CAMAGÜEY.- El 24 de enero de 1880 José Martí habla a los cubanos de la emigración en el Steck Hall de Nueva York para valorar lo ocurrido en la Guerra de los Diez Años y argumentar lo imperioso de una nueva etapa de lucha, momento a partir del cual se convierte en el organizador de la Guerra Necesaria.

Decía entonces nuestro Apóstol: “Los grandes derechos no se compran con lágrimas, ¡sino con sangre…! ¡Qué porvenir sombrío el de nuestra tierra si abandonamos a su esfuerzo a los bravos que luchan, y no nos congregamos para auxiliar, con la misma presteza y alientos con que se congregan ellos para combatir! (…) Antes que cejar en el empeño de hacer libre y próspera a la patria, se unirá el mar del Sur al mar del Norte, y nacerá una serpiente de un huevo de águila”.

Catorce años de intenso quehacer, de tocar a puertas amigas y de recibir el desdén de otros, de consagrar esperanzas en la unidad de los viejos y nuevos pinos, hasta que el 10 de abril de 1892 proclama la constitución del Partido Revolucionario Cubano, para lograr más allá de la independencia de la patria propia, la de Puerto Rico, y el alerta a la América sobre el “desdén del vecino… que es el peligro mayor, contra el que hay que andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”.

El 24 de febrero de 1895 se iniciaba la concreción de sus sueños, una nueva página de la Revolución Cubana, iniciada por Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868, en la que, aunque pesaba mucho la huella de la bota colonial, se animaban las almas, se enardecían los corazones.

Hombres como Antonio Maceo, Máximo Gómez, Calixto García, Salvador Cisneros Betancourt… acuden al llamado de Martí.

Para ordenar la que también trasciende como la Revolución del decoro se rubrica poco más de un mes después el Manifiesto de Montecristi, documento donde quedó explícita la continuidad de la gesta, y el propósito de que una vez lograda la independencia se haría la República “con todos y para el bien de todos”.

En el análisis histórico de la Revolución Cubana presentado en el Informe Central al Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba en 1975 se señala que ningún pueblo de América luchó en condiciones tan duras y difíciles por su independencia, con sus propias fuerzas, sin la participación de ningún otro estado del Continente y con la constante hostilidad del gobierno de los Estados Unidos.

Bellas páginas se escribieron durante la contienda, como tristes fueron los momentos que la llevaron a su fin.

El citado documento refleja lo grandioso, heroico y afortunado del curso de la historia que libró a nuestra Patria y a sus habitantes del terrible destino de ser absorbidos por los Estados Unidos, lo que se debió, en esencia, a la enérgica resolución de los cubanos de no ser sometidos, y a los ríos de sangre con que conquistó su derecho a preservar la nacionalidad.

El 24 de febrero de 1960 nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro valoraba la esencia del trascendental proceso independentista:

“Una revolución no es un acontecimiento sencillo en la historia de un pueblo. Una revolución es un hecho complejo y difícil y que tiene, además, la virtud de ser una gran maestra, porque nos va enseñando sobre la marcha, y sobre la marcha va fortaleciendo la conciencia del pueblo, y sobre la marcha nos va enseñando qué es una revolución”.

Dicho así, muchas páginas quedan aún por inscribirse en nuestra historia, como tantas hay que rememorar en el día a día, especialmente en el legado del pensamiento martiano y fidelista.