Para quien la patria era “dicha y cielo de todos”, no podía pasar inadvertido el levantamiento de Carlos M. de Céspedes el 10 de octubre de 1868. Ardía en el deseo de servirla, pero en La Habana las circunstancias dificultaban el sostenimiento de cualquier brote revolucionario. La palabra escrita, el verbo encendido de aquel adolescente con apenas 15 años de edad serían sus principales armas. Ya había saludado el Grito de Demajagua en su soneto “10 de Octubre”, publicado en su primer periódico manuscrito El Siboney, que era repartido entre los estudiantes de segunda enseñanza en La Habana.

“No es un sueño, es verdad: grito de guerra Lanza el cubano pueblo, enfurecido; El pueblo que tres siglos ha sufrido Cuanto de negro la opresión encierra”.

Más tarde, aprovechando la libertad de imprenta decretada por el capitán general Domingo Dulce, comenzó a editar, junto con Fermín Valdés Domínguez, “Abdala” El 19 de enero de 1869 la Imprenta y Librería El Iris sacaba a la luz las cuatro páginas de lo que fue la única edición del considerado primer periódico editado en La Habana durante esta etapa de fugaz libertad de expresión. Su título fue tomado de la novela homónima del dramaturgo y novelista del Siglo de Oro español, Luis Vélez de Guevara.

Para la fecha en que el joven Martí publicó el periódico, Oriente y Camagüey estaban sobre las armas y los insurgentes en Las Villas se preparaban para su levantamiento, el cual aconteció en febrero de ese año.

Los sectores más recalcitrantes del integrismo español se agrupaban para enfrentar todo lo que implicara las más mínimas condiciones de cambio en el estatus de la colonia insurreccionada.

Un editorial y varias notas satíricas sobre la prensa y los acontecimientos de la época componían la entrega que haría Martí para denunciar el clima opresivo que ensombrecía el panorama político cubano. En su contenido empezaba por exponer con claridad meridiana la falacia que significaba la pretendida libertad de prensa:

“Esta dichosa libertad de imprenta, que por lo esperada y negada y ahora concedida, llueve sobre mojado, permite que hable usted por los codos de cuanto se le antoje, menos de lo que pica; pero también permite que vaya usted al Juzgado o a la Fiscalía, y de la Fiscalía o el Juzgado lo zambullan a usted en el Morro, por lo que dijo o quiso decir”.

Con El Diablo Cojuelo el joven revolucionario despuntaba, con su temprana agudeza y valentía política, en el oficio del periodismo:

“Nunca supe yo lo que era público, ni lo que era escribir para él, mas a fe de diablo honrado, aseguro que ahora como antes, nunca tuve tampoco miedo de hacerlo. Poco me importa que un tonto murmure, que un necio zahiera, que un estúpido me idolatre y un sensato me deteste. Figúrese usted, público amigo, que nadie sabe quién soy: ¿qué me puede importar que digan o que no digan?”

Era el desafío al régimen colonial. El calabozo simbolizaba el recrudecimiento de la represión, por más que las autoridades hispanas buscaran restarle importancia al movimiento revolucionario iniciado algunos meses atrás. En la ironía del periodista estaba el recurso para la denuncia: “Y tanta gente había ya en los calabozos, que a seguir así un mes más, hubiera sido la Habana de entonces el Morro de hoy, y la Habana de hoy el Morro de entonces”.

En un contexto de estas características se imponía la definición política y la disyuntiva para el joven escritor estaba clara: “O Yara o Madrid”. He aquí, en síntesis, la sentencia de quien reconoce el fracaso del reformismo insular y el conservadurismo atroz de los sectores integristas. O se estaba con el levantamiento armado que se iniciara el 10 de octubre, o el alistamiento habría de gravitar hacia la metrópoli española.

En esta suerte de volante aparecieron también algunas escenas cortas, en las que, tras el agudo humor, emergía un trasfondo crítico, reflejo del acontecer sociopolítico del año:

― “¿Señor Castañón?

― ¿Qué hay?

― Aquí lo busca a usted la señorita Cuba, que viene a reclamar su voz, que según dice, ha tomado usted sin su licencia.

― ¡Ay, cierra, cierra, amigo! Di que me he ido al infierno, que...que qué sé yo...en fin...mira...como te atosigue mucho, le dices de mi parte, que pienso mudar de voz, ¿eh? Pero pronto, ¡pronto! No sabemos a estas horas si la señorita Cuba entró o no entró. A tiempo avisaremos este fausto acontecimiento”

No se equivocaba Martí. Pocas semanas duró la mencionada libertad de prensa, a la que desde el principio se opusieron los círculos integristas, comerciantes españoles y el cuerpo de voluntarios. Apenas cuatro días después de que saliera El Diablo Cojuelo, el 22 de enero, Martí retomaba la pluma periodística para dar a conocer una nueva publicación: La Patria Libre; donde dio a conocer su drama “Abdala”, otra empresa intelectual en la que se conjugaban originalidad, compromiso y fidelidad por la causa de la independencia de Cuba.

*Instituto de Historia de Cuba