El 25 de noviembre de 1956 la expedición del yate Granma salió del embarcadero del río Tuxpan, México, dirigida por el joven revolucionario cubano Fidel Castro, y formada por 82 inspirados patriotas dispuestos a morir por la liberación de su país, para hacer y cambiar la historia.

Quiso el azar que 60 años después, el 25 de noviembre de 2016, el ya por siempre Comandante en Jefe Fidel Castro, líder de la Revolución Cubana, falleciera en La Habana. Muchos vieron en esa coincidencia ocurrida por las espirales del tiempo, hermosas señales de inspiración para que los cubanos continúen su camino de luchas y esperanza.

A fines de 2011, en una emisión de su programa Aló Presidente, el imprescindible amigo Hugo Chávez, con ese desenfado y originalidad con que sorprendía a los escuchas,  calificó a los integrantes de la expedición del Granma como un grupo de jóvenes “locos de amor” , quienes desafiaron enormes peligros para emancipar y llevar justicia a su país. La frase tan caribeña sonó entonces que ni pintada para hablar de la enorme pureza de los ideales de aquellos combatientes.

Para que tuviera lugar la expedición de 1956, antes se protagonizaron los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. Nacieron, a sangre y fuego, el Movimiento Revolucionario 26 de Julio y otros núcleos  destacados del sector estudiantil, y había un líder de la talla de Fidel creciendo y ganando prestigio en el pueblo.

Pero los futuros expedicionarios tuvieron que organizarse y prepararse, alrededor de Fidel,  desde tierra azteca, adonde los llevó el exilio obligado, tras su excarcelación en 1955.  Las armas, para la instrucción militar, se consiguieron a través del mexicano Antonio del Conde, “El Cuate”. La asesoría en ese campo quedó en manos de Alberto Bayo,  comandante de la Guerra Civil Española.

Tras la aprobación de Fidel, el propio Antonio del Conde compró el navío, de nombre Granma y construido en  1943, hecho de madera y con motor de aceite. Estaba matriculada en el puerto de Tuxpan, con el objetivo de realizar navegación de altura y viajes de recreo.

A pocos minutos de la salida la expedición iniciaba su viaje el 25 de noviembre de 1956, bajo lluvia y con las luces apagadas, por el curso del río, y tras burlar a los vigilantes marítimos mexicanos salieron mar afuera, donde enseguida se hizo sentir un fuerte oleaje y el batir de los vientos.

Fue la primera prueba, si no de fuego, de voluntad, para los revolucionarios,  pues solo algunos tenían pericia marinera. Ernesto Guevara, quien iba como médico de la expedición,  describió la situación que imperaba en el yate:   “(…) el barco presentaba un aspecto ridículamente trágico: hombres con la angustia reflejada en el rostro, agarrándose el estómago. Unos con la cabeza metida dentro de un cubo y otros tumbados en las más extrañas posiciones, inmóviles y con las ropas sucias por el vómito (…)”

Ya distante la costa de la hermana nación encendieron las luces y cantaron con el Himno Nacional de Cuba, la Marcha del 26 de Julio y gritaron a voz viva  consignas revolucionarias. Armados, ante cualquier peligro, prosiguieron su viaje por el  Golfo de México entre el 25 y 27 de noviembre.

El navío penetró en el mar Caribe el 28 en la madrugada. Ya el 30 de noviembre era seguro que se mantenía el rumbo correcto hacia la isla. Por la radio del yate se enteraron de la noticia del levantamiento en Santiago de Cuba , en apoyo al desembarco, previsto para ese día.

En  la madrugada del primero de diciembre,   el expedicionario Roberto Roque, quien avistaba en cubierta,  fue lanzado al mar por una fuerte sacudida de la embarcación. Fidel ordenó apagar los motores y priorizó el rescate del compañero, lo cual se logró felizmente tras una azarosa búsqueda, casi sin esperanzas.

Las luces del faro de Cabo Cruz aparecieron una hora después. Pero ciertas dudas con la carta náutica los hizo cambiar de decisión sobre el desembarco y lo planearon para otro punto de la costa de Niquero.

A dos kilómetros de la playa Las Coloradas, por donde iban a desembarcar, encalló el Granma, lo cual obligó a adelantar el desembarco, cerca de las siete de la mañana del dos de diciembre. Era urgente abandonar la nave pues las fuerzas de la tiranía estaban avisadas y cumplían un operativo en su persecución.

Los expedicionarios tardaron horas en salir de una  ciénaga costera en la que cayeron. Tuvieron que abandonar en ese trayecto parte del equipamiento. La tupida maraña de mangles los ocultó de los vuelos rasantes de la aviación batistiana.

Algo importante sucedió el cinco de diciembre.  Habían acampado en Alegría de Pío,  un pequeño cayo de monte al costado de un cañaveral.

Era evidente que el enclave no era seguro, pero el enorme cansancio de la travesía les impuso detenerse y afrontar el posible peligro de ser descubiertos. Así sucedió, pues  fueron sorprendidos por fuerzas del ejército.  Bajo una lluvia de plomo, los expedicionarios se retiraron como pudieron en diferentes direcciones.

Un grupo, ayudado por los campesinos de la Sierra Maestra- organizados por Celia Sánchez Manduley- logró romper el cerco y reagruparse para constituir el núcleo de lo que sería el naciente  Ejército Rebelde.

Eran circunstancias de enorme simbolismo ya que la mayor parte fueron asesinados y solo algunos cayeron en combate con el ejército. Entre los capturados y asesinados estaba Juan Manuel Márquez, el segundo jefe de la expedición, una sensible pérdida para el movimiento revolucionario.

De los que lograron romper el cerco y salir de la zona, algunos se incorporaron posteriormente a la lucha en las montañas; y el resto permaneció en prisión hasta el final de la guerra.

Así el Granma, su líder y los sobrevivientes de la expedición, sembraron la semilla de la nueva guerra necesaria por la libertad en las montañas de la Sierra Maestra. La promesa de llegar había sido cumplida, contra viento y marea, literalmente, y contra la metralla enemiga.