe ibérico trató de leer el documento, pero Maceo se lo impidió:

— Guarde usted ese documento, que no queremos saber de él.

Según testigos del hecho, Martínez Campos, se vio desconcertado ante tal actitud que evidentemente no estaba en sus planes y lo único que acordó en la entrevista fue el reinicio de las hostilidades en un plazo de ocho días para que las tropas pudieran regresar a sus respectivos territorios.

Fue entonces que la tensión se rompió cuando el capitán cubano Fulgencio Duarte exclamó: “¡Muchachos, el 23 se rompe el corojo!”, mientras que Martínez Campos espoleó su caballo y partió a galope del lugar.

Desde ese día el ideario patriótico cubano tendría otra referencia en la manigua irredenta, que pasaría a la historia como La Protesta de Baraguá.

Aunque las claves de esa intransigencia ante la traición se encuentran más allá de la anécdota, en la condición del Titán de Bronce, el mulato de cuna humilde que inició la contienda como simple soldado junto a su heroica familia, representó la figura más destacada emergida en el proceso de radicalización del liderazgo entre las clases populares en la primera guerra de independencia.

A pesar de que Maceo y sus compañeros tenían escasas posibilidades de seguir la guerra, con su epopeya salvaron los ideales independentistas, y abrieron una etapa de ”tregua fecunda” en la lucha, para establecer nuevas formas de conducción superiores de la Revolución que eliminaron errores del pasado bajo el liderazgo del Partido Revolucionario Cubano creado por José Martí, quien al analizar el acontecimiento dijo: “Tengo ante mí la Protesta de Baraguá, que es de lo más glorioso de nuestra historia”.