Era nueve de mayo de 1920, y la familia Sánchez Manduley en el poblado costero de Media Luna, municipio de la actual provincia de Granma, esperaba el nacimiento de una pequeña, a quien llamó Celia Esther de los Desamparados, la cual, poco a poco, alcanzó una altura inimaginable.

Las fotos de sus primeros años revelan un lindo rostro infantil de tez blanca, y hermosos ojos negros, con el cabello oscuro y ligeramente ondeado.
La pequeña sobresalía por sus travesuras, inteligencia y sensibilidad, y mantuvo incólume la bondad de auxiliar a los necesitados hasta cuando su corazón dejó de latir el 11 de enero de 1980, para tristeza de todo un pueblo.

Varios investigadores resaltan las influencias de los padres en su formación: el doctor Manuel Sánchez Silveira, de ideas liberales avanzadas, y la madre, Acacia Manduley Alsina, siempre alegre, cordial y bondadosa, quienes fueron fuentes de buenos modales y sentimientos admirables.

Según cuenta Pedro Álvarez Tabío en su libro Celia, ensayo para una biografía, durante su adolescencia era bellísima, y el grupo de amigas era conocido como “los pavitos”, expresión de la época aplicada a las muchachas jóvenes y bonitas en Manzanillo, ciudad cercana a Media Luna.

Las noches en ese lugar fueron testigos de serenatas e intentos de conquista, en especial de Salvador Sadurní, quien le cantaba El día que me quieras o Celia, tango que compuso para ella.

La joven gentil y servicial, amante del béisbol y seguidora del equipo Almendares, adquirió madurez política con el transcurso de los años. Recibió fuertes influencias del quehacer revolucionario de Antonio Guiteras y, luego, de Eduardo Chivás.

Vivió en Pilón a partir de 1940, conoció la topografía de la zona como la palma de la mano, incrementó la lectura de textos de carácter histórico y se convirtió en la coordinadora del Movimiento 26 de Julio en la costa granmense, desde antes del desembarco de los expedicionarios, guiados por Fidel Castro, el dos de diciembre de 1956.

Según páginas impresas, era tanta su importancia para los guerrilleros en la Sierra Maestra que, en abril de 1957, Raúl Castro le escribió: “Tú te has convertido en nuestro paño de lágrimas más inmediato y por eso todo el peso recae sobre ti; te vamos a tener que nombrar Madrina Oficial del Destacamento”.

El 15 de junio de 1957, Fidel aseguró: “Tú y David (Frank País) son nuestros pilares básicos. Si tú y él están bien, todo va bien y nosotros estamos tranquilos”.

Tras su incorporación a la lucha en las montañas, algunos pensaron que no podría soportar las penalidades de la vida en difíciles condiciones y con el peligro permanente de ser alcanzada por una bala enemiga, o que su presencia estorbaría la movilidad general del grupo.

En ese medio de fatiga, lluvia, frío, hambre y, a veces, fango, irrumpió aquella mujer de frágil apariencia; resistió con entereza cualquier esfuerzo o sacrificio y simbolizó la ternura y belleza de la mujer cubana, heredera de otras como Mariana Grajales.

Fue compañera, hermana, fuente de sensibilidad y madre de los rebeldes, quienes le demostraron inmenso cariño y admiración.

Aquella niña inquieta, la joven hermosa, la mujer incansable que muchas veces sufrió el peligro de la muerte en la clandestinidad y tuvo nombres como Norma, Carmen, Liliana, o Caridad para no ser descubierta; la guerrillera en la Sierra, la amiga grande del pueblo, quien ocupó importantes cargos después del triunfo de la Revolución, gravita con fuerza en toda Cuba.

Cada nueve de mayo aumentan los recuerdos y las referencias, aunque ella vive siempre en los corazones y las buenas acciones.