CAMAGÜEY.- Hoy no quiero llamarles General y Comandante, solo Antonio y Ernesto, sin pedestal, como hombres de carne y hueso, aunque son algo más. No es azar de la historia, es que el 14 de junio quedó destinado para estos dos grandes, de esos que como dijera el Maestro pelean para hacer a los pueblos libres.

Ochenta y tres años no parecen diferencia si dos personas tienen tanto en común. El primero es de allí mismo de Santiago, el otro es de allá, de por el cono sur, pero los unió el destino en una palabra mucho más grande: Cuba, sus sueños de libertad y el pretender construir un mundo más justo.

El hijo de Mariana y de Marcos no podía ser de otra forma, lo llevaba en la sangre, desde el vientre de su madre ya era mambí. Razón tenía Martí cuando, a pesar de sus diferencias con él, le dijo: “No conozco yo, general Maceo, soldado más bravo ni cubano más tenaz que Usted”. El argentino, también guerrero desde chiquitico, salió muy joven a repartir esperanzas para los pueblos oprimidos del sur y fue allí, montado en una motocicleta, junto a su amigo Alberto Granado, donde entendió que el mundo debía cambiar y que él debía ser un soldado de esa causa. Nada pudieron hacer Celia y Ernesto, sus padres, a él también le corría por sus venas la rebeldía de querer hacer lo imposible.

Así esos dos Quijotes de sus tiempos salieron en busca de molinos, estaban cuerdos y sabían muy bien contra qué mal luchar. Si de hazañas militares hablamos habría que referirse a una que ambos supieron dirigir, aunque en siglos diferentes, la misión de extender la guerra a occidente, contra ejércitos superiores en número y en armamentos parecía una locura. Pero sus capacidades de liderazgo les permitieron vencer lo increíble, incluyendo el caprichoso clima cubano.

Los dos también comprendieron la necesidad de mantener al pueblo informa-do de cuánto acontecía en las montañas del oriente cubano. Maceo en una de las tantas cuevas que le sirvió de refugio reeditó un periódico libertario El cubano libre, de Céspedes. El Che, también consciente de lo necesario que era para la lucha en la Sierra el apoyo de toda Cuba, fue de los impulsores, contra viento y marea, de que salieran al aire las ondas de Radio Rebelde.

El primero fue lugarteniente general, segundo al mando de las tropas cubanas que luchaban por una Cuba diferente. Asimismo el argentino, que se ganó ser cubano de nacimiento, fue el primer combatiente ascendido a Comandante del entonces naciente Ejército Rebelde. Antonio cabalgaba delante de sus tropas en el combate, sus enemigos necesitaron 26 proyectiles para derribarlo. Ernesto muy pocas veces se tendió en el momento en que los tiros le pasaban cerca a cualquiera; le gustaba pelear de pie.

Cuando todavía no se hablaba del imperialismo norteamericano, e incluso algu-nos soldados de la causa independentista veían en la anexión a los vecinos del norte una solución viable para Cuba, el Héroe de Baraguá sin pensarlo mucho le dijo a uno de sus combatientes que ese sería tal vez el único caso en que él estaría al lado de España. Y qué decir del Che, enemigo del imperialismo hasta la médula, al punto de legarnos una frase eterna a quienes creemos en el mundo mejor, al imperialismo “ni tantito así”.

Así son los héroes de este pueblo, por ello cuando le preguntaron a ese otro gigante de la historia, Fidel, cómo quería que fuesen nuestros niños, con una claridad inmensa respondió “Que sean como el Che”. Cuando algunos en Cuba quisieron que las cosas tomaran otro rumbo, el Comandante una vez más nos convocó allá, a Baraguá, a jurarle a Maceo que jamás detendríamos la marcha porque como dijo el Titán “La libertad no se mendiga, sino se conquista con el filo del machete”.

Ellos nos dieron el derecho de llamarles héroes, pero yo prefiero llamarlos Antonio y Ernesto, solo hombres, acercarlos y saber que puedo ser como ellos, aunque consciente de que “esos hombres que hacen pueblos son como más que hombres”.