CAMAGÜEY.- José Martí, como pocos hombres en nuestro Continente, supo llevar adelante una campaña revolucionaria como la de finales del siglo XIX cubano, enarbolando las banderas del patriotismo verdadero y la soberanía nacional; del anticolonialismo y el antiimperialismo; de la solidaridad latinoamericana y la revolución radical; contra el racismo, las desigualdades y la oligarquía.

El Programa y los Estatutos del Partido Revolucionario Cubano, el Manifiesto de Montecristi, por citar algunos de los documentos de mayor trascendencia, llevaban implícitos los gérmenes de una aspiración más amplia y profunda que la consecución de la independencia de nuestro país.

Con posterioridad a su caída el 19 de mayo de 1895, a lo largo de la primera mitad del siglo XX, sus ideales se convirtieron en arma de combate de la Generación del Centenario, ejerciendo una influencia notable en la formación de la conciencia nacional cubana, y sobre todo, revolucionaria.

Martí logró insertarse como un factor decisivo en la formación de una conciencia política como catalizador de la unidad entre distintas fuerzas revolucionarias, porque como dijera la escritora Renée Méndez Capote, “era el único cubano a cuya sombra podíamos sentarnos todos juntos sin distinción de militancias”.

Durante el período neocolonial, distintos grupos de la pequeña burguesía anti-yanqui y de izquierda trataron de capitalizar a la figura de nuestro Héroe Nacional con el objetivo de poner bajo su égida a los obreros, al campesinado y a las clases medias progresistas. Algunos se aproximaron a su obra en busca de consignas que suplieran la inconsistencia teórica que caracterizaba a programas en los que la savia revolucionaria martiana casi nunca fue asumida.

El Martí luchador, el consecuente combatiente revolucionario y antiimperialista fue develado por intelectuales marxistas y del Partido Comunista como Juan Marinello, Blas Roca, Emilio Roig... quienes llamaban la atención sobre la esencia de su condición indiscutiblemente revolucionaria, aunque no faltaron los fundadores de un partido con idéntico nombre al que organizara nuestro Apóstol, pero se diluyeron en tergiversaciones, omisiones y falsedades.

Es así que llegado el año 1953, Fidel Castro, el más fiel de sus discípulos del siglo XX, en su alegato de autodefensa La historia me absolverá, expresó: “Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario”, por lo que los jóvenes de entonces iniciaron un nuevo ciclo revolucionario impregnado en sus ideas iluminadoras, punto de partida imprescindible y legitimador de un proceso ininterrumpido y victorioso, conductor hacia transformaciones sociales que se concretaron en la fundación de una república “con todos y para el bien de todos”, significado y esencia de nuestro socialismo.

El Informe Central al Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba significa: “(…) En este pensamiento y en la interpretación y calificación de Lenin de la guerra hispanoamericana como la primera guerra imperialista, se dan la mano dos hombres de dos escenarios históricos diferentes y dos pensamientos convergentes: José Martí y Vladimir Ilich Lenin. El uno símbolo de la liberación nacional contra la colonia y el imperialismo; el otro forjador de la primera revolución socialista en el eslabón más débil de la cadena imperialista (...) ambos con un partido sólido, y disciplinado para llevar adelante los propósitos revolucionarios fundados casi simultáneamente entre fines del pasado siglo y comienzos del actual... He aquí parte importante del valor histórico de la herencia teórica de Martí (…)”.

Si bien es cierto que en la línea actual partidista se concibe y encamina el estudio de la Historia de Cuba y de sus figuras más relevantes, Martí, en la amplitud de ese significativo nombre, todavía requiere mucho más que el empeño loable de los ministerios de Educación, el Movimiento Juvenil y el Centro de Estudios Martianos, y de la veinteañera Sociedad Cultural que lleva su nombre, para hacer efectivo en las grandes masas.

Su figura y pensamiento emergen por doquier y son asumidos por nuestro pueblo en el quehacer diario, en la defensa de nuestra soberanía, en el ejercicio del internacionalismo proletario, como trinchera antiimperialista, en nuestra cultura, en disímiles rincones de la Patria, pero siento que aún no todos sabemos cobijarnos bajo su sombra protectora.